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La nueva amenaza latinoamericana

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Manuel Zelaya

Durante varios días esperé que se comentara sobre el tema en panfletonegro. Al parecer los agitadores andan de vacaciones o preocupados más bien en eliminar sus artículos para evitar que el oscuro comité editor de la página se lucre con sus geniales y tan diáfanas teorías. Como nadie aparece, acá va un comentario sobre un tema foráneo que tanto suena dentro de nuestras propias fronteras.

Dejando a un lado el cuestionamiento ético sobre los golpes de Estado (dudo que alguien hubiera lamentado el derrocamiento del democráticamente electo Adolf Hitler en el golpe organizado por el conde Claus von Stauffenberg), el que acabamos de presenciar en Honduras puede ser calificado sin miramientos como el más estúpido y políticamente inoportuno de la historia latinoamericana.

Un ejemplo más de que los militares no deben participar en política porque cuando actúan lo hacen terriblemente mal y las consecuencias son peores: ¿Qué necesidad había de arrestar y expulsar del país en pijamas a un presidente impopular al que tarde o temprano el congreso hondureño lo iba a destituir? Con esa intervención descabellada, han convertido a Manuel Zelaya en un mártir de la democracia y ha llevado a los presidentes más cuestionables en materia de democracia a ser los nuevos paladines internacionales de ella.

Qué el mundo está enfermo y al revés.

Más allá de creer en la peligrosa posibilidad de regresar a los años oscuros de las asonadas militares, cosa que la mayoría de los latinoamericanos no vivieron por ser jóvenes, el verdadero peligro que cierne sobre los sistemas democráticos en Latinoamérica lo representan las apetencias de aferrarse en el poder por medio de cambios a la Constitución que contemplen la reelección. Este fue el tema de fondo que precipitó la caída en desgracia de Manuel Zelaya.

Aunque en este lado del mundo muchos coloquen de ejemplo a países europeos o a Estados Unidos como prósperas democracias que permiten la reelección de sus gobernantes, el tema en Latinoamérica es muy sensible por nuestro largo historial (o, más bien, prontuario) de caudillos. Lo que los políticos de antes conseguían por medio de golpes de Estado (permanecer en el poder hasta la muerte, hasta que hubiese otro golpe de Estado que los sacaran o hasta que se cansaran de reprimir), ahora lo consiguen fácilmente utilizando las herramientas que da la propia democracia. Y los latinoamericanos, acostumbrados a regimenes paternalistas y fuertes (o sino, ¿cómo explican que mucha gente votara por Chávez en 1999 deseando que, como militar, impusiera mano dura como la del dictador Pérez Jiménez para acabar con la delincuencia?), abrimos la puerta a este tipo de gobernantes. Y estos gobernantes, muy felices de crear relaciones de dependencia para mantener el poder.

La verdadera amenaza entonces no está en los cuarteles, los golpes de Estado son un demodé, políticamente incorrectos e inaceptables, vivimos en la época de la masificación de los medios, ahora bastan 140 caracteres en Twitter para generar la revolución, la verdadera amenaza está en la utilización de mecanismos legales, de usar la propia democracia para pervertirla, en establecer la reelección como una medida para imponer la tiranía y acostumbrar a la gente a obedecer a los nuevos caudillos del siglo XXI.

¿Acostumbrar? Más bien, como leía hace poco por acá, los latinoamericanos nunca nos hemos adaptado a la democracia y añadiría que tampoco hemos ejercido nuestra ciudadanía, somos simplemente soldados del gobernante de turno.

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