Mercurio, VI

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Mientras Luisa moría, una ventana en la lejanía se coloreaba de blanco, contrastando con la noche. A través de ella una cama se agitaba, cubierta de edredón y sábanas infantiles donde durmiera un niño, el mismo que acababa de prender la luz de su habitación al ser su sueño interrumpido por un golpe reverberante en la distancia, casi como un fuego artificial pero más breve y más seco, sin luces. El niño se asomó a su ventana buscando el origen del ruido y con la esperanza de volverlo a escuchar, pero no se repitió, por lo que regresó a su cama sin poder dormir, todavía con el eco del golpe demasiado cerca de sus oídos. La curiosidad, sin embargo, le ganó al sueño, así que fue a despertar a sus padres y preguntarles qué había escuchado; les describió el sonido y la madre, que ya había oído cosas semejantes durante esa semana, dedujo que, efectivamente, eran tiros, sólo que esta vez el niño pudo señalar claramente al galpón que había en el fondo de la loma, escondido entre densos árboles suburbanos. Ya no necesitaban nada más.

* * *

Era como si ninguno de los dos pudiera creer lo que había pasado: el cuerpo de Luisa en el suelo con el sencillo tatuaje del disparo en la cabeza era una imagen que nunca creyeron que iban a ver. Julieta permanecía fija en el hueco de la frente, que parecía derretirse por la sangre que de él salía, pero Ramón ya no veía el cadáver sino el maletín lleno de dinero que yacía al lado suyo, sabiendo que ahora le pertenecía completamente.

—Necesitamos dormir un poco—dijo Ramón sin despegar su mirada de la maleta, sintiéndose tan agobiado como Julieta, quien asintió sabiéndose igual de cansada.

Ambos fueron al cuarto con la esperanza de descansar pero, al recordar que el cuerpo de Alfredo seguía allí, decidieron dormir lejos de él. Ramón arrastró el colchón del catre hacia afuera y allí se acostó Julieta, durmiéndose casi inmediatamente y quedando sometida a un sueño muy semejante a la visión que había tenido cuando la luz la obligó a cerrar los ojos.

Ella podía verse a ella misma por detrás, sólo la silueta de su pelo largo y la del resto del cuerpo dándole la espalda, pero en frente de la silla donde yacía el cuerpo desmembrado de Alfredo, que poco a poco se veía rodeado del cadáver de Reinaldo, de Alberto, de Rafael, de Luisa y el de la vieja, la única que estaba levantada y parecía no estar muerta. Justo encima de la silla seguía colgando el termómetro con su depósito de mercurio que brillaba como la luz que se había colado por la puerta el día anterior. Éste crecía conforme ella se acercaba, pero no por perspectiva sino que, ciertamente, crecía en tamaño, rompiendo el cristal y desbordándose del termómetro, inundando todo el galpón en la venenosa sustancia. Sin embargo, Julieta no temía, ella permanecía viendo impasible la escena, y viéndose a ella ver impasible la escena: observando sin la menor curiosidad que la vieja estaba ahora encerrada en el sarcófago, pero estaba viva; que de los muñones de Alfredo surgían joyas, probablemente las que adornaran a la muerta, y que del cuello, en donde antes hubiera una cabeza cegada por los hielos, nacía otra, pero con facciones muy distintas a las de él… se parecía más a la de alguien más cercano a ella, un hombre que ya había llegado a amar… el único que la acompañaba en el sexto día en el galpón de la masacre.

La despertaron las sirenas de la policía, estacionada afuera del galpón y anunciando que los habían rodeado, que soltaran al rehén y que se entregaran pacíficamente. Julieta estaba asustada, no ya por la pesadilla que acababa de tener, sino porque estaba segura de que agarrarían a Ramón. Se levantó y lo vio sentado en la mesa, cabizbajo; ella se acercó casi llorando y vio refulgir un cuchillo que tenía el criminal en su mano izquierda. Subió la cara y Julieta vio que estaba cubierta en lágrimas, pero no dijo nada, ni él tampoco lo hizo. La mujer cerró los ojos y escuchó un leve chillido, que no duró demasiado y, al volverlos a abrir, vio a Ramón degollado por su propia mano encima de la mesa… junto a él, una nota.

«Escondí el dinero bajo el árbol más grueso que veas al salir del galpón, a unos tres metros a tu derecha. Si me dejo encerrar no podré volverte a ver jamás, y eso es más tormentoso que el simple matarme en silencio, para que te dé tiempo de leer esta nota, memorizarla y destruirla. No hace falta que te diga que te amo». Al leerla fue que Julieta empezó a llorar: Ramón la amaba. No le importaba que hubiera escondido el dinero para ella, ni el detalle de haberse suicidado en silencio para que la policía no entrara de golpe, ni las instrucciones de destruir la nota: sólo su amor le era importante.

Abrazó el cuerpo de su captor y lloró sobre él incansablemente. No se detuvo a pensar por qué la policía no había entrado todavía. En unos minutos se cansó de llorar y simplemente se quedó aferrada a la sangre de Ramón, sin saber qué hacer, sólo con una sed extrema. Levantó la cara buscando bebida pero sólo vio el termómetro en la pared que, por la refracción en las lágrimas y por la leve luz que entraba en el galpón, se le antojó como gigantesco y deslumbrante. En él, el mercurio, más grande y más brillante que cualquier otra cosa a su alrededor.

Se acercó sin secarse las lágrimas de la cara, caminando en línea recta hacia el termómetro y tanteándolo luego con los dedos. Cuando finalmente lo tuvo en sus manos, regresó a la mesa y lo golpeó contra ella, a la par que los policías, tras escuchar los golpes, trataron de derrumbar la puerta. Era una música sórdida, el golpear de la puerta y el romper del termómetro, pero su nota final tenía que ser el mercurio, derramándose por los huecos. Caía como agua, y como agua se le apareció a Julieta, quien lo bebió instintivamente, hasta la última gota. Agonizando, se abrazó al cadáver de Ramón, vomitándole el metal encima y arruinando completamente el papel donde estaba escrito el secreto del dinero, tal como su captor le había ordenado.

Animus a Nemo,

Febrero de 2009

3 Comentarios

  1. esta muy bien es un poco tradicional creo, pero pareces mucho a gabriel garcia marquez… intenta experimentar con una tecnica literaria que no haga bostezar a las masas de bachillerato… aunque no se si eres un carcamal o un chamin… si eres un chamin deberias escribir como chamin y no como un carcamal…

  2. A mi me gusto aunque creo que debió haber sido una historia mas visceral, con una descripción mas cruda de las situaciones de tortura y violencia acorde a la realidad delictiva del país, aunque claro, me imagino que es cuestión de gustos.

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