Parfois…

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De la cabeza para arriba… donde no hay nada, sólo cielo: azul, gris… negro… frío, caliente, da lo mismo. No eres tan alta como para que te cubran las nubes… para que te escondan cruelmente… y por eso no te quisiera dejar, porque para ver tu cara no tengo que acercarme: tus ojos apresan igual desde lejos, dando vueltas a tu alrededor… mirándome a mí y a todos los que te vemos, con tu cabeza erguida como una torre… gracias a tu pelo envuelto en alto moño… puliendo el cielo… de día, de noche, y a veces de ambos… pero cómo odias un techo. El color de tu cuerpo… (ese cobrizo, ese ferroso… ese rojizo, ese moreno)… es el que pinta tu cara… nunca sonrojada, pero… iluminada de día, iluminada de noche… gracias a tus ojos brillantes… and that look that looks down upon me.

Tu cuello, en cambio, es tres veces esa cabeza: más largo, más delgado. Mis manos se deslizan sin facilidad por las estrías de tus venas… ¿de tus venas?… Tardan horas en caerse… porque van lento, sintiendo cada viga de tu espalda… recordándolas, souvenirándolas tranquilamente… para poder reconocerlas cuando regreses, y entonces, a veces… sólo a veces…, doy gracias a tu cuello… y gracias a tus venas… y gracias a tu espalda. Esa que termina en tu voluntad angosta… inicio de tus medidas predecibles… y montañescamente crecientes: primero treinta, luego sesenta… y cuatro noventas. Tu escote estorba mi camino, aquí me detengo… que termine mi lengua el camino interminable; tu sabor… tu sabor está entre la sazón y la amargura… kaj tiu rigardo, kiu sur mi rigardas.

Después me doy cuenta de tu verdadero tamaño… porque más de cerca veo… qu’estás agachada… qu’estás inclinada… que te sostienen tus piernas… y tus brazos. Que muestras a todos tus entradas… sin pudor, con el rubor disfrazado en el moreno de tu piel. Gracias a tu falda, que bajando se convierte… en los cuatro miembros… que te sostienen, que me provocan… que me tientan y perturban; gracias a todos ellos… (a tus piernas… a tus brazos)… es que muero por ti, es que mato por ti para verte de cerca… o para que vuelvas a mí. El fin de tu vestido s’empalma… (al fin)… mientras más extiendes tu cuerpo: abriéndote mientras más t’abres; ya puedo pasar erguido por debajo… y por debajo acostarme… sintiendo el aire que modelas… y esa mirada que me mira desd’arriba.

Gracias à tu pelo ènvuelto èn alto moño… gracias à tus ojos brillantes… doy gracias à tu cœllo… y gracias à tus vénas… y gracias à tu espalda. Gracias à tu falda, que bajando se convièrte… gracias à todos ellos… et ce regard que regarde sur moi.

Animus a Nemo,
Agosto de 2009.

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