Hace dos semanas fue la última función de la Sala Margot Benacerraf antes de ser asimilada, absorbida y desnaturalizada por el Ministerio de Cultura y Cría comandado por el veterinario, Héctor Soto, cuyo nepotismo viene a reconfirmar y extender la gestión “familiera” de la gerencia saliente en el Ateneo, bajo la batuta de la dinastía caudillesca Otero-Castillo-Ramia.Quiste monárquico devenido tumor cancerígeno despótico.
No en balde, Héctor Soto puso a su prima en la cabeza de la plataforma cine, al ocupar el puesto de la presidencia del CNAC.
Por ende, se trata de un clásico cambio Gatopardiano, donde nada cambia en el fondo y todo tiende, incluso, a empeorarse, porque desde hace rato la institución olía a muerto por dentro y por fuera, mientras sus dolientes esperaban el desenlace fatal con los brazos cruzados.
La muerte del Ateneo era patente de arriba hacia abajo. Era palpable en la degradante programación de su parrilla teatral, monopolizada por el cogollito de la farándula criolla y la rosquita especuladora de la dramaturgia demagógica, a la gloria del chabacanismo y el estancamiento discursivo de la televisión comercial.
Era evidente en su librería abandonada a la mala suerte.
Era obvia en el secuestro de la estatua Balzac y en el cierre de su plaza para sacarle provecho económico.Algo explicable en un contexto de crisis pero injustificable en el marco de lo ético.
Era insoslayable en cada pasillo, en cada salón, en cada rincón, en cada escalera, en cada pared desconchada, en cada puerta desvencijada, en cada ascensor dañado de por vida y en cada baño reconvertido en un excusado de carretera.
Por lo visto, nunca hubo el menor interés por invertir en el mantenimiento y en el justo ornato de la planta del edificio construido por Herrera Campins y cedido en comodato a un grupo político afín al partido de gobierno copeyano, es decir, a los autodenominados fundadores del espacio, quienes llegaron al extremo de creerse dueños y señores del lugar por los siglos de los siglos.
El mayor error aquí consistió en haber entregado la concesión del edificio público a una asociación privada con ramificaciones en la mediática. Ello acrecentó su poder de influencia para ejercer presión y utilizar la plataforma del Ateneo a objeto de consolidar su reinado periodístico-mercantil en el medio.
A tal efecto, el edificio siempre fue instrumentalizado para apuntalar la imagen de los negocios de El Nacional y viceversa. De ahí la llorona hipócrita y a destiempo de los chicos de Relectura, viejos empleados y dependientes de la rotativa.
Por tanto, la muerte del Ateneo no debe sorprender a nadie. Ella era la consecuencia lógica de un estado de cosas en permanente descomposición. Ella era la consecuencia lógica de la legitimación de las prácticas deshonestas, corruptas e inmorales en el seno de las instituciones del país.
Nada extraña resulta entonces la intervención intempestiva y atrabiliaria de Farruco Sesto en la jugada y en la movida de mata. Así, la revolución bonita cerrará con broche de oro el acaparamiento burocrático y la privatización clientelar de otra institución pública, según la teoría aplicada en PDVSA, Biblioteca Nacional y para usted de contar abusos militaristas.
En consecuencia, el problema de fondo es estructural, no es personal. No es culpa de aquel o de aquella. No es culpa de ellos o de nosotros. Es culpa de un andamiaje podrido de raíz, llamado a reproducirse más allá de los colores y de las posiciones coyunturales.
Los malos no son los Otero o los Soto. El villano de la película es la estructura y las condiciones abiertas para su desarrollo disfuncional. Da igual entonces la máscara o el disfraz dispuesto a reencarnar la depravación. Al final, el ciclo se repetirá de forma invariable y sin alteraciones en el plan de vuelo.
Ascenso y caída parecen ser nuestras condenas en un sistema entendido a la manera del Ateneo.
