Ayer fui a ver Crepúsculo y tengo una sola palabra: INCREÍBLE. Por supuesto, ni la crítica ortodoxa, ni los periodistas convencionales tendrán la habilidad y mucho menos la paciencia para entenderla.
Si acaso la verán con desgano y desdén, acusándola de aclichetada, oportunista y demás lugares comunes, por tratarse de un producto de mercado basado en un best seller. Algo cercano a un delito para cierto pensamiento rococó mal formado en nuestras academias de comunicación social.
Los típicos y tópicos prejuicios de la intelectualidad maniquea venezolana, mal formada en la relectura postmarxista de la escuela de Frankfurt, según la cual, la cultura de masas es el sinónimo de la alienación apocalíptica de la sociedad occidental.
Como diría Baricco, la clásica metaqueja de los garantes de las bellas artes, de los civilizados refinados en contra de quienes reivindican a los géneros menores. Es decir, los supuestos bárbaros de la decadencia estética, made in Hollywood.
Pues bien, más allá de las evidentes pretensiones mercadotécnicas del largometraje, “Twillight” merece destacarse por encima del montón y analizarse con detenimiento.
En principio, es una película brillante dentro de su modesto ejercicio de revisionismo gótico, a camino entre la cinta de vampiros, el melodrama shakesperiano a lo Romeo y Julieta, y la teen movie posmoderna. Todo muy bien deconstruido y procesado para esta generación, pero desde un curioso distanciamiento irónico, dotado de un acertadísimo humor negro.Cine licuadora que llaman, al estilo oriental de Takeshi Miike, por poner un ejemplo.
Ojo porque la película se las trae y contiene tres secuencias para la historia: un almuerzo familiar de presentación de la novia, tipo Burton, una parodia de un juego de béisbol de superhombres a lo Harry Potter y la secuencia final en la Prom Night, donde los protagonistas terminan por revelar su completo alejamiento del mundo y de la realidad, gracias a una generosa sobredosis de amor loco, medio buñuluesco,medio viscontiniano.
Incluso, el carácter festivo y semiderruido del desenlace me recordó la melancolía de Antonioni en “La Noche”, aparte de evocarme el sentimiento crepuscular de Fellini en “La Dolce Vitta”, cuando la pareja central hace obvia su mirada cínica sobre el contexto de una frívola celebración estudiantil.
Las referencias también incluyen homenajes trasgresores al western al dente de Sergio Leone y al filón expresionista inaugurado por Nosferatu, aunque filtrado por el prisma de una sensibilidad concientemente kistch, cuya cursilería funciona en dos niveles, para amantes convencidos de la tragedia romántica y para incrédulos de cualquier especie. Lo importante es saber diferenciar una cosa de la otra o el grano de la paja.
Por último, el subtexto abriga no pocas interpretaciones sociológicas y antropológicas con respecto a la generación de relevo. A veces, la pieza adquiere, por vía ralenti, el toque metafísico de un estudio adolescente de Gus Van Sant. Por ratos, la banda sonora y el montaje asumen el ritmo del terror juvenil empaquetado de los ochenta, siempre en la tradición de “The Lost Boys”. Luego, el mensaje de fondo insinúa una sugerente tensión racial y étnica, como correlato de la historia original.
En tal sentido, el argumento explora las relaciones interclasistas pero propone una solución políticamente correcta a ellas, próxima al acercamiento de ricos y pobres en «Titanic». Sin embargo, el epílogo logra deslastrarse de la promesa demagógica y populista de reconciliación, al introducir a la figura de un secundario amerindio, dispuesto a no caer rendido ante el glamour del chupasangre seductor. De igual modo, por aquí parecen abrirse las puertas para la segunda parte. En último caso, el film se atreve a proponer un comentario ácido de la relación de la élite blanca con la minoría arrasada de Estados Unidos, en el interior de un blockbuster sin complejos.
Por eso, la adaptación reclama ser percibida como un caballo de Troya, cargado de innumerables contrabandos ideológicos. De todos ellos, cabe rescatar el medular y el vertebral: la intención de la película consiste en proyectar el forzoso cambio de identidad del discreto encanto de la burguesía acomodada, obligada por las circunstancias a renunciar a sus tradicionales ritos vampíricos, heredados del pasado.
En efecto, el Drácula de la partida proviene de un linaje antiguo, de sangre azul, y su lucha radica en pretender bajar de su torre de marfil, para convivir con los ciudadanos de a pie, de a tú a tú. Por encima, su condición aristocrática lo convierte en un perfecto arquetipo de los príncipes neonazis de la casa Windsor. Por algo, sus rasgos arios son reforzados por la puesta en escena.
Pero al mismo tiempo, vive su conflicto de intereses al imponerse una dieta vegetariana, para evitar comer carne humana, de gente humilde por cierto, como sí lo hacen sus congéneres. En ello, podemos atisbar el mismo complejo y el mismo rollo sufrido por los jóvenes protagonistas de “Teen Wolf” y “Vampiros en la Habana”, debatidos entre el dilema de aceptar su naturaleza animal depredadora o domesticarla a punta de golpes de pecho.
