Nuestras sociedades parten de un precepto equivocado: la idea según la cual la democracia es el mejor sistema político que existe. Tal idea presupone que hay un constructo llamado “democracia”, una idea platónica perfecta, que basta aplicar en un país dado para alcanzar el máximo de felicidad, justicia y libertad. Venezuela, mi país, es la prueba viviente del fracaso de tal modelo, un paciente epiléptico que sigue retorciéndose de espasmos a pesar de la lobotomía.
No es que la democracia no sirva. A los griegos les fue muy bien, con su sistema donde no votaban ni los esclavos ni las mujeres. Dicen que en Noruega y Suecia funciona. En Europa y hasta en los Estados Unidos, los sistemas políticos erigen puentes, discuten el seguro social y hasta encarcelan políticos cuando hay escándalos de corrupción.
Sucede que la democracia, en cualquiera de sus variantes, es un sistema de representación basado en la retórica y la capacidad de crear consenso a través del discurso. ¿Cómo funciona eso? Es sencillo: Busque en internet un debate en la house of commons o en la asamblée nationale, y verá a un orador intentar convencer a sus colegas, del partido que sea, de lo oportuno, veraz y efectivo de sus argumentos. Entre exclamaciones de indignación y una que otra denuncia a viva voz, usted verá cómo luego hay una votación: Los representantes parecen apelar a sus conciencias e incluso votan en contra de la línea del partido (sin ser sancionados por ello).
Por supuesto que esto no es más que la pantomima pseudo griega con la cual mantienen a la gente como nosotros contenta, ya que todos sabemos que la política, la realpolitik, se juega tras bastidores. Pero aunque sea desde un punto de vista formal y encopetado, cualquiera puede constatar la diferencia entre esa pantomima europea y la simulación de gallinero que tenemos nosotros en nuestra asamblea nacional: Un espectáculo lamentable donde podemos ver a un puñado de irresponsables borrachos y putañeros robarse el erario público bajo nuestras narices. Sí, también es una obra de teatro, pero si en Europa ellos se fajan a presentar MacBeth, acá lo que tenemos es un teatro de Chacaíto venido a menos, una bailanta Sensacional con todo y los griticos de, orquídea, orquídea, y la animación hecha en comodoro 64 que cambia de color según el frenesí que los Salsa Kids despiertan en el público de gallera.
La diferencia fundamental salta a la vista: Es el rol del lenguaje en las sociedades. Los griegos, grandes inventores de la retórica y la filosofía, eran estudiosos acuciosos de la palabra, su capacidad de engañar y lo inmoral de la mentira. Los europeos son capaces de hacer contratos verbales y producir arreglos conversando. Nada peor para un francés o un inglés que romper su palabra: Si usted prometió que vendría a la cena y no se apareció porque estaba pasando la pea del día anterior, pues es mejor que no muestre su cara más nunca, porque el escarnio social es insoportable.
En ese sentido, no es exagerado decir que en Venezuela las relaciones lingüísticas se basan en la mentira, el cuento chino y la excusa inverosímil. A usted lo estafa todo el mundo, desde el vendedor de películas piratas que le dice que “no está grabada en el cine”, hasta el tipo que lo choca y le da una tarjeta de su “empresa” porque “tiene una emergencia” pero él “seguro le paga la mica”, con lo cual usted se pasa la tarde llamando a un teléfono equivocado o desconectado. Somos una sociedad de moral podrida, y eso no lo puede negar nadie. Acá la gente lee la Biblia y aplaude lo vivo e inteligente que fue Judas. Si acá hubiesen llegado los Nazis, los venezolanos hubieran delatado a más judíos que los polacos. Acá, hasta a Ana Frank la hubiese sacado a patadas su propia familia el primer día. No hubiera podido escribir ni su nombre en el diario antes de que un vivo la vendiese por treinta monedas.
Esta situación sólo se ha agravado con la aparición de dos grupos autistas que juran que tienen la razón y acusan al otro de destruir al país. El gobierno bebe su café con codeína por las mañanas y sale a delirar sobre el fin de la historia y la alienación de las clases oprimidas, la oposición se toma su té con anfetas y sale a ver la cara de Chávez en todos lados, desde las colas de Caracas hasta el conflicto en Gaza. La verdad es que ninguno asumirá jamás que el otro habla sinceramente, que quiere lo mejor para el país y sus ciudadanos. No podemos creerle al otro bando porque ni siquiera les creemos a nuestros compatriotas, porque acá el fin justifica los medios y si estás casado pero te quieres coger a la mami explotada de buena del café, lo mejor es que le mientas, escondas el anillo y la dejes tirada al día siguiente para reírte de ella con tus amigotes mientras juegas dominó y tratas de pasar agachado o palmar piedras.
Somos un país de asquerosas contradicciones, de mujeres de tetas operadas a lo yuyito pero que se quejan de no conseguir su príncipe azul y de que los hombres las traten con el mismo respeto que a Jenna Jameson, de hombres que montan cachos pero son capaces de asesinar a la esposa a lo caracortada si la encuentran hablando con un amigo. Somos un país de gestores, de abogados corruptos y oficios inútiles como asensorista o cuidador de carros en la calle, somos el país de la disculpa y la viveza. Así que no es de extrañar que los diputados sean nuestro reflejo, y que por eso los odiemos. Detestamos a los políticos porque están hechos a nuestra imagen y semejanza, porque son la proyección freudiana de nuestro fracaso como intento de sociedad, porque el mismo campamento desordenado de chaborros que se reúne en la asamblea no es más que la fotocopia de nuestros barrios y urbanizaciones.
Queremos destruir ese lado oscuro sin jamás enfrentarlo, queremos negar la realidad, queremos creer que somos diferentes, queremos ser los primeros ímprobos del país pero tarde o temprano todos lanzamos la frasecita, “y entonces le di sus reales al policía, porque sabes cómo es todo aquí” y nos revolcamos en la inmundicia venezolana tragando mierda como los cochinos de corral que somos.
Al final, todos sabemos que esto no se va a arreglar, que jamás vamos a llegar a la felicidad socialista, ni en el siglo XXI ni en el de arriba, que nunca se van a reconciliar los dos bandos de ladrones, y a pesar de que vemos el humo y olemos a quemado nadie quiere decirlo. Aquí el discurso es una cosa y las ideas otras, aquí nadie cree en el discurso, por eso es que, a pesar de alabar los progresos y avances de la revolución, el funcionario se roba hasta el tobo de la basura. Porque sabe que es pura paja, sabe que esto no va para ningún lado y es mejor aprovechar mientras se pueda. Del otro lado, la oposición no cree en su discurso simplemente porque no tiene discurso, aparte de las pataletas infantiles que recubren sus deseos de ser el bebé que chupa la teta, sin mucha idea del porqué.
Esa es la realidad, por eso es que la democracia aquí no funciona ni funcionará: Porque nadie toma en serio al otro, nadie habla con la verdad y nadie está dispuesto a defender sus ideas. Llegó la hora de sentenciar la muerte de la política como discurso en Venezuela. Pasemos a otra cosa. Al juego de metras para dirimir asuntos políticos. A la partida de bolas criollas. Al juego de tonka entre el gobierno y la oposición. Pero esta política de opereta valurda ya llegó a su límite y es sólo derrumbando todo el estamento político y social que lograremos, tal vez, construir otra cosa. Si el motor de tu automóvil se funde, no es cambiando una tuerca aquí o allá que lo vas a arreglar. Acepta que se fundió, dale sus palazos, muélelo hasta el polvo y luego ponte a pensar cómo construir una bicicleta. Y de pronto por allí avanzamos. Quién sabe.