panfletonegro

El Luchador: de Bukowski a la República del Este y más allá

I

Ya no quedan Bukowskis por allí. Bukowskis de los buenos, como Adriano, ya no quedan. Bukowkskis de los chimbos sobran, de aquí a la conchinchina. Hay Bukowkskis de cartón por todos lados, en Chacao, Sabana Grande y La Candelaria.

En Venezuela, por allá por los ochenta, hubo un intento sano de adelantar un proyecto Bukowkskiano de resistencia cultural, llamado la República del Este, influido por el nadaísmo colombiano, el surrealismo tropical y el espíritu del Techo de la Ballena, para llegar a constituir a la famosa pandilla de Lautremont, con todo y sus ministros y ministras en ejercicio de sus funciones, entre la Alcaldía del “Chicken Bar” y el bastión oposicionista del “Viñedo”.

Hasta el sol de hoy, nadie ha querido evaluar la trascendencia y el alcance de La República del Este en la cultura nacional, quizás por la incorrección política del movimiento y por sus practicas reñidas con la formalidad “concienciada” de los últimos tiempos. Quizás algunos no le perdonan a la República su pacto de punto fijo con el gobierno de Caldera II.

Sin embargo, la Republica del Este marcó época y tuvo innumerables consecuencias, para bien y para mal, sobre el desarrollo estético y ético de las generaciones posteriores de la denominada «izquierda divina y caviar».

Allí hicieron vida Caupolicán Ovalles, Mary Ferrero, El Chino Valera Mora, el poeta Daza, el negro Raúl Fuentes, Pablito Antillano, Edmudo Aray, Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Francisco Pérez Perdomo, Miyo Vestrini, Carlos Rebolledo, Perán Erminy, y mi papá, Tulio Monsalve, si me disculpan la intromisión personal. Todos firmantes del gran Magma de 1961, en los albores de la tropelía definida por la consigna: “Existe ya un germen de ruptura y mucho de locura. Vivir es urgente, pero es grave porque hay que pagar por la bebida”.

“Era un proceso de plena lucidez incontrolable del orgasmo, cuyo vuelo sólo controlan los trasnochados”. Al menos, así lo afirmaban ellos.

Yo no voy a traicionar lo mío. No voy a ser yo quien diga la última palabra sobre la República. Y conmigo no cuenten para satanizarla, porque crecí entre ella y en cierta medida, también me marcó, a pesar de la opinión de sus inquisidores, reduccionistas y adversarios. Hoy legión en Venezuela.

Según las malas lenguas, los republicanos sólo fueron una partida de borrachos. Según nosotros, reencarnan muy bien el alma y el fuego de Bukowski. Por cierto, mucho de ello se puede rastrear, además, en las llamas de gestación de Poetas en Tránsito, una posible derivación de la República. Seguramente, de ahí viene la negación y el rechazo del Pen Club hacia la iniciativa de Daniel y Enio.

En cualquier caso, amigos, ya no quedan republicanos, ni Poetas en Tránsito, ni Bukowskis como los de antes. Por eso, celebramos el hecho de reencontrarnos con sus dignos herederos en la magnífica “El Luchador”, donde el realizador fue en busca del último Bukowski de Hollywood Babilonia y lo consiguió con creces, después de invocar a Henry Chinaski en la increíble “Barfly”, protagonizada por igual por Mickey Rourke. Atendamos entonces a sus palabras, para entender por qué él es el elegido para resucitar a Bukowski en las mallas de “The Wrestler”:

«Cualquiera puede ser un no borracho. Se requiere de un talento especial para ser un borracho. Se necesita resistencia. La resistencia es más importante que la verdad.»

Salud, amigos, y disfruten del brindis por el cadáver exquisito en el siguiente funeral. Paz a los restos de la República, de Bukowski , de Poetas en Tránsito y del american dream.

http://www.youtube.com/watch?v=fLIuB6lwCXA

 

II

 

 “El Luchador” se impuso con toda justicia en la edición 2008 del Festival de Venecia. El León de Oro, en cierta forma, se quedaba en casa.

El premio no sólo vino a reconocer la trayectoria del joven realizador de “Pi”, sino confirmó la sospecha de la curiosa relación de su cine con la estética docudramática heredada del neorrealismo italiano, al mejor estilo de Rossellini, Passollini, Visconti y De Sica, quienes fueron los responsables de romper con el cerco de la censura impuesta por Benito Mussollini, al rodar con actores no profesionales y a plena luz del día,durante el estallido creativo y social de la posguerra, para sacar a flote las miserias disimuladas por la estética almidonada y decadente de la era fascista, cuando las comedias de los teléfonos blancos, según Román Gubern, cumplían el triste papel del arte kistch entendido a la manera de Kundera: ocultar la sangre, el sudor y las lágrimas.

