O, ¿cómo se mide la degradación institucional, la pérdida de espacios, las amenazas y restricciones a las libertades individuales? ¿Cómo se evalúan los pro y los contra de los procesos políticos para elaborar posturas ciudadanas?
Uno de los problemas más difíciles de resolver en la política es ese: la elaboración de límites, hasta acases, rayas y fronteras a partir de las cuales se etiquetan y se conceptualizan los actos del poder constituido.
Porque cualquier gobierno comete desmanes. Desde la administración Obama hasta gobiernos de visos personalistas y autoritarios como Sarkozy o Berlusconi, disidentes, críticos y vaticinadores del apocalípsis aparecen por doquier.
En Venezuela, a partir de las elecciones de febrero, el gobierno se volvió goloso y aceleró hacia un proyecto de control y dominio de todos los espacios, proyecto del que dudan sólo los más ingenuos. ¿Que hay desinformación? Sí. ¿Que hay grupos intentando avanzar sus agendas personales a través de la erosión de la percepción del gobierno? Claro. ¿En qué gobierno no lo hay? Véase la disparatada acusación hecha esta semana contra Barack Obama tratando de pintarlo como kenyano y pidiendo su certificado de nacimiento, contra toda prueba ostensible. Locos e idiotas hay en todas partes.
Sin embargo, mis amigos que aún le coquetean al gobierno -la mayoría simplemente por testarudez infantil o no querer decirle adiós al sueño del mundo de nunca jamás que íbamos a construir-, la tienen bastante difícil desde las elecciones de febrero. Más allá de sus justificaciones irresponsables del reemplazo de libros en la biblioteca de Miranda, por ejemplo, o la polémica con grupos de Derechos Humanos o el propio Lech Walesa, el gobierno del señor Chávez parece abocado de manera irresoluble a seguir avanzando su agenda militarista, autocrática de derecha y ver cómo mis amigos se las ven negras para seguir construyendo sofismas, justificando que irrespetar sindicatos, burlarse de las universidades y de la investigación o amenazar periodistas es «de izquierda».
Es por eso que aquellos quienes, como yo, no quieren vela en el entierro de la estupidez enarbolado por un gobierno y una oposición igual de deleznables; aquellos quienes, como el Guasón, sólo queremos sembrar el pánico intelectual y señalar contradicciones de lado y lado (algo que me parece *la postura* de izquierda, como ya dije en mi artículo publicado en La revista), contamos con dos argumentos prácticamente imposibles de refutar con sofismas o justificaciones «de izquierda» o «democráticos» o «revolucionarios».
El primero es, obviamente, el caso del gobernador de Caracas, Antonio Ledezma, defenestrado por Chávez a favor de la turiferaria de turno (eso lo escribo así porque me gustan las aliteraciones y nada más). Amén de la joya discursiva de Aristóbulo Istúriz, «no es lo mismo ser nombrado por el dedo de CAP que por el dedo de Chávez», pocos pueden ignorar este caso. En aras de lo que Daniel Pratt llama «la democratización de los espacios virtuales», he aquí un arma infalible en esa lucha, una bomba intelectual imposible de desmontar. Eso explica por qué los sofistas útiles salen corriendo, huyen y jamás responden ni encaran este argumento.
Pero hoy llega a mis manos un documento increíblemente escandaloso, un brulot que encapsula toda la ideología reciente que ha venido instuarando el gobierno. El documento que leerán a continuación circula en los cuarteles militares del país. Creo que es bastante explícito y muestra, en franca contradicción con la Constitución, que (a) los militares están obligados a militar políticamente pero, (b) sólo cuando esta militancia significa adhesión automática con el gobierno, sin crítica, cuestionamiento o reflexión alguna. Vaya concepto de «militancia»:
A esto podemos añadir el artículo de T. Petkoff escrito bajo su nom de plume, Simón Boccanegra: «Carta de un oficial de la FAN«, cuyo contenido es sintomático de la situación -al menos mental-, que sufren los militares venezolanos, obligados a enfrentarse a tautologías intelectuales («pueblo es lo que yo designo como tal»), contradicciones de todo tipo («sólo negociaremos con el sindicato si es el que nos gusta a nosotros«) y ahora, ataques directos a la libertad individual de los militares de no estar de acuerdo con ciertos aspectos del gobierno.
Creo que la pregunta que daba título a esta entrada halló su respuesta hace tiempo. De allí que el propio Hans Dieterich, con su sempiterna bola de cristal exenta de análisis o datos pero llena de especulaciones, vaticine la muerte del chavismo en el 2010. La otra opción, conservar el vaso repleto hasta el borde, es seguir el camino de la esquizofrenia, lo irracional y las justificaciones emocionales sin base (¿qué diablos es «el imperio»? ¿Cuál es su objetivo? ¿Quiénes son? ¿Cuál es la diferencia entre «el imperio» y el chupacabras?), eso sí, con una caja repleta de Prozac al lado de la mesa de noche.