Una de las cosas que más me sorpende –e indigna– del infantilismo político venezolano es que a lo largo de un año, mientras en Estados Unidos ocurre el conflicto político más mediatizado de la historia, en Venezuela nadie pareciera tomar nota de la abismal discapacidad mental que comparativamente tienen nuestros oligofrénicos políticos.
Ojalá tengamos algún día a un servidor público que, segundos después de una derrota, pueda soltar frases como «Toda la culpa es mía, no de ustedes», o «Esta campaña fue y seguirá siendo el gran honor de mi vida»:
…y digo que ojalá tengamos un tipo como ese alguna vez, porque de lo que estoy absolutamente seguro es de que en Venezuela, pase lo que pase, jamás existirá un equipo de creativos que pueda armar un discurso con la selección de palabras que tuvo el de Obama, ni un líder capaz de interpretarlo con esta precisión:
15 minutos, con todo y pausas dramáticas. La identidad cambiante del país, la juventud de espíritu como bandera. Un discurso que va de la euforia, a las lágrimas, al llamado concienzudo a la acción. Comunicacional y emocionalmente arrollador.
¿Cómo nos salvamos? ¿Cómo hacemos con esta cuerda de bachilleres, perdedores, novatos, que por ser completamente inútiles en la vida, terminan siendo políticos en Venezuela? Con líderes así, en ambos países, estamos condenados a que los gringos nos toquen las nalgas para siempre.