Extranjera

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De extranjia! Chiste malo, muy malo de mi mamá. He allí mi primera condición de extranjera: no entiendo los chistes de mi mamá. Soy extranjera en mi casa, en mi familia, en mi barrio, en mi ciudad, en mi país. No entiendo, me pierdo en la traducción de lo que hacen ellos. Esos, los que sí son de aquí. O de allá. Da igual. Ellos son de algún lado, yo no. Ellos pertenecen, se saben parte de un algo, que a lo mejor inventaron hace 20 minutos, pero uff! son de algo. Que suerte! Tienen códigos. Los códigos lo son todo en la vida. Te hacen alguien dentro de algo. Los conoces, los manejas, los intercambias y no necesitas más nada. Tus uñas hablan más por ti que tú mismo. Es el código. La cadencia al caminar y ya sé quién eres. Un mechón morado y las trenzas de tus zapatos, ¿para qué necesitas una cédula? Eres un afiliado, un miembro, y ese es el orgullo más grande. Tengo que ponerte la música que a tí te gusta, para que te sientas pez en el agua. Tu mundo lo cargas encima y lo llevas a todas partes. Entonces serás auténtico donde estés. Los códigos, no hace falta decir mucho. Pero no entiendo, no manejo el código, lo siento. No soy de aquí, compréndeme. Tampoco de allá. No, nadie me explicó, perdón. Creí que hablábamos el mismo idioma. Que habíamos nacido en la misma tierra. Dos metros más allá y eres diferente. Perdón, soy diferente. Sí, soy yo la diferente. Es que no tengo código, se me perdió o quizás nunca lo tuve. O tal vez lo cambio con mucha frecuencia. O tal vez he inventado el mío propio y tú no lo entiendes. Explícame el tuyo. Es la única forma. Porque la verdad, no te entiendo. Ni siquiera entiendo los chistes de mi mamá. Es que soy extranjera, entiendes?

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