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Estreno de Zamora en el Teresa Carreño: una telenovela personal

Capítulo 11: Bastardos sin Gloria

Lee la primera parte aquí

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Baudrillard soñaba con Borges en la posibilidad de construir una novela caótica y sin fin, interconectada a la realidad en línea. Una novela fragmentaria, cibernética y de ciencia ficción, donde el pasado se reinventara desde el presente y el presente apuntara hacia el futuro, por medio de la tecnología de punta. Sería una novela Frankestein, en palabras de José Orriula, con retazos de otros fenómenos extremos, siempre abocada a despertar el asombro perpetuo.

Algo por el estilo logra Tarantino con Bastárdos sin Gloria, la antítesis sanguinaria de “Zamora”, cuyo entendimiento de la historia roza el límite de la simplificación gubernamental del libro de texto, al servicio de la ideología del poder.

Mientras espero por mi turno para entrar al Teresa, pienso en ello. Me detengo a meditar por unos minutos en la diferencia entre Chalbaud y Tarantino.

El Doctor me pasa por delante, me toca por el hombro y me dice: tranquilo, ya vamos a entrar, y no precisamente por el detector de metales. Un viejo contacto del Teresa viene en camino por nosotros.

-Seguro, men, no te preocupes. Estoy acostumbrado a esperar y a ser paciente. Además, me fascinan los momentos así: muertos, vacíos, estancados. Me dan chance para abstraerme, para cavilar.

-Bueno, sigue vacilando allí con tus amiguitos imaginarios y después hablamos.

-Sí va.

-Quieres un cigarro?

-Plomo.

-¿Con o sin aliño?

-Con bastante picante y salsa tártara.

-Así es mi pupilo, arriesgado y emprendedor. Agarra. No te preocupes por el olor. No es de la verde. Es un cigarrillo francés, muy sofisticado, hecho con esencias y hierbas de la Polinesia. Es un hit en los prostíbulos de París. Te va a dar una notica o un notón, dependiendo de tu capacidad de aguante. En cualquier caso, es perfecto para la ocasión. Disfruta su suavidad, Cobrilla. Regreso en cinco.

El Doctor me extiende una brillante cigarrera dorada, y de su interior extraigo el oscuro objeto de deseo: un tabaquito largo y pomposo, casi una agujita, efectivamente como de Puta. Cuando lo veo, recuerdo de inmediato los puritos caseros de La Mala, quien se los fuma con una elegancia pasmosa, como de mujer fatal, cuando sale con su carro a pasear, cual Penélope Glamour en la carrera de los autos locos. La Mala también es panfletaria, cinéfila e infiltrada. “Ojala estuviese con ella”, suspiro para mis adentros. En su nombre, me empiezo a fumar el tabaquito y le guiño el ojo al Doctor en señal de agradecimiento. Él se ríe y enseguida desaparece de mi vista por arte de magia. De su rastro, sólo queda el polvo y así vuelvo sobre mi ociosa comparación de Tarantino con Chalbaud.

El primero acostumbra a desacralizar la historia con mayúscula. El segundo hacía lo propio en el pasado. Pero ahora le da miedo, porque teme llevarle la contraria a sus financistas del pretroestado. El presidente lo contrato, expresamente, para esculpir una imagen de “Zamora” a su imagen y semejanza, en la línea de “la Catira” de Cela para Marcos Pérez Jiménez.

Chalbaud recibe instrucciones directas del inquilino de Miraflores, y sus ayudantes del potliburo, en la confección de la corona audiovisual para el comandante.Así Román funge de alquimista de la belleza de la revolución, al modo del reino kistch de Osmel Souza. Ambos son constructores de sueños consumados para la cultura oficial.

En cambio, Tarantino se busca problemas con medio mundo. Con sus financistas, con sus palangristas, con sus fanáticos, con sus detractores, con sus exegetas, con sus críticos, con sus intérpretes, con sus seguidores de la academia. Los confunde, los hiere, los golpea, los tritura, los fustiga, los tortura y los desestabiliza a mansalva.

