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Circo

popy¡Pase adelante! ¡No lo dude más! ¡Acérquese y sorpréndase con nuestras monstruosidades e ilusiones, con nuestros extraños animales y rarezas! Ha llegado Ud. por fin a nuestro circo. ¡Pase adelante! Atrévase a cruzar la puerta y adéntrese en otro mundo, donde la realidad y la ficción se enredan, donde no podrá distinguir la verdad de la mentira y donde su capacidad de reflexión será echada a un lado, violada y confundida, para terminar con las piernas abiertas, despatarrada en un rincón.

¡Pase adelante! y siéntese en cualquiera de nuestras dos gradas, una de este lado y otra de este otro, ¡el espectáculo está por comenzar! Y recuerden estimados invitados a partir de ahora Uds. no son más que meros aceptantes; les pedimos, en nombre de la mentira, que dejen de usar su cerebro y no olviden atragantarse con nuestros bailes y maromas, y ¡claro! recuerde Ud. votar por su payaso favorito a la salida.

Le advertimos, antes de que comience nuestro grotesco espectáculo, que si se sienta en la grada de la derecha deberá cuidarse de las pedradas y los chillidos que le lloverán desde la grada de la izquierda, esa gente desheredada, acostumbrada a gritar para hacer entender las pocas palabras que se sabe; igualmente les decimos a quienes decidan sentarse en la de la izquierda, que deberán soportar las burlas, los chirretes, el desprecio y la muecas de los de la derecha, esa gente despreciable, acostumbrada a tenerlo todo y que para hacerse entender les basta levantar el dedo.

Ahora sí, mis estimados espectadores, simples aceptantes, es hora de dar comienzo a este circo de dos pistas, ¡Atención! Primero, como abreboca, disfruten de estas dos pantallas, cada una dedicada a desvirtuar la verdad, inclinando de a poco la balanza hacia su lado, y, mientras los farsantes que se esconden tras la pantalla de vidrio recitan su tanda de mentiras cuidadosamente armadas, apréndase idéntico lo que dice para así repetírselo a sus compañeros en el trabajo, o a sus amigos en las reuniones de los domingos, o a su familia a la hora de la comida, y si acaso siente que le abren las piernas y violan su cerebro, hágase el loco, no le pare, fíjese en quienes le rodean, ¿los ve? ¿aturdidos, con las bocas abiertas y con un hilo de baba que les cuelga de las comisuras de los labios?, no se preocupe, pronto Ud. se sentirá igual.

Ya vienen entrando a esta gran carpa nuestros extraños payasos, miren a aquél de allá, que entra por la izquierda, con una boina roja y la cara pintarrajeada y deformada por el resentimiento y la violencia, detrás de él viene su patética corte, los Valera, los Ron, los Serra, los Mario Silva, violentos, gritones. Y ahora de este lado, miren hacia la derecha, este grupete que viene con el maquillaje circense corrido de tanto llorar y quejarse, con los rostros desencajados por la disconformidad, allí se congregan los Goicochea, los Leopoldo Castillo, los Colomina, también violentos, también gritones.

Viene, cada grupo, agitando sobre sus cabezas las encuestas que los muestran como ganadores, tienen también pruebas que inculpan a los del otro grupo de todo tipo de conspiraciones y trampas, de esas que son tan comunes en la dinámica politiquera barata que nos encanta a todos aquí en este circo, el de la mediocridad.

Miren como desde esos dos extremos ambos grupos comienzan a acercarse el uno al otro, y lo hacen tirándose escupitajos, amenazándose con los puños cerrados y sin idea de lo parecidos que se ven a los ojos de aquellos que no formamos parte del circo. Y como si quisieran confirmar esta idea, una vez que se han acercado lo suficiente comienzan a confundirse a nuestros ojos, parecen hermanos en la miseria, vestidos de los mismo harapos. Son tan parecidos que gritan las mismas consignas, anhelan las mismas cosas, ambos quieren lo mejor para el país y mientras descalifican a los del otro grupo se llaman a sí mismos democráticos. Y así se entrecruzan y transitan el camino antes transitado por sus contrincantes y salen de la carpa por donde entraron sus antagonistas, como si nada, y es que en realidad poco ha sucedido. Entre ellos no mediaron palabras, sino gritos; nada de acuerdos, sólo el fútil intento de cambiar, mediante la imposición, la manera de pensar del otro; nada de identificación con ese otro, y mucho, muchísimo de identificación partidista.

Una vez concluida esta demente danza, en el silencio que prosigue, comienzan a escucharse intermitentes los suspiros y exclamaciones apagadas de los que siguieron el espectáculo desde sus respectivas gradas. Atontados, como despertando de un sueño muy profundo o de una orgiástica borrachera comienzan a levantarse de sus asientos y a dirigirse hacia la puerta, donde los espera aquél que les dio la bienvenida: ¡Esperamos les haya gustado! ¡No olviden depositar su voto! ¡Elijan a su payaso favorito! ¡Y no se olviden del camino! Para que así puedan disfrutar siempre del pan y el circo.

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