Capítulo 4
El ojo rojo escarlata
Estaba aterrada, si era una broma de los muchachos me resultaba muy desagradable, tiré la nota al otro lado de la sala, me recosté en el suelo en posición fetal y miré aquella caja musical por largas horas, era casi la misma del sueño con casi todos los detalles: estaba pintada con franjas amarillas y blancas, los caballos eran tallados a mano y con lujo de presición en los ojos, crines y cascos, sólo había una diferencia: en el sueño todos los caballos eran blancos, pero esta caja tenía un caballo gris y en él había la figura de una pequeña niña, tan pálida y delgada con un vestidito negro.
Me empecé a preguntar si había sido esa niña la figura que vi en el sueño o no, el resto de los caballos no tenían ningún niño o niña sobre ellos, con el pasar de las horas me fui calmando poco a poco, Max se acostó a mi lado para lamerme la cara en señal de preocupación, me levanté del piso con cuidado, me dolía la mitad del cuerpo y estaba cansada, angustiada y confundida, ya casi era de noche cuando reaccioné subí a bañarme pero en ese momento sonó otra vez el timbre, volví a mirar por el ojo mágico de la puerta y era José, le abrí la puerta y lo saludé como de costumbre -con un beso muy cercano a la boca- le pedí disculpas por mi aspecto y lo invité a pasar.
– Disculpa que te moleste -dijo él- pero con lo que pasó ayer no sabía si tu risa ocultaba otro sentimiento.
– ¿Mi risa? ¡ah, ya lo recuerdo! ¿por lo de Miguel con Anna?, no te preocupes, por mi que se quede con ella.
– ¿Sabes algo? Nunca he dejado de verte hermosa…y tan sensual…
– Pues en este momento no me encuentro tan…
En ese momento me tomó entre sus brazos y me besó con la misma pasión que cuando éramos novios, cerré los ojos mientras él me abrazaba contra su pecho y en mis besos le respondí con la misma pasión, era inevitable no hacerlo, ambos sabíamos que terminaríamos por volver con el otro y sellamos ese hecho subiendo por las escaleras hasta la habitación, el me arrojó a la cama mientras me besaba y poco a poco nos fuimos desvistiendo, sus besos en mi cuello eran tan gratificantes, tan excitantes, justo cuando abro los ojos para contemplar el techo…
– ¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhhhh!
– ¿Qué sucede? -preguntó él.
En el techo, en ese momento se encontraba un enorme ojo rojo escarlata, sin párpados y con enormes pestañas y una voz de ultratumba que pronunció esta palabra: «te estaré vigilando» , al terminar estas palabras el ojo desapareció, José me agitaba para que reaccionara pero andaba petrificada, luego me le quedé mirando y le pregunté si había visto el mismo ojo que yo pero no sabía de que le estaba hablando.
– Si quieres podemos dejar esto para otra ocasión, por lo visto hoy no era un buen momento.
– Lo lamento, desde anoche me siento algo alterada, no es por Miguel -le dije cuando vi su expresión- es por otras cosas.
– Está bien, y dime: ¿volverías a darme otra oportunidad?
– ¡Por supuesto que sí! – le respondí- te amo.
– Yo también te amo -me dijo con una sonrisa y me besó- tengo que irme, te veré en otro momento.
Recogió sus cosas, se vistió y se fue; me sentía feliz por estar con José de nuevo, al cerrar la puerta me doy vuelta y voy hacia el baño para tomar una ducha con agua tibia, al pasar mis manos por mi cuerpo noto de nuevo la formación de las extrañas gotas de cristal que -al igual que la noche anterior- pasaban de ser verde grama a un rojo intenso, pero esta ves no desaparecieron, simplemente cayeron en el suelo de la ducha, así que decidí tomarlas todas -luego de bañarme- y colocarlas en una bolsa plástica que tenía en la cocina. Subí a mi habitación y me acosté a dormir, esa noche volví a aparecer en la misma casa extraña dentro de aquella ciudad de cristal…
Continúa Capítulo 5