La libertad no existe, es un mito. No de ahorita, de siempre. Nadie es libre y nadie libera a nadie, mucho menos si viene apoyado por el apéndice represivo del sistema: el estado, quien (por algo) respalda la ópera prima de Efterpi Charalambidis.
Por eso, de entrada, mueve a la sospecha la idea de titular a la última película de la Villa del cine, como “Libertador Morales”, más ahora cuando el mismo gobierno y patrocinante de la película busca cercenar la libertad de expresión por medio de leyes, retaliaciones y cierres técnicos de plantas de difusión radial, desde un enfoque bien autocrático próximo al imaginario fascista, de ciencia ficción, de la obra maestra germana, “La Ola”, donde se demuestra la vigencia del espíritu totalitario en el inconsciente colectivo de nuestra generación.
El germen del absolutismo todavía sigue vivo, para desgracia de Alemania, de Venezuela y del mundo.
A propósito del mito de la libertad, hace poco revisaba las páginas del demoledor testamento de Jean Baudrillard, “ El Pacto de la Lucidez o la inteligencia del Mal”.
Precisamente allí el sociólogo Francés rescata una frase de Lichtenberg, a tomar en consideración: “La Libertad humana es la prueba de que a veces es preferible una hipótesis falsa a una hipótesis correcta. Sin ninguna duda, el hombre no es libre. Pero hace falta un estudio muy profundo de la filosofía para no dejarse extraviar por semejante intuición. Sólo un hombre de cada mil dispone del tiempo y la paciencia necesarios, y de estos cientos, uno solo apenas posee su espíritu. Por eso la libertad es la concepción más cómoda, y mientras las apariencias le sean favorables, resultará en el futuro la más corriente”.
De inmediato, el pensador galo expone su hipótesis: “desesperados por tener que afrontar la alteridad, la seducción, la relación dual, el destino, inventamos la solución más fácil: la libertad. Primero, el concepto ideal de un sujeto situado frente a su propia libertad; luego, la liberación de hecho, la liberación incondicional, estadio supremo de la libertad.
Del derecho a la libertad se pasa al imperativo categórico de la liberación.
A este estadio corresponde la misma abreacción violenta: nos desembarazamos de la libertad de todos los modos posibles, hasta inventarnos nuevas servidumbres.”
En efecto, el mito de la libertad sirve, en Venezuela, para alimentar y practicar múltiples formas de servidumbre intelectual, como el culto a la personalidad, la devoción por los hombres fuertes, la fe ciega por el liderazgo mesiánico, el fanatismo por la sangre de la patria( fenómeno vinotinto), la defensa a ultranza del supuesto gentilicio criollo, la preservación de las raíces, el entusiasmo por la identidad propia, la creencia dogmática en el evangelio de Bolívar( mentado padre fundador de la nación), y la absurda confusión de la moral con las luces.
No en balde, todos ellos fungen de sostén y de medula espinal del contenido de “Libertador Morales”, al proporcionarle una ética y una estética cónsonas con el discurso nacionalista en boga, promovido por las altas esferas del poder, a fin de conseguir una réplica del dogma presidencial en la gran pantalla.
Aquí las conexiones y las coincidencias son profundamente obvias( salvo para los ojos adormilados y adoctrinados de nuestra crítica condescendiente, feliz de traicionar el oficio por unas cuantas monedas. Muchachos, dejen de hacer relaciones públicas, y dedíquense a trabajar): Libertador Morales se complace con ser una versión caricaturesca y melodramática de la figura del Teniente Hugo Rafael Chavez Frías, a camino entre la quijotada y la sanchada, la cursilería y la sobreactuación, la verborrea y la arenga de agitación, el compromiso y el llamado a la acción, el egocentrismo y la fantasía dicotómica, la autopromoción y la publicidad subliminal, la propaganda de guerrilla y el proselitismo maniqueo de buenos contra malos.
Polarización de derechas transfigurada por la paranoia conspirativa de izquierda, a lo guerra fría. Escenario extrapolado del choque del PSUV con sus enemigos de la oposición y viceversa.
Por desgracia, el chiste repetido,con anterioridad, sale podrido en clave de morisqueta y la chanza tampoco funciona como desmontaje involuntario de la imagen del protagonista de las cadenas.
Si acaso la comedia de baja definición cumple con el triste papel de reforzar la iconografía y el pensamiento binario de la revolución encarnada en el verbo del Ejecutivo.
Así pues, las instituciones de la plataforma cine vuelven a consentir y a complacer el onanismo desatado del comandante en jefe, al ofrecerle como regalo audiovisual otra reverberación de su omnímoda presencia, otra duplicación de su reality show.