En el mismo sentido, cabe comprender el cierre de la sala Margot Benacerraff, asediada por sus propios creadores, cual Frankestein venezolano. Quizás las únicas personas nobles del reciente historial de agravios sufridos por la sala, sean la pobre señora Margot y el estimado último director de la sala, Maurizio Liberatoscioli, uno de los profesionales más intachables, rectos y dignos del gremio. Para mí, un ejemplo de valor , de hidalguía y de entrega al servicio de una institución pública.
Maurizio no se enriqueció al frente de la Margot y tampoco se aprovechó malamente de ella para proyectar una agenda personal o personalista, a diferencia de muchos de sus antecesores y colegas.
Verbigracia, Maurizio se despidió de la Margot con la siguiente carta dolorosa y sentida, en un acto de coraje y de necesaria rebelión contra la maquinaría roja rojita:
“Cumplo con el penoso deber de informarles que a partir del próximo viernes 5 de junio no habrá película programada en la Sala de Arte y Ensayo Margot Benacerraf. Ese día los proyeccionistas no prenderán la luz de los proyectores. La sala permanecerá oscura y silenciosa.
Anunciar el cierre de esta sala de cine es para mí, quien por mucho tiempo fue un consecuente espectador y por sus últimos tres años, su director, un acto doloroso. Una vez me preguntaron qué significaba para mí este extraño oficio de dirigir una sala de cine de arte y respondí que me sentía como el párroco de una iglesia en busca de fieles. Porque el cine es una vocación, una profesión de fe.
No estamos hablando del cierre de una sala de cine por falta de rentabilidad económica, ni siquiera de la sustitución de una mezquita por una catedral, estamos en presencia de una decisión motivada por el miedo. El miedo a las ideas diversas, diferentes. El miedo al conocimiento.
La última película programada es Los amantes habituales (Philippe Garrel, 2005). Curioso título que alude, casi sin querer, a los fieles espectadores que nos han visitado a lo largo de estos veintidós años de vida. A los amantes habituales de la Margot, quién lo diría. Últimamente no eran muchos, pero siempre desafiantes, superando numerosos obstáculos para finalmente sentarse y ser bañados por la luz de la sala oscura. A ellos, mi más amoroso agradecimiento.
Ahora me siento como un párroco sin su templo. Pero, como dicen que el hábito no hace al monje, seguiré predicando mi evangelio. Hay profetas que han vislumbrado la muerte del cine, pero el cine no morirá mientras exista la memoria de los hombres.”
En solidaridad con la sala y con Maurizio, decidimos asistir a la última función de la Margot, en la creencia de reencontrarnos con viejos amigos y con los nuevos defensores de la cinefilia encarnada por la Benacerraf. Pero el intento fue completamente en vano. A la función apenas ingresamos siete personas, de las cuales se salieron cuatro antes de concluir la proyección.
Allí no estaban ni los críticos de ayer ni los distribuidores de hoy en día. Allí no estaban ni los fundadores de la sala ni sus supuestos defensores de la boca para afuera. Léase, aquellos oportunistas dedicados a llorar por Facebook y Globovisión ante el cierre inminente de la sala, con historias personales y demás hipocresías de quinta categoría. Vayan a echarle cuentos de vaqueros a su abuela.Después no se quejen.
En cualquier caso, la escogencia de la película, como diría Maurizio, no sería más afortunada y apropiada, si consideramos los alcances estéticos y geopolíticos de la obra maestra de Garrel. Y cuando digo obra maestra, lo hago sin temor a sonar grandilocuente o exagerado.
De hecho, “Los Amantes Habituales” ya es considerada por muchos como una de las diez mejores películas de la primera década del siglo XXI. Y ahora yo me anoto en la lista de los apóstoles de la cinta, no sólo por su contenido sino además por su relevancia en el entorno de lo estrictamente local. Me explico.
Para empezar, “Los Amantes Habituales” es una perfecta demolición del mito de mayo del 68, en respuesta a la leyenda impulsada por la ola de Jean Luc Godard.
