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Miel de zánganos

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A propósito de los dos años del surgimiento del Movimiento Estudiantil, quería tratar de hacer una fábula que representara, más o menos, para bien o para mal, la realidad del país en estos tiempos aciagos de la primera década de la kakistocracia indefinida (poder de los pésimos, sí, pero de qué ideología, todavía no se sabe a ciencia cierta). La intención era hacer una fábula, como ya dije, sobre las abejas –como pudiste haber descubierto a partir del título–, pero la cantidad de símbolos y metáforas que necesitaría para representar exactamente a Venezuela no caben en un avispero… o más bien peca éste de exagerado porque, realmente, pueden reducirse todos los actores a un sólo grupo: el de los zánganos. La idea original era hacer del Movimiento Estudiantil y de la oposición en general los zánganos en mi parábola, y convertir a Chávez y a sus hordas en la Reina y sus seguidoras; no obstante, las abejas tienden a ser más diligentes que la oposición (ellas atacan, son organizadas, tienen soldados) y más inteligentes que los chavistas (sus instintos están desarrollados, no pierden elegancia, afrontan la realidad), por lo que usarlas como símbolos de la política venezolana sería poco real y una verdadera cachetada a la Naturaleza. Aun así, la alegoría de los zánganos permanece demasiado tentadora porque todos, absolutamente todos los venezolanos por vocación –es decir, los que se han resignado a (o incluso disfrutan de) tener el gentilicio del pueblo que hace doscientos años lanzó a Latinoamérica al carajo– pueden ser descritos sumariamente con esa metáfora (sin ánimos de dañar la impecable reputación –en comparación– de los zánganos en el mundo animal).
Pero, ya que estamos hablando de la naturaleza, no nos conformemos con hablar de las abejas. La política podrá encajar de algún modo en un enjambre, pero un nuevo miedo que se nos ha aparecido desde hace dos meses no necesita de una metáfora. Desde hace años todos estamos esperando el gran terremoto de Caracas, y los últimos sismos (progresivamente más fuertes) han convencido a muchos de que el desastre no está demasiado lejos. Cierto o no, empecemos por cosas más alegres: las abejas.
Con la Reina todo, sin la Reina nada

