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Apuntes para dejar de matarnos

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I
En la Venezuela del presente los llamados “Acuerdos Nacionales” giran en torno a poquísimos temas. Conocer una parte de la realidad parece depender de la posición política en la que te encuentres. Probablemente el único acuerdo nacional hoy en día sea la preocupación por el tema de la violencia delincuencial. Hurtos, atracos, asesinatos, sicariato, secuestros e impunidad quizás sean las palabras más amargas que toca pronunciar a cualquier ciudadano venezolano. Es el contenido más democratizado.

Lo normal en cualquier país es pedirle al gobierno de turno una rendición de cuentas por esta situación: ¿Cómo hemos llegado a ser unos de los países más violentos de Latinoamérica?¿En qué momento Caracas se convirtió en la capital más peligrosa del mundo?¿Cuándo se perdió la seguridad en ciudades como Valencia, Punto Fijo, Barquisimeto, Ciudad Guayana, Maracaibo, Porlamar?

Bien sabemos que al gobierno que encabeza Chávez no podemos exigirle demasiado. La clase gobernante ha demostrado sobrada incompetencia para administrar la violencia -cuando no para promoverla directamente-. Aunque el propio presidente evite hasta lo imposible tocar el tema (no vaya a ser cuchillo para su garganta), tiene a cada ministro del interior y comisario de policía jurando frente a cámara que si, que lo de la inseguridad va palo abajo y que eso de morirse es cosa de viejitos.

Por supuesto que la gente no es tonta. Las cifras lo dicen, la morgue lo grita a todo pulmón. Nos estamos matando. Por eso indigna que a pesar de esta situación, desde el alto gobierno anden sacudiendo la mata de los demonios nacionales con tanto descaro. Es gravísimo que Chávez siga utilizando con descaro su lenguaje guerrerista. Quizás no se percata del daño tremendo que le hace a la sociedad que tanto dice amar. Es una paradoja insostenible. Cuando amenazas a una parte de la población con lo de pacífica pero armada, cuando elevas el gasto militar al nivel de países como Colombia o Chile y te gastas lo que no tienes en compra de armas a regímenes como el de Lukashenko, cuando insistes en vociferar un inminente enfrentamiento entre ricos y pobres –desafiando además a la clase media para que tome partido- Chávez da, al mismo tiempo, luz verde al hampa, vía libre a la impunidad. Porque si el presidente del país puede hacer y deshacer como él sin que nadie le pida cuentas ¿qué queda para el resto?

II

Las sociedades tienen, como las personas, debilidades terribles, taras que enfrentar. El clasismo, el resentimiento y el afán de revancha son algunas de las nuestras.

No es verdad que Chávez inventó las diferencias sociales. Menos en Venezuela. Existen y han existido desde que llegaron las carabelas por la desembocadura del Orinoco y se estableció el sistema de castas y colores. Hoy no hay castas, pero el sedimento le sobrevive. Porque cada vez que escucho de boca de gente supuestamente educada que la solución a la violencia es lanzar una bomba en los barrios, siento que ese odio tiene plena vigencia. ¿O es que acaso palabras y expresiones como “mono”, “negro de mierda”, “’pata en el suelo” o “tierrúo” no hablan desde una posición de desprecio al otro?

Se trata de un absurdo: aunque somos en términos raciales y culturales un “café con leche”, vamos por ahí renegando del café o de la leche.

En la acera de enfrente las cosas tampoco están para hacer fiesta. “Sifrinito”, “pitiyanki”, “escuálido”, “burguesito” (ahí, con el sufijo afilado) son adjetivos que se gritan con rencor, con ganas de humillar.

Es allí, en el lenguaje, donde probablemente comienza la normalización de la violencia. ¿Será que algún día dejaremos de utilizar estos términos para referirnos a los demás?

III

Es cierto que Chávez tiene una desesperada necesidad de fabricarse una épica revolucionaria. Quiere comandar un batallón que, como Fidel, le otorgue prestigio en el campo de batalla. Es la lucha de un pobre hombre contra si mismo en el espacio de lo público. Pero y ¿nosotros?¿Nos dejaremos llevar por sus demonios?¿Nos vamos a tragar ese anzuelo de violencia gratuita?¿Hasta dónde seremos capaces de llegar?¿Cuántos estarían dispuestos, a la hora de la chiquita, a coger un arma y salir a la calle a matar “escuálidos” o “chavistas”?

Seguro que más de un desequilibrado habrá, pero nunca será la mayoría. La mayor parte de los venezolanos desean vivir en paz. Decía el periodista Ryszard Kapuscinscki que el ser humano tiene una admirable persistencia para llevar una vida normal, aún en medio de las más grandes adversidades. En eso no somos diferentes al resto: el venezolano de a pie quiere trabajar y cobrar, comer sus tres golpes y que los suyos vivan dignamente.

Pero algo estamos haciendo mal. Algunos datos del 2008 lo demuestran:

14 mil 400 muertes violentas.

4 millones y medio de armas ilegales en la calle.

755 casos de policías implicados en delito de homicidio. Sólo 134 funcionarios detenidos.

Se pronostican más de mil quinientos Secuestros Express para finales de 2009, sólo en Caracas.

14 mil 461 presos siguen esperando sentencia.

¿Es verdad que nos odiamos tanto? ¿Qué clase de porquería estamos acumulando? ¿Cómo la violencia llegó a convertirse en la más visible de nuestras válvulas de escape? Porque a pesar de tanta amabilidad, de tanta entrañable cercanía, hace rato que dejamos de ser chéveres y nos trocamos en una caricatura ensangrentada de nosotros mismos.

IV

El tema de la inseguridad debe ser abordado desde muchos lados. Pero se puede comenzar por uno: en Caracas, el 98% de los homicidios se realizan con arma de fuego.

Por eso, es necesario exigir un desarme total de la población.

Una tarea difícil de lograr, es cierto. El poder político de la Venezuela actual probablemente está sostenido –o chantajeado, o ambas cosas- por aquellos que controlan el mercado de las armas y de la droga. Y luego está el retardo procesal, y la maraña legal que protege desde los señores de la guerra hasta las bandas de delincuentes con uniforme y placa.

Pero es necesario sacar las armas de las calles ya. Muchas otras experiencias en otras partes del mundo han demostrado su eficacia como primera medida que ayude a rebajar los índices de violencia.

Algunos pasos se han dado. Iniciativas puntuales, al menos a nivel de debate, ya se proponen en el Centro Internacional Miranda. Y por su lado van el gobernador Capriles en Miranda y el alcalde de Sucre inventando algo. Pero sigue siendo vergonzosa la descoordinación opositora para temas tan fundamentales. En Caracas, la oposición tiene más de ocho meses en el poder y aún no se han sentado los alcaldes “progresistas” a debatir un trabajo coordinado en materia de seguridad ciudadana. No los he visto invitar a la mesa al alcalde de Caracas, ni a las ONG’s que trabajan el tema de la seguridad. Apenas un ensayo de apoyo público y unificado al arrebato de las competencias de la Alcaldía Metropolitana.

V

Seguimos esperando también por la Reforma Policial, que tiene dos años lista y bien engavetada en el Ministerio del Interior. Ojala que el Consejo General de Policía termine de despertarse.

A ver si entonces comenzamos a enfrentar nuestra triste manera de verle la cara a la muerte.

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