La historia va así:una familia disfuncional, con un pasado traumático, decide adoptar a una niña en un hospicio, para superar sus complejos de culpa.
La madre es una ex alcohólica anónima y el padre es un arquitecto gris, cuyos dos primeros hijos son un mar de conflictos. Una de las hijas es sordo muda. El otro niño tampoco escucha a sus padres, literalmente, porque se la pasa jugando “video games”. Encima, la madre tuvo una perdida en medio de un parto complicado, todo lo cual la tiene al borde de un ataque de nervios, entre medicamentos, alucinaciones, visitas al psiquiatra y sentimientos irrefrenables de autoflagelación. En resumen, un cuadrito psicológico y dramático de manualcito de autoayuda, de “Freud para Niños”, de telefilm de domingo por la tarde escrito por Padrón y compañía.
Ellos tienen plata y son el emblema del sueño americano, “pero no son felices”, porque el dinero “no garantiza la estabilidad emocional”. No hay nada original aquí. Es una visión moral antiquísima y desgastada.
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Ya se pueden imaginar el resto del plot: la esposa desesperada comete el error de adoptar a una huerfanita maquiavélica de “Europa del este”, específicamente de “Estonia”, quien llega al hogar dulce hogar a sembrar la discordia y a servir de catalizador de la trama, a golpe de efectismos, giros de tuerca y sorpresas predecibles de último minuto.
Por ejemplo, ¡y atención porque en adelante comienzo a contar el desenlace!, la “Huérfana” en realidad es una esquizofrénica de 33 años, aquejada por un desorden hormonal sacado debajo de la manga para justificar su “enanismo proporcionado”.
Es decir, la huerfanita es una mezcla del “niño terrible” de “El Tambor de Hojalata” con el síndrome infantil de “Baby Jane” y “Lolita”, aunque sin el sentido del humor de Andy Milonakis. La película hubiese sido mejor si la protagonista hubiese adoptado a Andy Milonakis, o si el metraje hubiese sido tan cortico como un clip “youtuberico” del show de Andy Milonakis.
Y entonces, la señora disfrazada de niña empieza a hacer de las suyas, al entrar en el círculo social de la familia americana, causando muerte, destrucción y desolación, como una obvia metáfora defensiva y nacionalista del miedo a lo desconocido, del pánico ante la amenaza extranjera simbolizada en la imagen de un personaje vampírico proveniente del mismo contexto de Drácula.
Para rematar, la niña descuartiza animalitos, pinta dibujitos macabros, se viste como una refugiada polaca y toca piano a la perfección, cual solista prodigio del sistema de orquestas. En síntesis, es una simplificación arquetípica de chiquillos malditos como los de “Village of the Damned” y “The Omen”. El clásico miedo de lo viejo ante lo nuevo.
Así, el terror regresa a sus orígenes primitivos, cuando el mal era asociado con el viejo continente, para reforzar estereotipos y clichés xenofóbicos, propios de principios de siglo XX, característicos de la guerra fría y representativos del nuevo aire de intolerancia hacia la diferencia impulsado por la caída de las torres. Es más del “terror” post once de septiembre,en su vertiente menos progresista y deconstructiva, a beneficio de un enfoque reduccionista, reaccionario y conservador, donde la semilla de la discordia no germina adentro, sino afuera, para acabar por contaminar y corromper el alma pura de un pueblo hospitalario, caritativo y humanista para con sus minorías foráneas.
El mensaje de fondo, de crítica al altruismo ciego y políticamente correcto, tiende a preservar fobias y tiende a complacer al público anglo, en su manera binaria y maniquea de ver el globo.
La casa, como alegoría bélica, debe ser protegida de los invasores de la Ex Unión Soviética, en comunión y sin diferencia de edad, raza o condición. Hasta los niños deben salir por la casa, y deben protegerla como la patria, porque “no se puede confiar en los extraños”.
A propósito, la ecuación étnica de la pieza es de terror. Los blancos son víctimas de las meteduras de pata de los negros. De hecho, la directora del orfanato es una afroaméricana.
Implícitamente, se la da razón a la campaña republicana e imperial del nuevo siglo americano, según el fundamentalismo religioso de costumbre.
Por tanto, el uso de la violencia defensiva vuelve a quedar justificada, de cara al enfrentamiento final con el monstruo, con el chivo expiatorio carente de escrúpulos, de afecto, de orden y de padres consagrados a velar por sus impulsos.
Hoy nos amenaza Estonia con sus inmigrantes locos, como ayer fueron los Chinos y los comunistas proyectados como alienígenas en la época de la cacería de brujas de McCarthy.
En tal sentido, la “Huérfana” es el detonante del temor puritano hacia “el sexo”, el pecado y el placer, respectivamente caricaturizados como síntomas de una sociedad pérdida y confundida por las tentaciones de la semilla del diablo. Tal cual como la sublimación del código Hays en nuestra época. De seguro, a los redactores de la Lopna, les fascinará la película.
Irónicamente, la cinta es dirigida por un español mercenario, mientras se fotocopia una estética depurada al margen de Hollywood: la nueva ola del pánico japonés. Por ende, las relaciones con “Ringu” y “El Orfanato” son evidentes para cualquiera.
La clonación histórica también refleja la deuda con los hitos de la casa productora del film: la Warner, la madre de “El Exorcista”, epítome del terror reaccionario en la era del fantasma Watergate, cuando la juventud era retratada, desde la represión ideológica, como un factor de perturbación del orden familiar. En consecuencia, había que sacarle el demonio a los chamos de la contracultura, para que todo volviera a la normalidad.
Formalmente, hay un par de aciertos en la creación atmósferas pero muchas dudas de la capacidad de realizador para alcanzar, en el futuro, un lenguaje personal y un tono propio, a la vanguardia de la retaguardia de lo mismo.
Por lo pronto, la fórmula se sigue mordiendo la cola, y se replica por mero interés economicista. Definitivamente, los españoles en la meca no vinieron a cambiar la industria, sino en todo caso, a consolidarla en sus ademanes y sus costumbres degradadas. Lástima. Será para la próxima.
Después de la autoconciencia desmitificadora de “Scream” y “Scary Movie”, retornamos al infierno de la duplicación intrascendente y restauradora de las series y franquicias reaganistas del género, con su satanización de la otredad. Al final, Jason resucita en pequeña escala.