De nuevo, el Big Brother se puede mirar cómodamente en el espejo de la sala oscura, gracias al concurso y a la desmedida atención de sus funcionarios y asalariados; meros vehículos del mercadeo rojo rojito, siempre rodilla en tierra y en permanente campaña.
Una vez más, la villa del cine fabrica un subproducto del gusto del inquilino de Miraflores, para propagar su predica a los cuatro vientos.
En consecuencia, Libertador Morales es el más reciente, pero no el último, de los alter egos del presidente en la pantalla grande, a la retaguardia de Manuelita o de Miranda y a la vanguardia de Zamora, Maisanta y demás clones instrumentalizados por el Koba de Venezuela, al estilo de Hitler con Leny, de Stalin con Eiseinstein, de Fidel con el ICAIC y de Hollywood con el eje Pentágono-Washignton; los conocidos tres actores de una estrategia global del llamado cine de “seguridad nacional”.
De igual modo, en la actualidad, persiste un engranaje político alrededor de tres vectores: el Ministerio de Información, el Ministerio de Energía y Petróleo, y el Ministerio de Cultura, a su vez dependientes de la decisiones de mando del estado central, cuya rígida estructura se ciñe al modelo de la pirámide militar. La moraleja es devastadora: el cine en mi país opera como un simple cordón umbilical del orden reinante, de la monarquía marcial.
Por consiguiente, “Libertador” es en realidad un esclavista de cerebros, gustoso de hacer el papel de bufón de la corte.
Libertador es esclavo del respeto demagógico por los símbolos patrios, del lenguaje de la vigilancia y el control, del idioma parapolicial de la represión, de la mano dura y el castigo a la infracción de la norma. Es decir, se trata de un personaje tan irónicamente reaccionario como el gordito de “Comando X”, otro cúmulo de contradicciones perpetrado por la Villa del Cine.
Pero sí de incongruencias hablamos, Libertador Morales se lleva la Palma de Oro del Festival de Cannes de la infamia.
Por un lado, encarna los ideales de cambio de la revolución cultural: es del pueblo llano, se conforma con las cosas pequeñas, desafía a la autoridad, defiende a los pobres de los ricos.
Sin embargo, en paralelo, acosa y persigue a los de su clase, al margen de reparar en las razones sociales de su proceder delictivo; vela por el derecho a la propiedad privada, cual perro de presa de Fedecamaras; justifica el ojo por ojo, le dice “no” al consumo de drogas y coquetea románticamente con un sentido trasnochado de la humildad. Baja la cabeza, se deja explotar, reprende a su hijito por parrandero, y galantea con las muchachas como un Don Juan piropero de avenida, a la caza de una madre sustituta para su retoño, con pinta de extra de ISA TKM.
Para rematar, la mujer se reduce a un rol secundario de señuelo folletinesco, a pesar de ser un film dirigido por una cineasta.
En resumen, las fisuras del libreto rozan el límite del conservadurismo ramplón de la telenovela convencional, al proponer soluciones baratas y demagógicas para cada uno de los conflictos desarrollados por el argumento.
Según el esquema manipulador de la pieza, el hijo de Libertador se droga porque pertenece a una familia disfuncional, con un pecado original: no haber accionado el gatillo a tiempo contra los malos. Libertador arrastra, entonces, con un complejo de culpa, predestinado y prediseñado para conducirlo a un desenlace purificador y restaurador, donde después de una máxima confrontación en un punto de catarsis, obtendrá el ansiado respeto de su hijo y de su entorno, cual típica adaptación de la clásica fórmula occidental del héroe caído en desgracia y redimido a punta de golpes del destino. Un asunto caduco, desvencijado, predecible, desgastado y agotado. Ya no da para más. Es un cliché muerto, de un cine muerto y predecible. No tiene el menor sentido gastarse un dineral en resucitarlo.
Ni hablar de la linealidad cronológica de la trama y de la nula creatividad de la puesta en escena. Los encuadres son planos, el montaje es redundante y acumulativo, el paquete gráfico huele a plantilla de Photoshop, las interpretaciones carecen de credibilidad, el descuido en los detalles echa por el piso la veracidad de lo narrado, el ritmo es flojo, y la teatralidad campea a sus anchas, como en un unitario de Venevisión, a la usanza de Condecop, donde los diálogos se declaman y las interlocuciones subrayan el entramado formal, revelando la enorme incapacidad para sugerir ideas a través del lenguaje cinematográfico puro y sin añadidos literales.
La película no se podría ver ni entender sin audio, en mute, pues. Hagan la prueba y después conversamos.
