“Look upon me! I’ll show the life of the mind!”
I
La gata se había comido todo el dinero; estaba la pobre mujer arrepentida de haber dejado tanta plata sola; primero estuvo todo el día diciéndose que bastaba que el único día que hubiera dejado dinero sin un adulto responsable que lo cuidara, algún delincuente agarrara los billetes; para el final del día pensaba otra cosa: «¡qué hampa!, aquí la culpa es de las gatas». De todos modos, aunque hubiera estado ahí, con la plata y con la gata, no habría podido hacer nada, pues, ¿de qué sirve un torso sin brazos para atrapar y detener a una gata tan voraz, capaz de tragarse el papel indecoroso de la moneda? Imagínense el hambre de esa…
Gata amorfa, como su dueña: ésta sin brazos, aquélla con uno de más. Mujer pobre, como su gata: la primera sin plata, la segunda sin pelos. Viven juntas dueña y mascota, y se complementan así sus faltas y querencias, pues lo que tiene una le falta a la otra, y lo que le sobra a la otra lo quiere la una. La felicidad de ambas está limitada dentro de la red de la miseria que las envuelve y conecta, dejándolas atrapadas dentro de la pobreza y el frío indeleble que nos acosa cuando nos falta el pelo. Es tal la manera en que ambas se completan, que han llegado al punto en que sienten las faltas y los excesos de la otra, la mujer ha olvidado que carece de brazos y la gata no siente frío en las noches arropada en el cabello de…
Ella, que en sí misma es tan bella, y viene a ser castigada con la maldición de los muñones que sobresalen de sus hombros. Si se le viera únicamente la cara se diría de inmediato que es la mujer más bella del mundo, pero no es más bella que la Venus de Milo, e incluso si se bajara la mirada poco a poco… la marca perfecta de su clavícula, con el hoyuelo de los cuellos vivos que insinúan una analogía perversa… el roce de sus hombros extraordinariamente redondos y brillantes, tan simétricos como… los senos escondidos bajo una blusa roída por polillas y ratones, y con acabados de vanguardia cortesía de las pestes fluviales que viven bajo las pasarelas… el abdomen igualmente oculto bajo esos hermosos estampados de humedad y moho, en donde reside precisamente la carencia de la gata… la separación del cuerpo en dos apéndices desnudos, un poco más oscuros que el escote por falta del fútil agua… que terminan abruptamente, como una sinfonía incompleta, en un par de pies descalzos, con curvas incongruentes y tuétanos venosos. Pero después, cuando uno aleja la mirada (si es que decide hacerlo) se encuentra que la cara se desvanece de nuestros ojos, que el pelo es liso por un milagro anormal de la naturaleza, que la clavícula ya no se ve, que los hombros de alguna manera no tienen sentido, que los senos y el abdomen fueron reemplazados por el camisón sucio, que las piernas en verdad son medias rotas que caen desde el fondo de la falda, que los pies se hunden en la mugre ribereña; y que no hay manos que pidan limosna ni brazos que se doblen con…
Gracia que sí tiene la gata, y multiplicada por cinco. No hace falta volver a decir que era calva, a excepción de los bigotes erosionados por el barro y las hojas afiladas de la ribera que la arañaban con ironía cuando paseaba por allí. La gata era tan dueña de la mujer como lo era ella de la gata, porque ambas lo compartían todo, era la mejor manera que encontraban para sobrevivir en ese río citadino que oscurece las…
Pieles que se arrugaban con el curtir del aire hediondo y el humo urbano de la edad y los años, eso que llaman smog. Mujer y gata viejas, sentadas y aburridas junto al río, pensando en el hombre que la rechazó, no por mocha, sino por su desdicha, y en el macho que no encontró cómo aparearse por el tentáculo absurdo que le crecía junto a la cola. La desgracia de la mujer era distinta a la de la gata, porque sufría por tener menos y el animal por tener…
Más amor, de paso, tenían guardado ambas en sus corazones damnificados, y que dejaban salir de década en década con actos repugnantes. ¿Cómo suplantar la falta de hombre, la falta de plata? ¿Cómo sustituir la querencia de macho, la querencia del último maullar extático? Pues con el amor mutuo que se expresaban ambas cuando creían que nadie las veía. Pero este humilde servidor las vio un día, caminando solo por el río y oculto bajo el techo rugiente, el cielo opaco de los motores, en el que estoy seguro sería su última expresión de amor, pues ambas criaturas sufrían de vejez y pobreza; vi el color del pus,…
Blanco el fluido, mezclado con el blanco de la saliva de la gata, confundiéndose en la inmaculada concepción de la grotesca…
Locura animal, que se combinaba con el absurdo de que la gata escupía luego bolas de…
Pelo que resultaba ser de aquél oculto debajo de la mohosa…
Falda femenina, tirada a un lado del río…
Solitario era el cielo de la noche en que las vi…
Amándose solas,…
Dentro del círculo…
Prohibido de la perversa…
Calvicie y…
Amputación.