Ojo porque en Venezuela ocurre lo mismo ante el desfile de espejismos y arcaísmos varios diseñados para encubrir el dolor  y el descontento en boga. La Villa del escapismo nacional retrocede, a paso de cangrejo,a los tiempos de Cinecitta al servicio del Duce. “Zamora” y “Libertador Morales” son la respuesta oficial a la entronización del “Secuestro Express” y de “Los Azotes de Barrio” en la ciudad del pánico.

Por ello, las películas romanas de Fellini y compañía fungieron de caja de resonación de las angustias de la época, a través de los códigos de expresión derivados del lenguaje acuñado por los hermanos Lumiere, padres de la vertiente de la no ficción en los orígenes primitivos de la sala oscura.

De tal modo, se buscaba responder a las escasez de recursos y a la crisis general de la cultura de masas, en un esfuerzo por rescatar de sus cenizas a los estudios y a los directores de la región.

Justamente de ahí surgirían nombres y títulos inolvidables como “Obsesión”, “La Strada”, “Ladrón de Bicicletas”, “Alemania Año Cero” y “Paisa”,rodados en la calle bajo la sombra de la devastación y la desgracia colectiva.

Años después, y como era de esperarse, la huella de la generación de “El Limpiabotas” trasciende sus fronteras comunes hasta echar raíces en la tierra de las oportunidades, donde Hollywood volverá a sacarle provecho a los hallazgos de las vanguardias europeas, tras haber absorbido vampíricamente el contenido de la médula espinal del expresionismo germánico, a la luz de la explosión del film noir en el contexto de la primera caída de la bolsa de valores. Hoy con el segundo hundimiento de Wall Street, el estreno de “El Luchador” parece reencarnar el fantasma de la epidemia recesiva.

En cualquier caso, y regresando a la década del cincuenta, la meca procedió a aplicar la metodología populista de costumbre al “transmutar los valores” del neorrealismo italiano en el seno de la fábrica de sueños, para capitalizar las ansías de reconocimiento e identificación del gran público por medio de una serie de largometrajes melodramáticos incorporados por arquetipos del fracaso de la talla de Marlon Brando y Ernest Borgnine.

Al primero lo recordamos por su papel de estibador, acosado por sus demonios, en la emblemática “Nido de Ratas”, el mea de culpa de Elia Kazan por su participación en la cacería de brujas.

Al segundo lo consagrarán en el panteón de la academia por su contribución naturalista en la estupenda “Marty”, cuyo protagonista no dejará lugar a la duda: es un pobre carnicero solterón resignado a llevar una vida gris, en compañía de su posesiva madre. Con todo, el clásico optimismo americano entrará en acción hacia el desenlace de la tragedia, para ir al rescate del personaje principal en medio del predecible happy ending.A partir de aquí, la tendencia será integrar el apocalípsis del neorrealismo en función de las aspiraciones idealistas del Plan Marshall.

Pero poco a poco, el pesimismo también ejercerá influencia sobre el estado de ánimo de los realizadores independientes, en el crepúsculo de la guerra de Vietnam y de cara a la renuncia de Nixon.

En tal sentido, la senda del neorrealismo americano se bifurcará, definitivamente, a finales de la década del setenta, cuando el positivismo de Sylvester Stallone cruce sus puños de revancha con el existencialismo desolador de Martin Scorsese, en una batalla de titanes con innumerables secuelas dentro y fuera del ring de la sociedad del espectáculo.

No en balde, “El Luchador” puede ser interpretada como un relectura de “Rocky” en el siglo XXI, aunque en la tradición kamikaze de “Toro Salvaje”, fruto de la colaboración del autor de “Malas Calles” con el guionista Paul Schrader, el cerebro detrás de los libretos de “La Última Tentación de Cristo” y de la biografía de Yukio Mishima,sendos antecedentes y referentes para la concepción del antihéroe crucificado y sacrificado de “The Wrestler”. 

Verbigracia, el propio argumento del film subraya la vocación mesiánica del protagonista, al comparar su calvario con el de “La Pasión” del rey de reyes, salvando las distancias de espacio y de contextura espiritual.

Si, por ejemplo, el ícono de Mel Gibson se sacrificaba en virtud de su proyecto religioso, el gladiador de Darren Aronofsky se inmola y literalmente se autoflajela en nombre de las banderas del “show bussines”, con la intención de prolongar sus quince minutos de fama, a costa de su propia estabilidad y equilibrio, muy a la inversa de la imagen apolínea exhibida por los acartonados campeones de la especialidad en la liga profesional de lucha libre. Ni hablar de sus pares mejicanos, del Santo a Blue Demon, inmortalizados por la edad de oro del celuloide azteca. Humor involuntario encumbrado por Carlos Monsivais.  

