Las declaraciones del comité español dejaron mucho que desear. Y las reacciones que recogía el diario Marca eran verdaderamente para enmarcar. La palabra que más se recogía era «tercermundista», puesto que para los perfectos europeos, Sudamérica nunca estará preparada para hacer frente a un evento de estas características. Poco importa que Brasil sea una de las economías más grandes del mundo y que en medio de la crisis sigue creciendo (modestamente), mientras que España es la única economía de la zona euro que proyecta caída al menos durante los próximos dos trimestres.
La palabra tercermundismo, que tan alegremente usa tanta gente, está diseñada para un mundo que ya dejamos atrás, y con un significado diferente: «un país tercermundista era un país que no estaba alineado ni con el primer mundo (EE.UU. y sus aliados capitalistas) ni el segundo mundo (la Unión Soviética y el bloque comunista)». Por el contrario, en la actualidad es un término (no tan) políticamente correcto para definir a los países que no somos «civilizados». En otras palabras, «tercermundistas» es equivalente del siglo 21 a decir «bárbaros».
Ahora, lo que más me ha llamado la atención de la reacción española fue la manera visceral con la cual rechazaron haber perdido. Todavía al sol del hoy insisten en que ellos tenían la «mejor propuesta» y que si la tercermundista Río les ganó fue por alguna componenda. Raro que no reaccionaran de la misma manera cuando en el 2012 Londres les quitó los juegos, a pesar de que en la segunda ronda de votación Madrid superó a París y a la capital inglesa. ¿Por qué no hubo «conspiraciones» cuando ganaron los ingleses? ¿Por qué se sintió tan natural perder contra los británicos, mientras que perder contra Brasil es un hecho imperdonable? Motivo de reflexión.