En “Bastardos Sin Gloria” , por ejemplo, se ocupa de echar por tierra sus convicciones y lugares comunes alrededor de la comprensión del tema de la segunda guerra mundial. Y por ende, sobre la concepción clásica del tópico del holocausto. Tarantino revisita el mito de buenos y malos, y lo convierte en otra esmerada “Pulp Fiction”,donde se invierten los papeles de víctimas y victimarios, para sacarle la piedra a los dueños de la verdad. Para reafirmarse como un autor indomable e indoblegable, incapaz de pactar con la convención, para conseguir la aprobación social de sus amos. Tarantino gusta meter en problemas a quienes aseguran ser sus amos y señores. Por ello, es el antónimo de Chalbaud.

Si Chávez le encarga “Zamora” a Tarantino, lo bajaría del pedestal para transformarlo en el protagonista de una ópera bárbara y bufa, cuyo desenlace renegaría del trágico destino de la leyenda. Es decir, Zamora ganaría su guerra civil, después de arrasar con sus enemigos de clase en una matazón de proporciones épicas, para después declararse el cínico vencedor de una batalla sin sentido. De paso, escribiría diálogos disopilantes para cada intervención absurda del eje central de la farsa, y le imprimiría el ritmo cardíaco de un Sergio Leone en esteroides.

Por defecto, la presión arterial de Chalbaud revela la sintomatología y el cuadro terminal de un cineasta acabado, convaleciente y en terapia intensiva, criogenizado y embalsamado como momia egipcia por los faraones y conservadores de nuestro estado vegetativo. Sin duda, necesita con urgencia de una transfusión de hemoglobina de Tarantino para recuperar la lozanía, la frescura y la juventud perdida entre “El Pez que Fuma” y “El Caracazo”. Una diferencia del cielo a la tierra, en materia de enfoque, riesgo y dimensión metafórica.

“El Pez” era una alegoría de Venezuela encarnada en un prostíbulo anclado en el tiempo, y predestinado a dar vueltas en círculos, por los siglos de los siglos.

“El Caracazo”, por el contrario, es la exaltación forzada de un relato heroico y maniqueo cocinado por el gobierno para darse un manto de legitimidad de origen, en la tradición del precedente de “El Acorazado Potenkim” para sentar las bases de la revolución bolchevique en “Octubre”. Al menos allá, se contaba con la dirección de Eisenstein, maestro de la planificación y de realización prodavinci.

Por acá, la vaca sagrada cometió la obscenidad de reescribir el 27 de febrero, como el piloto para una miniserie de señal abierta, como la proyección de un delirio del Chimborazo rojo rojito, como la culminación de una empresa colosal de lavado de cerebros, saldada con una estrepitoso y rotundo fracaso de taquilla, emblemático del esfuerzo en vano. Nadie se trago el cuento binario de un pueblo noble y burlado por su clase dirigente, organizado para resistir con una conciencia digna de estudio, en pro de sus derechos conculcados. Aquí todos votamos a Carlos Andrés Pérez, incluyendo Chalbaud, y todos lo elevamos a la categoría de salvador de la patria, por prometernos el paraíso del consumo a la vuelta de la esquina.

No en balde, cuando sentimos su traición, nos vengamos de él a su manera: saliendo a robar bienes ajenos, incluso de muchos compatriotas indefensos y de buena voluntad. Al pobre portugués de mi esquina, lo acribillaron a balazos luego de abrir los portones de su negocio, y tras saquearlo por completo, se lo quemaron por pura maldad. Y como él, hay cientos de pequeñas historias por el mismo orden de ideas. Con una sola de ellas, basta y sobra para derribar el castillo de Naipes, monolítico y dogmático, de Chalbaud en “El Caracazo”, reivindicado como un soberano acto de justicia por los nuevos poderes constituidos, para apuntalar la campaña del candidato vitalicio del PSUV, en su manía por venderse como el benefactor y el defensor de nuestras causas perdidas, al obstinarse en indemnizar a las víctimas del suceso con fines proselitistas.

Con un par de caladas, ya estoy por acabarme el cigarrito. Naturalmente, ya estoy mareadito y borrachito. Así, mis ideas fluyen más rápido y a mayor velocidad. Me encanta.

De momento, escucho ecos de mi banda favorita en Woodstock, Megadeth, cuando tocaron su memorable versión de “Secret Place”.

