Voy por ti, Luisa Ortega Díaz, y voy sin máscara, sin hipocresía y sin miedo, con premeditación y alevosía. Si aprueban tu ley, me puedes meter preso por dos a cuatro años, si te da la gana.
De pana, me harías un tremendo favor: automáticamente me convertirías en un mártir, todo el mundo se pondría de mi parte, tu serías la villana y yo el héroe consagrado de la película.
He allí uno de los principales problemas de tu ley: es una soga al cuello de la revolución, mejor dicho, es un efecto boomerang de lo más contraproducente para el gobierno y de lo más favorable para la oposición, porque le permite victimizarse en el campo internacional, a costa de la mala imagen de las instituciones del estado. Nadie, nadie se va a poner del lado de ustedes, fuera del ámbito del Congreso Monocolor. Es demasiado políticamente incorrecto.
Incluso, Luisa, conozco de buena fuente el descontento de cierto sector representativo de la Asamblea Chavista hacia tu proyecto de penalización mediática.
No puedo dar nombres, y ya tu verás si en el futuro me procesas o no, pero lo cierto del caso es que varios de tus camaradas aborrecen el contenido de tu dichosa ley.
Yo sé que tu quieres que te revele sus apellidos y sus direcciones, sin embargo, mi ética “cuartorepublicana” me lo impide, y también se lo impide a ellos, pues la mayoría se formaron como profesores en las Universidades públicas del pacto de punto fijo. En lo personal, no pienso traicionar a mis informantes. Y no soy el único periodista que tiene contactos en la Asamblea con ellos. Todos trabajamos así.
El punto es, querida amiga, que una fuerte bancada del PSUV en el hemiciclo no se banca tu propuesta. La mayoría, por cierto, son profesores de la escuela de comunicación, saben de la materia y algunos hasta me dieron clase durante varios años. Por eso, los conozco de sobra y les defiendo su derecho universal e inalienable a la intimidad. Es lo mínimo que puedo hacer por ellos, después de recibir su consideración y su atención a lo largo de mi carrera.
¿Quieres detalles? Pues aquí te los traigo fresquitos y sin que me quede nada por dentro, mi estimada.
Para empezar, ellos dicen que te utilizaron, Luisa, y que tu por vedettismo, figuración y complacencia con el mandamás, te dejaste utilizar. Aseguran que esa Ley la cocinó el sector más radical, talibánico,fascista y ultraderechista de la revolución bonita, para lanzarla, a un año de las próximas elecciones, como un brutal globo de ensayo, con el fin de sondear la capacidad de respuesta de la opinión pública.
Por eso, aseguran que además sus creadores se empeñaron en sacarla ahorita, a comienzos de agosto y al principio de las vacaciones escolares, para aprovechar el clima de festividad y de adormecimiento colectivo propio de estas fechas,a objeto de conseguir los resultados esperados.
En tal sentido, sostienen mis allegados, fue introducida como una operación relámpago de corte militarista, al peor estilo de un golpe de estado. La idea era agarrar desprevenido a medio mundo, sorprendernos en la mañana con las mismas piyamas de Zelaya, y echar a rodar el experimento desde el pulpito sagrado y solemne de Cilia Flores, a la manera de un decreto Carmonista.
El único inconveniente, como siempre, es que nadie, escucha bien Luisa, nadie y ninguno de los verdaderos gestores del proyecto, se quería hacer responsable de la paternidad del engendro delante de las cámaras. Todos los autores intelectuales del desaguisado prefirieron actuar a las escondidas, como los señores de las sombras, bajo el paradójico resguardo de su identidad. Irónicamente, ellos fueron los primeros en violar la ley, al redactarla en secreto, puertas adentro, y al amparo del anonimato. Y los más pendejos que paguen por los platos rotos.
En consecuencia, había que buscar a un pagote, a un chivo expiatorio que diera la cara y el pecho por la mentada ley. Y entonces se barajaron múltiples nombres y apellidos, de hombres importantes del chavismo. Pero ninguno de estos supermachos heroicos se atrevió a asumir las riendas del caballo de Troya. Ni hablar de sus cobardes promotores, todos caballeros y todos varones. Y finalmente, los muy misóginos, decidieron sacrificarte a ti , Luisa, y tu te dejaste sacrificar en nombre de la salud mental de los televidentes venezolanos, en la ingenua creencia de estar escribiendo una página fundamental de la historia reciente.
Lamentablemente, la realidad es otra, querida amiga. La realidad es que te volvieron a usar y tirar al pajón de la hoguera mediática, para alcanzar sus objetivos políticos. En criollo, te volvieron a jugar sucio, y cuidado, si no lo hicieron estratégicamente para quemarte, para desviar la atención, para someterte al escarnio y para justificar tu eventual salida a corto plazo.
Por lo demás, mis informantes se ríen a mandíbula batiente del contenido de la ley. Les parece un bodrio moralista, puritano y reaccionario, infiltrado por la contrarrevolución en el seno de la cúpula del poder. Un anacronismo represivo digno de la policía del pensamiento de Orwell, y de las pesadillas distópicas de la ciencia ficción, pura y dura, de anticipación. Un subproducto frankfurtiano similar al acta patriótica de George Bush, a la gloria de conceptos de película pentagonista como “seguridad nacional” y “orden público”. De nuevo, el espíritu del Código Hays de Hollywood renace de sus escombros, tras la huella del comandante.
Los antecedentes y referentes de la ley son, aunque usted no lo crea, el manual de buenas costumbres de Carreño, el cuerpo constitucional de las fuerzas armadas y la interpretación neomarxista del ejercicio del periodismo según el genocida Pol Pot, por no mencionar las influencias “éticas” de la mordaza China, Iraní, Cubana y del fundamentalismo Indú. El simpático gobierno de Indonesia también celebraría la aprobación de la ley de delitos mediáticos en Venezuela.
El propósito es acabar, de una buena vez, con cualquier foco de resistencia y de “subversión”, en pos de la estabilidad y la paz social de la clase dirigente, al igual que en la época de las dictaduras del cono sur.
Por lo pronto, ojalá que el futuro de la nueva ley de censura no nos alcance, porque ello significaría un retroceso de doscientos años en la conquista de nuestras libertades democráticas.
En suma, sería la definitiva derogación de la república y un absurdo regreso al régimen feudal del Planeta de los Simios, donde la posibilidad de disentir y de denunciar atropellos se castigaría con grillete y con prisión, como en la época de la Rotunda, cuando Gómez encarcelaba a las voces críticas por manifestar su malestar.
Bienvenidos a la nación del último descendiente del Benemérito, rodeado por sus mujiquitas y jalamecates de rigor.
Disponga usted de las cámaras y de las noticias, señor Presidente.