París, septiembre 2008. Después de meses de resistencia orgullosa decido inscribirme en la tan famosa « red social » en internet llamada Facebook. Había recibido al menos diez invitaciones a unirme a la nueva forma – en línea, por supuesto – de encuentro y comunicación con una serie de gente conocida y desconocida…
Desde el momento en que me inscribí y hasta hoy, me pregunto por qué lo hice. Tengo contacto por mail, por teléfono e incluso por Skype con la mayoría de las personas que aprecio, que se encuentren cerca o lejos. ¿Por qué entonces complicar mi repertorio de vías de comunicación? No lo sé, creo que fue más por curiosidad que por otra cosa.
El primer día de mi inscripción recibí 5 invitaciones a ser la amiga de algun@s. Los días que siguieron fueron dramáticos: recibía al menos 3 invitaciones por día, sin hablar de las innumerables invitaciones a instalar aplicaciones de regalos, chucherías, arepas, videos y pare de contar.
Confieso que al principio estaba como entusiasmada por generar tanto interés entre mis amigos y conocidos, hasta que entendí que la “lógica” del juego era tener más y más “amig@s” a los que poder averiguarles la vida. ¡También entendí que hasta gente que no conoces quiere entrar en tu círculo de contactos! ¿Qué carajo quiere decir eso? Ahí empecé a incomodarme.
No todo es malo. Una de las cosas más cómicas que me pasó fue encontrar a antiguos compañeros del colegio y del liceo. Mujeres y hombres de los que recuerdo los nombres y las caras de cuando pequeños, pero cuyas vidas ignoraba completamente. Eso me trajo recuerdos, por la mayoría, muy gratos. Al mismo tiempo, me permitió conocer sus dramáticos cambios físicos y sus nuevas inclinaciones, que me dejaron “fría” y sin ganas de hacer comentarios (eso de decirle a alguien: ¡pero cómo cambiaste!, es sinónimo de decirle que su nueva contextura da pena ajena. Igualmente, hacer comentarios jocosos sobre el nuevo refugio religioso puede pasar mal en ciertos casos…)
He descubierto que en mi universo personal existen cuatro tipos de personas y creo que esto va a ayudarme a auto-conocerme a mí misma personalmente:
El grupito de la familia, l@s amig@s y l@s panas: nunca me cansan. Cuando a una de mis hermanas, se le ocurrió escanear unas fotos viejísimas y sacarlas a la luz pública, casi lloro de nostalgia. Cuando mis amig@s y panas me escribieron por mi cumpleaños me conmovió bastante (esa estratégia de notificación de aniversarios es buenísima para los que, como yo, son malos con las fechas).
Las que conozco pero… tú por tu lado y yo por el mío. Un día, una de esas personas del pasado, me escribió un mensaje diciéndome que estaba muy contenta de haberme encontrado y de saber de mí. También me preguntaba que había hecho en estas vacaciones. Yo le respondí rápidamente, enviándole al final un gran “saludo”.
Desde entonces “ella” no deja de escribirme y de enviarme estúpidas aplicaciones que ignoro de manera regular. La última vez que me escribió fue para decirme que me llamaría una semana después, desde Canadá (mi teléfono figuraba en mis informaciones, pero ya lo quité).
¿Por qué? Digo, ¿por qué llamarme?
Yo visité su página y es evidente que no tenemos “nada” de que hablar, solo unos lindos recuerdos a compartir y un mensajito dos veces por año me serían suficientes. Pero no sé cómo decírselo. Me da vergüenza plantearle mi falta de motivación para establecer una relación a distancia con alguien que lo que hace es hablar de cuanto ama a su loro, auto-tomarse fotos con su celular para cambiarlas una vez por semana y afiliarse a grupos tipo “fan de menudo”.
Las que desconozco completamente. A esas las ignoro de una. Tuquiti! Clic en el botón ignorar y listo.
Las que quisiera que la tierra se las tragara. Este caso es especial. Resulta que hay gente que siempre detesté y que me detestó, o gente que por razones incómodas hice desaparecer de mi vida, que “gracias” al facebook conocieron el perdón y el amor al prójimo. ¿Qué tal? Me parece maravilloso por ellos, pero mi evolución espiritual no ha pasado por aceptar a quien me jode. Entonces a esos simplemente los bloqueo, al mismo tiempo que pongo una cara de diabla y me río bajito.
De esta manera, estimad@s lectores, Facebook me ha ayudado a conocerme (¿estrategia oculta de terapia creada para mejorar el mundo? No, eso no pasa ni en las películas de Hollywood). Me siento extraña al pensar que de repente soy una antisocial antipática, metida en un mundo donde la sociabilidad y la simpatía son una regla. Pero por ahora, ese pensamiento en lugar de perturbarme me conforta.
Hace un mes, desactivé las notificaciones automáticas enviadas directamente a mi mail, boté a un poco de gente que no son mis amig@s ni quiero que lo sean, ignoro sistemáticamente todas las invitaciones de aplicaciones y reviso mi cuenta una o dos veces por semana…
Quizás el año que viene asuma y viva plenamente mi condición de “outsider” de las relaciones superficiales y quizás le diga adiós a la red social llamada Facebook.