Miro un homenaje al poeta extranjero, Benedetti, en el canal del Estado. Ese mismo canal del Estado acostumbrado a celebrar el silencio. Que armó una fiesta de silencio cuando murió el descubridor de nuestra palabra, ese maestro del asombro que fue Montejo.
Pero no quiero detenerme en mezquindades. El canal del Estado siempre estará destinado a ser un nido de víboras. Perdón, vivarachos. Perdón, hijos de puta. En cambio, quisiera agradecer:
Supongo que debo dar gracias al poeta, por todas esas veces en las que su palabra fue oportuna, justa, necesaria. Por todas las veces que deleznablemente utilicé su texto para inducir un pestañeo, secuestrar una sonrisa. Por la urgencia y la conciencia. También, debo agradecer a Subiela y a Grandinetti por la corporeidad, a C. por aquella Tregua, a B., por dejar caer sus párpados. A MdL por ese Inventario negro y a D. por arrebatármelo a mitad de verso. Debo agradecer a A., por esa lógica demoledora de quien no se deja engatusar por la zalamería hueca de los poetas.
Mujeres. Habría que agradecer a las mujeres. Quizás no al poeta. El poeta es hombre, después de todo. El poeta puede caer en la seducción de lo absoluto, ser víctima de los -ismos. El poeta puede morir. Si, habría que agradecer en todo caso a las mujeres, es decir, a la literatura.