Por desgracia, el agridulce happy ending de “Crepúsculo” busca la conclusión menos traumática para el público.Esto es, la redención absoluta de la pasión del monstruo y la domesticación de su instinto carnal. Por cierto, a diferencia del clásico de Bram Stoker, el Drácula de «Crepúsculo» se abstiene de chupar la sangre, de poseer sublimadamente, al oscuro objeto de su deseo, en un giro de tuerca tan conservador como propio de la reprimida época actual, condicionada por los hilos de la gestión republicana.
Sin duda, “Twillight” sería mejor si no contuviera sus energías sexuales; si se inclinará por el desenfreno erótico de un Coppola o de un Neil Jordan. Ni hablar de un Warhol.
Sea como sea, se trata de un encargo fuera de lo común.
Posiblemente, para nosotros, la primera sorpresa del año 2009. Un tesoro oculto a la espera de gente que lo quiera descubrir y valorar en su justa dimensión.
Nuevo regreso del relato canónico, de las sagradas escrituras de la meca, pragmáticamente remozadas y refrescadas para continuar sacándole provecho en el tercer milenio, de cara una audiencia con ojos relativamente diferentes a los de ayer.
Buena vaina, yo también la tripeé. Me recordó mucho al Vampiro de Polidori, un regreso a los orígenes del mito pero ultra posmo. Sin duda lo mejor es la cena en la casa de Edward. Y la visión de la policía creo que da para mucha interpretación.
Los siguientes capítulos serán aún más interesantes. El indio resulta que es un hombre lobo. Y se arma un sal pafuera racial bien interesante. Pero lo mejor es el cuarto libro, cuando Edward preña a la jeva. Y la jeva postrada embarazada con un bebé vampiro que pesa veinte kilos y la está matando. Tim Burton con Kafka en las rocas.
El peo sexual es porque la autora es mormona. No se le pueden pedir tetas al horno. Pero qué coño, lo que hizo tiene mucho valor. Y Catherine Hardwicke sigue siendo una de las voces nuevas más interesantes de EEUU.
Por cierto, Diario de un mal año de JM COETZEE. Sendo libro. No lo peles.
que cochino y machista eres JJ seas quien seas…
Gracias por comentar, JJ. Interesante el punto sobre la autora.
Flor, vuelve a leer el comentario de JJ, porque no lo entendiste. Si fuera machista,él no diría lo siguiente: «Y Catherine Hardwicke sigue siendo una de las voces nuevas más interesantes de EEUU».
Saludos a los dos!
Rechazo categóricamente la comparación entre Rico Mc Pato y el gorila maluco de la película MACURO. Es un error que no me esperaba de un crítico tan efervescente como punzante en sus prosas. Si bien es cierto que el plumífero es el dueño y señor de patolandia, Rico Mcpato no es un personaje atravesado por la mediocre moral de roble que construyó el director/guionista de ese film. Porque en sus aventuras, Rico Mcpato ríe, llora, da su brazo a torcer, ayuda, claro es avaro, pero también aprende de sus nietos paticos: Hugo, Paco y Luís. Por lo demás, la crítica está sabrosita, ají, comino, adobe, sal, pura guasacaquita y que además es la plataforma de ataque verborrágico para este gobierno y su cine de cartulina. Estamos hartos de la novelacracia en las películas, estamos hartos de la cámara sin criterio de ese tridente espantoso Elia Schneider, José Novoa y la fotografía detestable, patética y estudiantil de OSCAR PEREZ. Porque te digo una vaina cobrita, tu no le paras bola a la fotografía como elemento expresivo del lenguaje cinematográfico (por lo menos en tus críticas no hablas de ella tanto como quisiera) pero yo te explico, que si una peli venezolana tiene a un Director de Fotografía como OSCAR PEREZ, es una empresa destinada al fracaso desde el vamos. Saludos mi pana.
Perdon si escribi en el post de CREPUSCULO. Pero es que la critica de macuro estaba sabrocita vale
Y por qué es mala la fotografía del carajo que dices? Porque a ti te da la gana? Si vas a hablar paja de un modo tan petulante, hazlo con fundamento
Pana, tu viste EL DON? Cero composicion con colores apastelados horrorosos, como una especie de franela chimba de la hoyada lavada 10 veces con ACE. No existe ni un solo plano potable en la pelicula y el uso de la camara en mano es realmente lamentable, como si el canalla hubiese estado grabando a tribilin en disneylandia. Mencion aparte: el plano contrapicado sin continuidad fotografica del don adolescente diciendole al policia (obviamente corrupto, claro) «yo soy Antonio Caicedo» Para despues volver a otra puesta horripilante. A mi que no me vengan a decir que es culpa del Director ( detestable tambien) porque un buen df es el responsable del plano, de la estetica pictorica, de la composicion y de la expresividad visual del filme.