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Una de poetas

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Para la cofradía de poetas de la capital que se han vivido, bebido, fumado y aspirado la cuarta y la quinta república y hoy aplauden como pequeños micos las peripecias y malabares del gran gorila. 

La hija del poeta (ficción)

 

Cuando a un poeta le nace un hijo, lo más común es que sea un manganzón como cualquier otro mortal, pero cuando le nace una hija pareciera que los dioses del olimpo se hubiesen dignado en enviarle un regalo celestial. Verla nacer, crecer y hacerse mujer a su lado es una fuente inagotable de inspiración divina. Bien, el caso es que la hija del poeta recién había salido de la universidad graduada con honores y por su puesto le dijo a su padre que quería ejercer su profesión lo más pronto posible. El poeta recordó su vieja amistad con el poeta funcionario de la revolución, quien se había hecho de un buen cargo gracias a sus habilidades para la alabanza y a la respectiva foto del abrazo del líder para su campaña. De aquella manera consiguió una cita para que su hija fuese atendida por el poeta funcionario, quien la recordaba de niña, correteando en la casa del poeta padre con sus trenzas doradas y una extraordinaria belleza que ya apuntaba a la mujer que sería al pasar de los años. Cuando la vio entrar al despacho el poeta funcionario abrió sus ojos hasta donde los párpados daban al máximo para digerir la imagen. Se levantó de su cómoda silla para mostrar una amabilidad inusitada, dado que todos comentaban su carácter de patán con todos los empleados públicos a quienes amenazaba constantemente con despedirlos si no atendían a sus discursos o se largaban antes de sus normales 3 horas de retraso a cualquier evento. Aquel carácter se había acentuado mucho más aún después de ser juramentado en su cargo, probar la capacidad de los elíxires del poder para manipular  a la gente y luego de haber sido dejado por su compañera luego de haber publicado su más recitado poema en el cual la invitaba “a probar otras pieles, a lamer otras mieles y a cabalgar el caballito blanco de la libertad”, bastaban sólo dos dedos de frente para interpretar tal simbolismo. Desde entonces la revolución de la testosterona desde las gónadas hasta la pituitaria había dejado huellas en las más agraciadas empleadas de la institución. Así que, al ver al ejemplar en el que se había convertido la niña, comenzó a hablarle de su padre, de la vieja amistad y de los tiempos de imaginarios combate en las calles. Se sentó con una pierna encima del escritorio y la miraba de frente, la baba se le escurría por la comisura de los labios, le preguntó si tenía planes para esa noche, que él la invitaba a cenar, en sus ojos podía mirarse el reflejo de los  cuarto de hoteles de lujo en los cuales tenía puertas abiertas los trescientossesentaycincodíasdelaño. La hija del poeta se sorprendió de las habilidades para el uso del lenguaje seductor del poeta funcionario de quien sólo conocía unos versos muy malos que la gente le aplaudía por hipocresía. Le pidió excusas para ir un momento al baño y se escurrió del edificio lo más rápido que pudo. Llegó llorando a la casa de su padre quien, por supuesto, se ofuscó por semejante comportamiento. Llamó al funcionario a su número directo y comenzó a insultarlo sin la más mínima huella del florido lenguaje  que había adquirido de tantos años de ejercicio poético. Luego sus palabras se fueron ablandando con las respuestas. Le recordaron quién manejaba las editoriales donde publicaba, quiénes lo invitaban a los eventos poéticos internacionales, en manos de quién estaba la posteridad de su palabra. Sus argumentos en contra fueron mermando hasta quedar totalmente en silencio.  A los pocos días la hija del poeta acompañaba al funcionario poeta a los actos oficiales. En ella delegó un par de fundaciones. Al principio se le notaba un rostro incómodo y resignado. Ya unos tres meses después asumía su papel de manera tan natural por la fuerza de  la costumbre. Pasado el año ya había sido reemplazada de sus principales cargos por la llegada de una nueva asistente del poeta funcionario. Luego se fue diluyendo en cargos burocráticos menores hasta ser sólo una sombra. Mientras, su padre siguió publicando año tras año los versos con los que aspiraba alcanzar un espacio en la posteridad al lado de Neruda, Vallejo o Rubén Darío, y eso si, nunca le faltó una invitación a los eventos literarios oficiales.

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