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El don de hablar con las guacamayas

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A E. y a mi Sobrino Kevin.

Tuvo su primer novio en tercer grado y este la regañaba porque se tomaba el jugo antes de comerse la comida y ella lo veía, lo veía directo a los ojos, como queriéndole preguntar: ¿Tú me estás hablando en serio? Y al no ver nada más allá de un niño hablando sin sentido y en tono autoritario, volteaba los ojos, tomaba el pote y lo  bebía todo, hasta el último sorbo y hacia retumbar con el sonido que da el pitillo que no encuentra nada más las paredes de la cantina, aquello no era asunto de  educación, era simplemente por libre, por suelta, era porque andaba en otra cosa, ni siquiera se enteraba de lo que pasaba con los demás , no sabía qué quería el resto,  ella tenía su mundo lleno de jabones y sales aromáticas, ella era querida. .

Los galanes la seguían, media flacuchenta y media distraída tenía algo que gusta a todo enamorado cotizado respetable de edad escolar, quizás su silencio o su risa. Decía la gente que flotaba y que veía a través de las paredes, que tenía el don de hablar con las guacamayas, que podía oler un árbol de limón a miles de kilómetros, dicen aún, que también se aburría rápido, que el primer novio le duró a penas tres días y al dejarlo dijo: ¡no aguanto lo temperamental que eres! y con sus ocho años se dio la vuelta y lo dejó en el medio del patio, en el recreo pero sin recreo alguno, con el timbre sonando justo al lado de su oído.

Para pensar la solución a cualquier conflicto iba directo al congelador por un pote gigante de su helado preferido : mantecado cubierto de naranja, y pote en mano se iba a convencer a las hormigas de que la tierra en donde estaban no era sana, que hay que irse de vez en cuando fuera de la casa, incluso salirse a veces de uno mismo si es que nos habita o habitamos en algo.

Cuando tuvo doce años le pasaron muchas cosas: niños se golpeaban entre si por ella, niños levantaban falsos testimonios para provocarla, incluso se llegó a regar que le habían hecho el amor en su bañera, cosa que desmintió y se cayó por su propio peso tan insólito comentario, porque la verdad es que jamás tuvo bañera en su casa y me consta, la visité muchas veces y jamás vi cosa igual entre la decoración rococó de su madre.

El amor siempre ha sido una página resaltada para su vida, por ella pasaron palabras de halagos de poetas, magos, escritores, mendigos, genios, sabios, taxistas, ingenieros, traductores, maestros, solo que a esa edad quién iba a saber del futuro, qué depararía a nadie su existencia, aunque ella  yo creo que si sabía , era sabia y solo bastaba verla jugando perinola como una experta, saltar la cuerda y siempre, siempre le ganaba a la “ere”, lo hacía correr hasta fatigarlo, casi le pedían perdón porque corría demasiado, era veloz, los árboles y la grama eran sus mejores amigos, parecía una obra cinética su cabello con el fondo verde, la recuerdo y casi puedo volver a verla.

Una vez jugando el escondite me fui a una esquina olvidada de la casa vieja que se creía nuestro colegio y una vez instalado allí, acomodado en mi guarida, resultó que me perdí y apareció ella para enseñarme dos cosas: “No hay que temer a la lluvia ( ya lo he dicho antes) y uno no debe pisar cucarachas” y eso para mí, hasta hoy ha sido una gran lección de vida.  Recuerdo cuando se le ponía la cara roja y veía para el cielo balbuceando cosas en un idioma que nadie entendía, me parecía genial que fuera rara, que dijera algo que nadie entendía.

No sé si ella lo sabe, pero desde que yo era niño la imaginé. Pasé largas tardes montado en mi litera saliéndome por la línea  de luz de mi ventana que me despertaba todas las mañanas a las siete e interrumpía mi sueño con ella comiendo chocolate, y conmigo hablando dormido: !yo la vi primero, yo la pensé primero, yo la vi que tiene el don, que las guacamayas le cedieron el color que hoy luce en la ropa, en los ojos en la risa, en el alma¡ El asunto fue que entendió cómo era que viajaba el color, simplemente lo adivinó y desde entonces me escondo como hábito, como esperándola, buscando volver a besarle inocentemente, volver a imaginarla tal cual siempre la soñé.

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