En efecto, Mickey Rourke representa la antitesis de Hulk Hogan, el monarca absoluto de la World Wrestling Federation/Entertainment, a su vez reducida a la condición de un circo romano ambulante, venido a menos. El escenario goyesco inherente a la carrera de deconstrucción y expiación desplegada por el narrador de “La Fuente”.

En consecuencia, el realizador vuelve por sus fueros para desarrollar un evidente y claro apéndice de “Réquiem For A Dream”, al desnudar el lado oscuro de la eterna búsqueda de la felicidad en el paraíso de las emociones efímeras, el consumismo, la libertad de elección y el cuadrilátero de la competencia darwinista.

El retrato del cineasta descubre y ostenta una galería de almas en pena, casi espectrales, condenadas a la deriva, al desafecto, a la explotación, a la degradación y al laberinto de la soledad. Todos trabajan para comer y para cubrir sus mínimas necesidades, mientras son triturados por la maquinaría de la compra y venta de cuerpos, donde tampoco hay lugar para los viejos y para los débiles.

No es casual el paralelismo entre la vida de una bailarina erótica al borde del retiro y el descalabro de un luchador derrotado por el inclemente paso del tiempo.

Para reforzar su punto de vista, el autor apela al recurso del plano secuencia y de la cámara en mano. A la postre, el film busca derribar las fronteras de división entre los géneros canónicos, en un típico lance revisionista.La ficción describe la erosión del arquetipo del luchador americano, a la usanza del boxeador de la obra maestra de John Huston, “Fat City”.

Pero también, la película documenta y expone, sin velo ni corona, la cruda realidad del star system en el registro clínico de la piel castigada y martirizada de Mickey Rourke, convertido en un despojo de sí mismo, a consecuencia de su éxito.

El síndrome de “Sunset Boulevard” regresa a las marquesinas de la mano de una estrella devaluada, lista para saltar de nuevo a la cúspide del olimpo audiovisual. Holywood Babilonia strikes back.

En pocas palabras, es un brutal llamado de atención al ocaso de los ídolos, en el apogeo del lifting y de la cirugía plástica. Es un golpe tan rudo y contundente a la autoestima del egocentrismo fashionista, como la inesperada muerte de Michael Jackson. Otra víctima del decorado sacrificada en el altar de la pantalla global.

Antes, cortábamos cabezas, a modo de catarsis, en los templos del “Apocalypto” maya. Ahora, procuramos evadir la muerte y la decadencia de las células, desviando la mirada hacia Facebook(una foto con una lápida). Miedo a la degeneración de la carne, conjurado y atemperado por vía electrónica y cibernética. El viejo terror al cambio y a lo desconocido.

Como diría Baudrillard, apenas un evento o un acontecimiento catastrófico, nos logra despertar de la pesadilla del simulacro perpetuo, de la “Matrix”.

Tan sólo un 11 de septiembre o el fallecimiento de un ídolo del pop, nos puede abstraer del reinado de la ilusión, aunque a la larga acabemos por naturalizar “la lamentable perdida” en exorcismos colectivos y funerales faraónicos. Fuimos importantes, somos importantes.Por lo visto, es difícil salir del círculo vicioso de nuestra lucha libre.   

Por ende, el estreno de “The Wrestler” cobra relevancia en la actualidad, al invitarnos a descubrir al hombre detrás de la máscara del poder,a la degollina detrás del carnaval, a la agonía detrás de la soberbia. Moraleja: el precio por permanecer en las altas esferas del culto a la personalidad, cuesta caro.

Atención: el mensaje del subtexto evoca a dos piezas admirables de América Latina, “Gatica, El Mono” de Leonardo Favio y “Aventurera” de Pablo de la Barra, con Toco Gómez en el mejor papel autobiográfico de su carrera, llevando con dignidad el traje del legendario “Dar Bufallo”.

Por último, quizás las únicas concesiones a la platea en “El Luchador”, sean el forzado epílogo de redención, la inclusión de una subtrama romántica y el reencuentro con el estereotipo de la “hija confundida”. Grasa sobrante en el acabado del script.

En descargo del film, la función culmina con un ambiguo plano en contrapicado, medio triunfalista, medio testamentario. En dos platos, un salto al vacío de pronostico reservado.Para quedar bien con dios y con el diablo, con lo indie y con lo mainstream, con lo alternativo y con lo trendy. Rebelarse vende. Es la contracultura como negocio institucionalizado en Hollywood desde la llegada de los moteros tranquilos, los padrinos y los midas de la coste oeste.

En resumen, una metáfora de un país herido por los traumas de la crisis y la guerra, pero siempre con ánimos de recuperarse a pesar de las adversidades y de las circunstancias del entorno. Principio y fin del cine en el arribo de la ambivalente era Obama, un rato con la derecha, otro rato con la izquierda. La habitual receta pugilística del partido demócrata.Triunfo por knockout de la corrección política. Good night, good fight.

 

Salir de la versión móvil