Mientras tanto, sigo pensando en Tarantino, en Chalbaud, y en el futuro. ¿Para dónde voy, quién soy, por qué estoy aquí, quién me trajo?¿ Y si nada de esto es cierto? ¿Y si todo es una ilusión y yo me la estoy vacilando? ¿ Y si me consigo con Tarantino y hablamos un rato? Sería una delicia. Sería como cuando Burton se imagino el encuentro de Ed Wood con Orson Welles. Es perfecto. Yo aquí interpretaría, con todo placer, el papel de Ed Wood, el peor y más infame director del mundo. Y Quentin, por supuesto, haría de Quentin. Me lo pienso por un segundo, enseguida lo invoco y lo traigo a mi contexto. Por allá lo veo disfrazado de chavista con una boina y una franela roja con la imagen de King Kong. Por supuesto, nadie le entiende la ironía. Yo comienzo a acercármele y finalmente le busco conversación.

-Epa pana, ¿tu eres Quentin Tarantino?

-Sí, soy el Quentin Tarantino de Parque Central.

-¿Cuando llegaste a Venezuela?

-Estoy aquí desde que nací, hace 28 años.

-Fíjate, yo te hacía más viejo.

-No, fíjate, tengo 28.

-Ah…¿Y esa franela de King Kong, está muy fina, te sienta bien para la ocasión?

-Gracias,gracias.Me la puse para distraer, para pasar desapercibido. Tu sabes, por el color.

-Claro, claro.

– Yo también iba a venir de rojo, pero no pude pasar por la casa, y me tuvo que venir con la ropa del trabajo.

-¿Con la ropa del trabajo? O sea, que tú no trabajas con el proceso.

-Cónchale no, yo trabajo por mi cuenta.

-Me parece bien,yo también trabajo por mi cuenta…

-¿Haciendo cine, no?

-No, trabajo haciendo decoraciones para tortas en una panadería.

-¿ Y te gusta el cine?

-No, no me gusta mucho en realidad.

-Entonces me confundí de persona.

-Sí, pana, en realidad llevas tiempo confundido, pero yo te estaba siguiendo la corriente, por joder un rato.

-Ahhhhh…Bueno, pana, entonces muchas gracias y un placer.

-A ti, pana. Cuídate mucho por ahí.

Como lo odio, si es pincha globos, el Tarantino de Parque Central. No le costaba nada meterse en su personaje y tripearnos una película, por dos minutos. Si es gafo. No tiene imaginación. En fin, aquí estoy, otra vez, solo con mi notón,dándole vueltas a la cabeza, hasta cuando aparezca el Doctor.

Hablando de Tarantino, se me ocurre una última idea. Sería fino terminar la proyección de Zamora con una catarsis de explosión y resistencia, a la manera de la conclusión de “Bastardos sin Gloria”, donde todos los jerarcas del nazismo vuelan por los aires, al compás del tableteo de metralleta de Eli Roth, el de “Hostel”.

Con ello, Tarantino se venga de quienes pervierten el cine en nombre de la propaganda, el culto a la personalidad y el autoritarismo. Se venga de los Goebells de ayer y de hoy, instalados desde la alfombra roja de la Francia ocupada hasta las marquesinas doradas de Hollywood Babilonia. Es su forma de pasarle factura a los fascistas del cine, rendidos a sus rituales de derroche, egocentrismo y autopublicidad. Pero mejor, para evitar derramamiento de sangre inocente, sería mejor cambiar los rollos de “Zamora” por los de “Bastardos Sin Gloria” y colorín colorado. Ojala pudiese hacerlo para reírme del presidente al verse en el espejo de Hitler siendo aterrorizado y pulverizado por la resistencia francesa. Pagaría un millón de dólares por disfrutar de tan bonito espectáculo. Por desgracia, estoy muy lejos de poder alcanzar mi meta. Por fortuna, siempre me quedará el consuelo de refugiarme en mis quimeras neuronales. El único espacio inviolable para la revolución. Mi cerebro todavía es libre y no está dispuesto a doblegarse con nada y ante nada. Como diría Megadeth, es mi pequeño “Secret Place”. Los invito a seguir en él por los próximos capítulos.

http://www.youtube.com/watch?v=2OPV_OiJqDU

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