Al leer «The Shock doctrine», de Naomi Klein, me topo con una serie de paralelos argumentativos entre el gobierno de Boris Yeltsin y el actual gobierno de Venezuela. Decidí subrayar estas analogías para poder evaluar sus causas y consecuencias.
En «la doctrina del Shock», la canadiense, autora de «No Logo», intenta demostrar cómo las recetas económicas de la Escuela de Chicago y su gurú, Milton Friedman, no pueden ser implementadas sin conducir a la violencia estadal y la represión debido a su radical liberalización de los mercados. Desde Suráfrica hasta China, pasando por Filipinas (Suharto), Chile (Pinochet), Inglaterra, Bolivia y los Estados Unidos, la escritora traza la genealogía de dicho «Shock» económico y la reacción de gente como el economista Jeffrey Sachs y el propio Friedman (sus cartas a Pinochet son reveladoras). Pueden ver la película dirigida por Alfonso Cuarón, aquí.
Sin embargo, un capítulo que llama la atención por encima de los demás, es aquél dedicado a la «transformación» rusa llevada a cabo por Boris Yeltsin (quien batió récords históricos al llegar, a mediados de los noventa, a sólo 6% de aceptación popular). En el capítulo once (subtitulado, «Rusia escoge la opción Pinochet»), Klein demuestra cómo los avances democráticos orquestados por Gorbachev son destruidos para dejar lugar a la privatización, tous azimuts, del Estado ruso. La diferencia entre el proceso ruso y aquél llevado a cabo en Chile o Filipinas, por ejemplo, es que Yeltsin decidió abrir las subastas a capitales privados rusos en vez de a capitales internacionales. Este capítulo es revelador ya que demuestra cómo el Estado financió, a través de préstamos, la adquisición de cientos de empresas por parte de los antiguos apparatchiks comunistas. Es decir: El Estado prestó dinero a quienes oprimían al pueblo a través del comunismo, para que ahora los oprimieran a través del capitalismo, aparte del hecho trivial de vender empresas a un precio ínfimo de su valor real. De allí que el Wall Street Journal afirmara que una inversión en Rusia ofrecía una rentabilidad de 2000% en tres años.
Ahora bien, si escribo esto es porque me parece que las comparaciones no son tan descabelladas y que afirmar que la nueva Boliburguesía se ha adueñado de lucrativos negocios utilizando el dinero del Estado es, a estas alturas, vox populi. Rafael Ramírez, Cabello y la familia Chávez se han enriquecido descaradamente con el dinero del Estado, contentándose con una teoría de «trickle down economics» de lo más derechoide e injusta, según la cual el pueblo comerá de las sobras a través de las misiones y demás.
Sin embargo –y porque es mi área de interés-, el tema de este artículo son los argumentos utilizados por el gobierno Yeltsin para justificar sus desmanes y la contreperformance económica, algo que subraya Klein en el capítulo once, tercer párrafo de «Cuando dudes, invoca la corrupción». Dice Naomi Klein:
«…a pesar de que Yeltsin irrespetaba todo lo que parecía, de lejos o de cerca, más o menos democrático, el Occidente calificó su gobierno de «transición hacia la democracia«(…). Siempre hemos calificado el programa de Rusia de «reforma» igual que el Irak está permanentemente «en reconstrucción» a pesar de que la mayoría de los inversores norteamericanos se han ido, dejando la infraestructura en un estado lamentable (…). En la Rusia de mediados de los años 90, cualquiera que osara poner en duda los conocimientos de los «reformadores» era acusado de ser un estalinista nostálgico; igual que durante años se le reprochó a aquellos opuestos a la invasión de Irak de argumentar que la vida era más fácil con Saddam Hussein» (traducción aproximativa hecha por mí).
No es de extrañar, para alguien que haya comprendido que el gobierno de Venezuela no es de izquierda, que las similitudes entre el capital-piraña chileno o la democracia mafiosa de Rusia y el gobierno del señor Presidente Chávez sean tan obvias. Lo que me hizo escribir esta entrada fue la fotocopia, mutatis mutandis, de los argumentos a diez mil kilómetros de distancia. Es decir:
- ¿La «reforma» en Rusia o la «reconstrucción» de Irak no son igual de abstractas, indefinibles e imperecederas que «el proceso»? Es escalofriante leer las declaraciones de obreros polacos en el libro de Klein que dicen que el partido «solidaridad» de Lech Walesa los traicionó y aplicó un paquetazo neo-liberal. Valga decir que una «revolución» sí puede terminar patas arriba.
- ¿El «estalinista nostálgico» de Klein no equivale al reproche hecho a los detractores del gobierno de «añorar la cuarta república» o ser «adecos»? Muchos de estos argumentos que buscan justificar los errores del presente alegando que son mejores que los errores del pasado, ya han sido aislados en el blog periodismo de paz (y otros tantos).
- ¿La «vida más fácil» con Saddam Hussein no es lo mismo que decir que la Cuarta República debe ser repudiada en todos los frentes, que Rómulo Gallegos y su busto deben ser defenestrados y que cualquiera que ose esgrimir el más mínimo argumento a favor de esos cuarenta años está avalando automáticamente la masacre del Porteñazo cuando CAP era Ministro (1962)?
- La última parte de ese capítulo se dedicará a demostrar cómo los halcones negarán que son sus políticas erradas las responsables de la debacle, prefiriendo explicar que el problema es «la corrupción» que le ha robado a los rusos la posibilidad de llevar a cabo una reforma justa. Klein tratará de demostrar cómo la corrupción es endémica al neo-liberalismo; sin embargo, las justificaciones en torno a la «corrupción» de los que rodean a Chávez y la incapacidad de entender las relaciones entre el poder y la corrupción que genera, me parecen totalmente idénticas.
Personalmente, creo que las similitudes saltan a la vista.
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