Por consiguiente, “Los Amantes Habituales” funciona claramente como metáfora y como alegoría del fracaso de la generación de la posguerra parisina( tema para discutir con el compañero Krisis), en antitesis al idealismo esperanzador promulgado por Bertolucci en la falsa, ñoña y complaciente “Los Soñadores”, versión Hollywood y “europuding” del “prohibido prohibir” y “de la imaginación al poder”.
En pocas palabras, “Los Amantes Habituales” desnuda, al estilo Van Sant, el profundo vacío existencial y la increíble perdición de los jóvenes protagonistas de la izquierda caviar para los años de la irrupción de Langlois en la Cinemateca Francesa.
El film simboliza el circulo vicioso de una época a través de una trama simple, y a la vez compleja, incorporada por unos bohemios encerrados en un apartamento, con pretensiones de hacer la revolución en la calle. Cualquier semejanza con Por el Medio de la Calle, como diría la Ch, no es mera coincidencia.
La internacional situacionista de Guy Debord recibe en “Los Amantes Habituales” un duro golpe y un fuerte revés, porque el autor de la pieza demuestra el germen y el destino reaccionario de la gesta emancipadora, imposible de triunfar desde la posición de privilegio de muchos de sus impulsores, al calor de sus contradicciones internas. Los obreros pactaron con la patronal y con el poder, mientras jamás lograron establecer una comunicación diáfana y sincera con los estudiantes, en una lucha de clases por el control de la revuelta.
Garrell los examina con lupa y sin mayores concesiones a la platea, exponiéndolos como emblemas de una subversión transgredida, confundida y en vías de domesticación.
El realizador se ceba, irónicamente, en sus rituales de liberación, sin caer en las exaltaciones heroicas del pasado. La droga se consume sin mayores romanticismos, muy al contrario de “Easy Rider”. Los chicos salen a la calle a protestar, tipo Yon Goicoechea, en planos abiertos donde nada pasa en realidad. No se sabe quién es el enemigo y menos contra quien se pelea. De regreso a la casa, los padres tratan como niños a sus hijos, y los hijos se dejan tratar como niños por los padres, en un giro de tuerca conservador.Claro espejo del movimiento estudiantil criollo.
Pero la alegoría más devastadora, es la medular del guión, donde se narra el enclaustramiento pasivo de un grupo de chicos creativos de mayo del 68, en un apartamento de lujo propiedad de un joven acaudalado, quien paga impuestos, colecciona obras de arte y recibe en su casa a las autoridades competentes, mientras sus amigos esconden el opio de la vista de la policía. Y nada pasa. Y todo recuerda al aislamiento colectivo y voluntario de “El Ángel Exterminador”, cachetada a la reclusión sin salida de la pequeña y alta burguesía. Y todo recuerda a Por el Medio de la calle de Platanoverde, donde el dinero del estado y de la empresa privada subvencionan el lujo de la creatividad soñadora y rompedora de los niños bohemios de la clase media.
Por allí mismo van los tiros de “Los Amantes Habituales”, en concordancia y en relación con el surgimiento de la boliburguesía chavista, a la luz de sus empeños revolucionarios condenados al infortunio.
Retrato y reflejo de nuestro tercer milenio. Imagen y semejanza de nuestro apagón cultural. La sala Margot Benacerraf vuelve a cerrar sus puertas al público, tras verse obligada a convertirse en un apéndice de la Feria de Navidad del Ateneo. Una falta de respeto hacia la propia Margot, aceptada y cohonestada por los propios dueños de la institución.
Hoy, la Margot es un apéndice del Ministerio de Cultura. “Los Amantes Habituales” siguen entonces en el poder, encerrados en sus salas gracias a las subvenciones de un estado paternalista y dadivoso. Así cualquiera hace la revolución y la propaga a los cuatro vientos.
El último en salir que apague la luz.
Se acabó la magia, se acabó la ilusión.
Otra sala de cine acaba de morir y no precisamente por efecto de Youtube y del negocio Multiplex.
¡Es el imperio, estúpido, es el imperio del pensamiento único!
Véalo muy pronto en su sala de confianza.