II
¿Cómo vive una mujer pobre sin brazos? No puede pedir limosnas, las caridades se le van volando (o se las come la gata), y es más triste la impotencia del no poder atraparlas que la vergüenza de ser diferente, verdaderamente duele más ser…
A la hora de la verdad, no duelen los muñones… sólo crujen las tripas. Los fantasmas de los miembros que nos faltan son nimiedades al lado de las ánimas de los hambrientos. Espíritus vivos, astutos, que saben muy bien a quién pedirle plata y a quién acosar por las noches, dejando bien desnudos esos hombros perfectamente esféricos e intimidantes; y lo último que ve el desgraciado que lanza las míseras monedas al suelo (no por convicción, sino por propia seguridad) es la asquerosa sugestión del hoyuelo del cuello de la vieja, que deja a la mente del hombre sumida en un inicuo estu…
Y mientras se aleja el autor del regalo, puede ver de reojo a un felino pelado montándose por la espalda de la mujer, sostenido como lo estuviere el perico de un corsario, mordiendo golosamente el dinero del suelo que le había dado… parecía casi como si contara las monedas, saboreando con cada número el metálico sazón del cinc: uno, dos, tres, cuatro,…
El sonido de las monedas reverberando con el maullido de la gata perseguía al dadivoso samaritano, de una acera a la otra. No veía a la mujer, pero sí al hoyuelo de la clavícula: en un bache del camino, en la mirilla de una puerta, en la luz roja del semáforo, en el cañón de una pisto…
Mil gatos parecen salir de las esquinas, con monedas en la boca; en efecto devolviéndole mil veces la caridad, como le dijo la vieja limosnera sin brazos con los que pedir. Mil gracias son dos palabras peligrosas, nadie quiere un favor devuelto tantas veces… sobretodo uno con tan poco significado como la dádiva misericordiosa. Píen los pájaros nocturnos al hombre pío que piadosamente otorga su piedad a la menesterosa de los pies embarrados, pero píen, no por alegría, sino por temor al ver acercarse esas cinco mil…
La mujer dobló la esquina llamando a su gata, que se había llevado el dinero… seguro y se lo había comido. La tonta no pudo esperar a que su dueña comprara buena comida, pero ello era comprensible, pues cuando a uno le falta plata, cualquier tenue brillo trae a la famélica mente la asociación inmediata del alimento, y el impulso no es invertir sino consumir… hasta el barro alumbrado por la luna parece suculento ante los ojos de la gata anormal. Entonces a la mujer se le ocurrió una idea, milagro que se antepuso al hambre del cerebro, y dedujo que uno, siendo humano, y sólo por serlo, ya juega a ser Dios. ¿Cómo se atreve alguien a trocar la miseria natural de los miserables? La limosna es un escape fatuo de la realidad inminente, que sufre, que pide, que respira con pesadez, que vive, que…
Duele, sí, duele mucho. Duele dormir en el fango, duele cargar con los fantasmas de lo que alguna vez fueran codos y dedos, duelen las tripas poseídas por los demonios de la calle, duele vivir con cinco mil patas persiguiendo a misericordiosos extraños; pero la mayor ironía del dolor y del sufrimiento, es que duele más la pobreza, que es tan común, que la falta de miembros, que es extraordinaria. Duele el sol y duele el frío, ¡ay, que queman, a…
Pongan las miserias en una balanza, ¿pesan más las monedas o los brazos? Los brazos, por más enjutos que sean, siempre… ¿qué falta más?, ¿lo que más pesa? No, falta más de lo más ligero, de la moneda. Pero la falta de brazos es absoluta, la del dinero se solventa con los transeúntes asustados… faltan más los miembros que el porvenir de los fiambres… verdaderamente, falta la ma…
No hay belleza en los relatos de miseria. Qué estética ha de encontrarse en las amputaciones. Las querencias y carencias son siempre feas, bien falte amor, o moneda, o extremidades. Mujer pobre de manos y bolsillos, ¿qué duele más? No habla porque su amiga no ha llegado, anda repartida en mil compañeras igualmente amorfas persiguiendo al pobre hombre generoso. Pero es ella la que tiene la respuesta al sufrimiento, se esconde en su calvicie, la tiene esa…
En efecto, la gata muere por pobre y no por tener cinco patas.
Animus a Nemo,
Diciembre de 2008.