Cuando a mediados del siglo XV Gutenberg inventó la imprenta, introdujo a la humanidad en una emocionante aventura: la búsqueda del criterio propio. Sometidos los textos a la consideración de un mayor número de personas, la verdad dejó de ser patrimonio de las dictaduras eclesiales para ser discutida por la mayoría. Entonces la humanidad pudo gritar: “¡el Rey está desnudo!”. ¿Recuerdan el cuento? Unos pícaros charlatanes llegaron al reino diciendo al Rey que tenían una tela invisible que sólo los inteligentes podían ver. Tocado el orgullo intelectual del monarca y sumando a ello su debilidad por los trajes no se habló más: los supuestos sastres confeccionarían la prenda. El Rey convocó a sus súbditos para que vieran en un desfile el traje no sin antes advertir que sólo los inteligentes podían ver la tela. De entre la multitud asistente un niño gritó con inocencia reveladora: ¡el Rey está desnudo!
Tenemos un patrimonio inmenso en la lectura. La posibilidad de considerar otras realidades o conocer mejor nuestras circunstancias son opciones a las que no debemos renunciar. Leer puede lograr que de una vez por todas despeguemos como sociedad y comencemos a ver la vida desde una perspectiva más ventajosa, dotados de más conocimiento de nosotros mismos y de los demás. Un país que lee es un país que ha comenzado a madurar, es una sociedad que no se dejará engañar por el primer charlatán de feria (léase políticos y similares) que le susurre al oído sus peculiares cantos de sirena. La lectura es, en muchos casos, una suerte de cura contra los mentirosos.
Hay mucho entusiasta de la ignorancia. Hay mucho interesado en convertir América Latina en una sociedad de hombres y mujeres que prefieren el conformismo antes que el conocimiento. Leemos en la prensa o escuchamos en televisión o en la radio auténticas barbaridades políticas, intelectuales (incluso religiosas) que se tienen por verdad por el simple hecho de haber sido dichas por tal o cual doctor o licenciado. Hemos de gritar de una vez por todas ¡el Rey está desnudo! sin el más mínimo rubor ya que el criterio debe residir en las conciencias, no en los reyes tuertos de un reino de ciegos. La lectura nos sumerge en ese maravilloso problema que el invento de Gutenberg inauguró hace siglos y que es señal de libertad: la búsqueda del propio criterio.
Esa búsqueda a través de los libros no es tan difícil como parece. El cuento que abre éste artículo es un cuento para niños pero encierra una enseñanza capaz de transformar la vida de nuestro país. Sólo hay que volver a los libros, a las historias de siempre. Daniel Pennac dice en su libro Como una novela lo siguiente: “leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta”. Confiar en que podamos gritar ¡el Rey está desnudo! para vergüenza de los tuertos entusiastas que reinan en el país de la ignorancia.