De resto, la demagogia (utilitaria) abruma de principio a fin, pintando situaciones incoherentes con el único propósito de quedar bien con dios y con el diablo. Por ejemplo, el hecho de dibujar a un Moto Taxista inverosímil, alejado de cualquier referente concreto, sólo para proyectar una imagen idealizada de la realidad.
Naturalmente, ningún moto taxista habla como Libertador Morales. Jamás entendemos porque el personaje habla así, porque se viste así y porque actúa así. Era el mismo problema de “Cyrano Fernández”, también apoyado por el estado en su cruzada de Robin Hood de barrio bravo, imposible de tomarse en serio.
¿ Por qué disfrazan la realidad? ¿Por qué le tienen miedo? ¿Por qué la miran desde arriba con ojos románticos de turista fascinado por la alteridad del exotismo tercermundista?¿Por qué copiar el modelo del etnocentrismo neocolonial pero de afuera hacia adentro? ¿Por qué la intelectualidad de clase media y de clase alta canaliza su complejo de culpa, glorificando un mundo y una clase diferente a la suya, a la cual contribuyó a sepultar en el olvido? ¿Puro alarde, puro cuento, puro golpe de pecho, pura fotopose, puro espectáculo?¿Pan y circo?¿El remordimiento de moda, el arrepentimiento concienciado del momento, la causa del año, la rectificación moral del milenio libertario? ¿Una simple deuda moral con los pobres?
Venezuela siempre prefiere la ilusión y el encubrimiento a la verdad.
La verdad nos duele y optamos por esconderla, por ocultarla, por silenciarla, por censurarla, por filtrarla con colores diferentes. Los colores de Libertador Morales: amarillo, azul y rojo de los pies a la cabeza.
Por ende, resulta ingenua y hasta chocante,por su hipocresía, la pretensión de la realizadora de vender su película como un ingenuo producto sin ideología. Mentiras, pamplinas, nada más falso!
Desde Bourdieu lo sabemos. Desde Gubern lo sabemos.Desde Cahiers Du Cinema lo estudiamos. Desde Zizek lo reconfirmamos: todo cine es ideológico, incluso el aparentemente apolítico por su búsqueda implícita por reforzar el estado de las cosas. Así es Libertador Morales. No les quepa la menor duda de ello, aunque Conatel, el Minci, ABN y la prensa tradicional insistan en afianzar lo contrario, al normalizar la increíble saturación ideológica de cada fotograma de Libertador Morales, sentando un precedente nefasto en la historia del cine nacional, cediendo al chantaje del arte partidista de la era de las pinturas de Vallenilla Lanz a las órdenes de Marcos Pérez Jiménez, como bien lo denunció Gustavo Guerrero en su ensayo sobre “La Catira” de Camilo José Cela.
Libertador Morales es la nueva Catira de la revolución y la exhibe con orgullo y como ejemplo de su gestión cultural, mientras esconde y encierra a la Catira oxigenada de Lina Ron.
Los cineastas aprenden rápido la lección de Camilo José Cela: o corren o se encaraman. Y ellos se encamaran como Chalbaud, para seguir en activo.
Su pragmatismo y el del gremio son hoy proverbialmente simbolizados por la metafórica “Libertador Morales”: propaganda de estado a favor del poder popular de los consejos comunales, por encima de los viejos poderes fácticos.
Como nada funciona, como la policía es corrupta y las instancias regionales también, entonces sólo queda abandonarnos a la suerte justiciera de los consejos comunales. Caballo de Troya de la nueva geometría del poder.
Libertador Morales culmina con un inquietante linchamiento a unos azotes de barrio, ante la vista gorda y la complicidad tácita de las autoridades. Por fortuna, alguien detiene el exceso a tiempo, pero no lo condena. Un mal sabor de boca nos acompaña al salir de la sala, junto con varias interrogantes:¿así debemos resolver nuestros problemas y nuestras diferencias? ¿ se debe golpear primero y averiguar después, tipo Lina Ron y el colectivo “autónomo” Alexis Vive?¿ no se está replicando el paradigma obsoleto, fragmentador y endogámico de las Asambleas de Vecinos? ¿los consejos comunales son una forma de inquisición popular con sus respectivas hogueras públicas?¿ los disidentes ideológicos también pagarán justos por pecadores a trancazo limpio? ¿ las decisiones de los consejos comunales son inapelables?¿cual instancia fiscaliza el comportamiento de los consejos comunales? Como diría el colega Pablo Gamba: ¿quién vigila a los vigilantes?
Ojalá alguno de ustedes tenga la respuesta.
Por lo pronto, nos vemos en el foro.
Hasta entonces.