Dos años van de este virus universitario que lleva el nombre científico de Movimiento Estudiantil y todavía no se ha muerto el huésped. Los viejos líderes de hace un año ya han desaparecido y han sido sustituidos por otros peores, y que aparentemente durarán más porque no pueden ver la opción de graduarse ni en el horizonte. El más llamativo, y más inepto, de todos es líder estudiantil sin siquiera ser estudiante… espero que no haga falta decir su nombre; va de allá para acá hablando sin sentido, gritando hasta para pedir un café y dando discursos que en el fondo no contienen nada. Demasiado parecido a la Reina, que es líder político sin ser preparado propiamente para ello… verdaderamente ya hemos perdido la capacidad de sorprendernos.
Condenan a treinta años a los comisarios del 11-A sin pruebas y al término del fin de semana ya nadie se acuerda, cuando debió haber sido un acontecimiento radical en que los estudiantes y la oposición irrumpieran en la cárcel y explotaran puertas, secuestraran guardias y soltaran a los policías injustamente condenados. ¡Un poco más de la Bastilla, por favor! Pero nada de eso. Más bien, el Movimiento Estudiantil prefirió postergar sus fútiles protestas a la situación por una semana… santa. Ahí salió el estudiante que no es estudiante planeando marchas para una semana después, cuando ya estuvieran ebrios de arena y cerveza; y lo más simpático de los zánganos es que ni siquiera una semana después se hizo algo.
Otro día, la Reina acusa al líder menos apto (pero más importante, misteriosamente) de la oposición de algo que sí es culpable y ahí sí se activa todo el mundo. Marchas y actos de solidaridad con el hombre que menos necesitan, de cuya ausencia podrían beneficiarse más que nunca los antichavistas, pero su estupidez los obliga a apoyar al que cree que cien años es casi un siglo. Pero hay que admitir que fue mejor para todo el mundo que no lo metieran preso sino que se fuera del país asilado: el hombre está tan bien como muerto al no poder hablar sobre política venezolana, y si lo hubieran metido preso no hay Reina que aguante la alharaca de los zánganos… protestas totalmente inocentes, «pacíficas», pero un interminable fastidio, nada más que eso.
Mientras tanto, a los seguidores de la Reina se les van quemando las neuronas por el populismo de las abejas. «¡Miel para todos!». Ya no hay ni flores alrededor, quisiera ver de dónde van a sacar la miel para todos. Buena sería una hambruna en este momento, gente muriéndose de hambre en las calles es precisamente lo que necesitamos; evidentemente que no serán los boliburgueses ni los opositores, sino los pobres, tanto los idiotas (chavistas) como los vagos (antichavistas). Por la comida iniciarían una guerra civil en donde matarían tanto a zánganos como a abejas por igual, sin distinción: una verdadera masacre socialista, esta purga popular. El virus iniciado por el Movimiento Estudiantil no ha matado al huésped porque no comprende cuál es su misión y, sin saberlo, la oscurece con los derechos humanos: que no van a matar porque eso sería rebajarse al nivel de sus contrincantes, que no van a destruir las instituciones porque la Constitución es buena y hay que respetarla, que Venezuela es un país con gran potencial y que hay que hacer todas las manifestaciones de acuerdo al libro… Que son el grupo contrarrevolucionario más pusilánime de la Historia, mejor dicho. Los revolucionarios franceses y americanos, los independentistas sudamericanos, los ibéricos y rusos que resistieron a Napoleón, los jóvenes del ’68, los húngaros que se defendieron de los soviéticos, ¿se preocupaban por los derechos humanos? En todo movimiento que pretende socavar un poder infinitamente más grande, el fin justifica los medios, y la propia llegada al poder elimina legal y absolutamente cualquier crimen que pudiera haberse cometido en el paseo. Si de verdad los golpes de Estado no funcionaran o fueran malos no serían tan recurrentes en la Historia, pero la verdad es que todo golpe de Estado y guerra civil que culmine exitosamente termina siendo justificado… los que fracasen merecen todo el peso del castigo y la humillación universal, como el fiasco de Carmona.
Los chavistas creen que viven en un mundo donde en verdad hay miel para todos, pero se equivocan; y los opositores creen que pueden conseguir la miel pidiéndola educada y respetuosamente a un ente que no merece ni educación ni respeto, ellos quieren la miel de zánganos. Yo no soy ni-ni, en todo caso prefiero considerarme como extranjero, pues no soy venezolano por vocación sino más bien por maldición. Mientras más estudio la Historia de este país, convivo con su gente, leo sus opiniones, escucho sus discursos, veo sus gestos, entiendo sus pen¬samientos y sus costumbres, más me doy cuenta de que no hay nada en el venezolano que valga la pena defender y conservar. «¡Ay, pero cómo vas a decir eso!»: lo digo; lo único que vale la pena de este país es su geografía y eso no es gracias a los venezolanos, sino a pesar de ellos, porque ciertamente es un milagro que todavía existan playas relativamente limpias en el territorio.
Hay que hacer como en La rebelión de Atlas: todos los venezolanos por maldición que crean que valgan algo o que pueden hacer algo bueno con sus vidas o incluso por este hermoso y rico país deben irse, abandonar todo lo que tengan en Venezuela y desentenderse de la peor nación del hemisferio, renunciar a la nacionalidad y al vergonzoso gentilicio. Lo que hay que hacer es dejar que el país se pudra solo, que se revuelque asquerosamente en sus propios excrementos: en sus partidos políticos, en sus pseudo-intelectuales, en sus estudiantes que no son estudiantes, en sus Reinas que no son educadas… en su gente.
Lo que necesitamos

Más de un cura ha estado diciendo por ahí que «a partir del domingo [pasado] se viene el terremoto». Una predicción bastante inexacta –como todo lo que proviene de los sacerdotes– pero bastante esperanzadora. Una calamidad, un desastre natural es justamente lo que necesitamos si queremos salir del pozo séptico en el que nos han metido los políticos y los aspirantes a políticos de este país. Hogares destruidos, monumentos destrozados, edificios derrumbados, instituciones pisoteadas por la gente en las calles quebradizas, un Estado en crisis y en peligro y una oposición que aproveche la oportunidad para abusar de todos los derechos humanos a los que pueda echar el guante para achacárselos a la Reina (este último requisito no es necesario, en vista de la improbabilidad de que la oposición sea capaz de despertar y hacer algo útil por primera vez).
Una desgracia de magnitud doce en la escala de Richter corregiría los errores esenciales de Venezuela, al menos por un breve lapso, hasta que regrese la idiosincrasia venezolana a las cabezas de las víctimas. Emigraciones masivas a otros países, éxodos de Caracas hacia el sur del país… Tal vez sueño demasiado, pero no tiene nada de malo.
Entre tanta confusión y desastre, podría hasta montarse un nuevo Carmona que haga las cosas bien y extermine al PSUV y a sus asociados sin remordimiento, porque no se estaría destruyendo ninguna ideología sino más bien una secta.
Lo peor de todo, ahora pensándolo bien, es que al poco tiempo se restituiría el Estado. Podría no ser Chávez, pero entonces sería la oposición, o peor, los estudiantes que no estudian. Lo peor de todo es que hemos llegado a un nivel de demagogia y populismo de todos los bandos tan alto y agudo que, si de verdad llegare a ocurrir el terremoto y que éste fuera lo bastante fuerte como para hacer temblar al Estado y derrumbarlo temporalmente, estoy seguro que el primero que dijera que «si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca» se quedaría irrevocablemente con el poder. Eso es lo peor de todo: que el destino del país se reduzca a una carrera por ver quién cita al infame Libertador antes que los otros.

Animus a Nemo,
26 de mayo de 2009

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