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La banalización del mal en Venezuela

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arendt En su libro «Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal», la filósofa alemana Hannah Arendt desarrolla su tesis sobre la forma en la cual las sociedades entronizan conductas inaceptables al inscribirlas en la gramática social y cultural, lo cual empuja nuestros límites éticos a fronteras desconocidas.

Arendt escribió sus textos al presenciar el juicio de Adolf Eichmann, un personaje mediocre, intelectualmente insignificante, frágil y simple, responsable de la muerte de millones de seres humanos con la escalofriante «solución final».

El proceso descrito es esclarecedor y ayuda a comprender cómo las sociedades pueden degradarse hasta naturalizar acciones que cualquier individuo tildaría de inaceptables.

El mecanismo es simple y se basa en la repetición incisiva, la justificación y el desarrollo de juegos de lenguaje basados en sofismas retóricos, para que el ciudadano común empiece a construir su discurso integrando estos elementos, antes impensables.

No es exagerado decir que, mutatis mutandis, Venezuela vive actualmente un peligroso proceso de banalización del mal. Esto lo escribo al llegar a la prueba empírica que cristaliza todo este proceso: las justificaciones alrededor del ataque a doce periodistas ocurridas ayer en las calles de Caracas.

Hay cosas que no se discuten. Hay cosas que no deben ser negociadas en la «conversación libre» que se supone dan las democracias: discutir si internet es «prioritaria» o «suntuaria» es abrir la puerta a aquellos fundamentalistas, esos sofistas útiles que sólo degradarán el discurso ante su posición indefendible, para lograr un empate técnico y finjir que han creado un consenso democrático.

En mi país podemos seguir día a día las artimañas estratégicas de estos grupos quienes, utilizando las líneas retóricas lanzadas desde el Estado, se empeñarán en argüir lo democrático de la designación de Jacqueline Farías, el cierre de las emisoras de radio o el autismo de la Asamblea Nacional.

Sin embargo, si bien hasta ahora podíamos catalogar esto de «la banalización del autoritarismo» o el juego retórico de explicar lo democrático en el irrespeto de elecciones (y demás), hoy hemos dado un paso increíblemente bajo en la aceptación de la violencia estadal.

El análisis frío del apparatchik extraordinaire Luigino Bracci, por ejemplo, es revelador. Simpático, si hablamos de estilo, el que estas personas, tan dadas a inundar sus artículos de pathos acartonado sacado de una canción de Alí Primera, afronten esta situación con el helado desdén del ciudadano polaco que ve a la S.S. llevarse a un judío a la comisaría y voltea la cara sin siquiera transpirar o mostrar arruga alguna.

¿Se puede abordar de otra forma el que el señor Bracci escriba que lo que ocurrió fue que un grupo «confrontó» a los periodistas en el centro de la ciudad? Para seguir el camino del mamarrachismo contradictorio que caracteriza estas justificaciones, el mismo señor Bracci tiene el tupé de escribir «[que] los confrontaran» (feliz subjuntivo), ¡y realizar un hipervínculo a una página intitulada «El ataque salvaje…» con imágenes de la sangrienta escaramuza!

El otro ángulo de ataque retórico nos lo da el troll tarifado gritón que habita los comentarios del blog anglófono Caracas Chronicles y «escribe» bajo el pseudónimo «Carlos» o «Mediadrone» (o a veces los dos, y se responde, de lo más Norman Bates). Según este insecto, la lógica perversa reminiscente de la Ley del Talión dice que, ya que «la oposición» (así, en categoría general, casi que con mayúsculas) es «violenta» con los grupos «chavistas», ergo (sí, salto intelectual, atajo retórico brillante) los periodistas se merecían los palazos.

Sustituya «periodista» por «judío» y «Venezuela» por «Polonia» y entenderá usted, querido lector, a qué se refería Hannah Arendt con su concepto «la banalización del mal».


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