Cuando Eusebio muera, quedaremos pocos en el mundo que recordemos la tensión, que hacía vibrar la cuerda que amarraba la canoa a la tierra. Y eso no importará, porque el río no es lo que era y ahora las canoas son modernas, con motor, estacionamiento y todo. Como un carro cualquiera.
Junto a Eusebio se irá el secreto del origen de varias puntas de flecha y hachas de piedra y:
El agobio de los baldes de arena arrancados de la frontera oculta entre el río y la tierra.
El peso del caudal ocasionado por la fuerza de la gravedad arrastrando la masa de agua debajo de una canoa a punto de naufragar por un botín de arena, cosechada como se toman de la tierra, las ramas secas y las gallinas callejeras.
El conocimiento de las luces de la montaña, que algunas veces parecen estrellas y cuando había guerra, eran hogueras, como cuando se quema la tierra.
La rutinaria resignación de saber que el tesoro no es el oro, sino la arena y que esta pesa más que un pecado en la conciencia.
La natural pertenencia al río. Formar parte de su ecosistema, como el esquivo pez con sabor a tierra y los patos que volaron cuando comenzó la guerra.
Cuando Eusebio no esté más en el planeta no habrá nadie que reconozca las voces del río y distinga por sus tonos el estado de su humor. Ni los tipos de lluvia. Ni los remolinos. Ni las piedras que no se ven, pero golpean.
Menos mal que esta ha sido una despedida gradual y son ahora dragas las que sacan la arena y ya no hace falta quien sepa la ruta más corta entre los meandros, ni el momento apropiado para apoyar el canalete, ni el ángulo, ni la fuerza.
Yo tuve el privilegio de ser autorizado a pescar desde su canoa, siempre que no me fuera a robar nada, en especial sus chancletas. Eso fue en mi infancia, no creo que después lo obtuviera.
Mientras yo no muera, habrá una canoa y un río que da muchas vueltas pasando debajo de ella y estará Eusebio llenándola de arena, me basta entrecerrar los parpados, para que sean.
Canoa arenera – victor bueno (5 October 2009)