Cuando salen los nuevos billetes, los fuertes, José Urriola se toma la molestia de deconstruirlos en su blog. El más acertado de todos sus (hilarantes) análisis fue sin duda el del billete de 20, el billete de Luisa Cáseres, el billete femenino que, evidentemente debía y tenía que ser rosado. Confirmando toda sospecha de machismo disfrazado de reivindicación femenina. Hoy, recuerdo ese artículo con especial interés a propósito del estreno de otra perlita del cine nacional. Día Patraña -como me referiré al film en lo sucesivo- da cuerpo a esta idea hipócrita de la feminidad rosa, la idea de la feminidad talla M, la idea de la feminidad que vende Luis Fernández en su infeliz columna.
Ni siquiera Isabel Coixet, cineasta a la que me une escaso o ningún afecto, representa una idea del “cine femenino” tan, pero tan retrógrada. En España, a Coixet le han dado hasta con el tobo por dirigir comerciales de tollas femeninas. Sí, sí, a Coixet, una realizadora con trayectoria constante y que ha logrado un nombre fuera de su país (a sí sea a costa de cursilería pretenciosa); pero acá tratamos con algodones un film que ha sido realizado como una cuña de toallas femeninas.
El despropósito gráfico es alarmante. Las animaciones interrumpen una historia que apenas si se puede sostener, y llevan al espectador de la mano al hastío inminente en un carrusel de papetismo kitsch (tal como esta frase recién escrita). El efecto dado gratuitamente, el efecto como fin en sí mismo, el efecto que va de lo bien ejecutado en algunas ocasiones a lo rematado a las carreras en otras; es apenas el primer derrotero de esta patraña. El cuerpo femenino mutilado de toda su complejidad y disminuido al estereotipo correspondiente: la Lolita floreciente, la Victoria Secret en su punto y la madurez seductora de la experiencia. Antes nos habían reducido a madre, amante, vieja sabia e incluso a Lilith perversa, pero estas latas de Polarcita en ligerie barato fueron un golpe muy bajo.
Cuando hay que salir a diario y regresar a casa a quitarse el pegoste de silicón de encima, cuando las modelos más publicitadas de este país dicen que sus cuerpecitos son la concecuencia de una “buena genética” (¡?¿!), cuando los Farmatodo aumentan en metros cuadrados los anaqueles de productos reductores, es entonces cuando llega el Día Patraña a confirmar todas esas sospechas. Todos esos miedos de figurín perfecto en plena época de barreras de género borradas del mapa. Cómo es que se les dice a las niñas de busto efervescente e “hilachos” asomados…ajá, explotadas, así se les dice, “esa jeva está explotada”. Como metáfora gruesa de glándulas que parecen consecuencia de una detonación y no del curso natural de la bioquímica. Así de explotada está la dirección de arte del film. Grotesca, chillona, sobreproducida, que grita desesperadamente “Voltea! Acá estoy”, invertimos mucho tiempo acá!!! YUHUUUU!!! Voltea!!!! Exagerada y que por tanta presencia aporta tan poco, al punto de resultar poco o nada creíble. Unido al vestuario que es de lo más feo que se haya visto jamás. Notorio, por su imposibilidad de ser congruente y una vez más, nada creíble para los espectadores. Ropa de diseño juvenil/novedosa/emergente/talento latinoamericano in the house/vanguardista…Bah! Puras patrañas! Lo único que salva esta servidora es la falda de tul, a la que se le dedicó tanta presencia en pantalla que no tuve más remedio que agarrarle cariño. Al respecto, y con mucho orgullo de la producción salen cifras ridículas: Lolita CandyRaver (personaje de Patricia), 12 cambios de vestuario; Victoria Secret colombiana (Sol) , CINCO cambios de ROPA INTERIOR; mujer autosuficente surenia (no recuerdo el nombre), 7 cambios de vestuario . Esto en un sólo día de tiempo transcurrido en la historia, día que ni a la noche llegó y sin flash backs incluidos.
De la banda sonora ni hablemos…si la colombiana oye Aterciopelados y a la venezolana le gusta Dj Tropicaliente, pues entonces ahí se acaba la discusión. Sin embargo no puedo dejar de mencionar la cancioncilla descolorida que representa a la peli, una pieza de nombre desafortunado “Incienso embriagador” y de intérprete aún más alarmante. Todo este cotillón de foamy para llegar a conclusiones burdas y espeluznantes sobre la condición femenina, en donde la directora verbaliza a través de diálogos (recordemos que acá en Venezuela no sabemos hacer cine con imágenes sino con diálogos, y diálogos malos claro está), la posición disminuida de la mujer frente a la sociedad. En donde un padre desconfía de las habilidades laborales de su hija para llevar la empresa familiar, una jovencita debe exhibir su cuerpo para mantenerse y la de otra que debe dejar una propuesta de vida matrimonial por amor a su oficio.
Todas tuvieron la epifanía reveladora de su condición de mujeres disminuidas gracias a la posibilidad del embarazo, el clímax dado por la metida de pata que funciona para que las niñitas sepan con quién cuentan realmente en su vida y para que logren tomar al toro por los cachos, si me permiten el refrán muy poco femenino. Qué triste clímax, descubierto y anticipado desde los primeros minutos del film donde el pobre argumento gritaba desesperadamente: ninguna está preñada! La preñez sólo servirá de detonador! No se coman el cuento! De hecho, creo que el afiche ya lo delataba. Y el final con Venus en su ostrita, vendría a dar el tortazo demoledor en la cara. Aunque el peor de los tortazos fue ver a la Lolita enfundada en el traje de promotora Dewars caminando segura y confiada hacia la vitrina patética. El embarazo es el símbolo eterno de la feminidad, del que una mujer jamás se podrá zafar, y entonces cuando las discusiones están en terreno hostil ante la legalización del aborto, esta visión se vuelve tan irresponsable y efímera como pompa de jabón (para alinearme lingüísticamente con el film). Se torna barata y esquiva como la bisutería y el Palacio del Blumer. Se vuelve reforzadora de estereotipos como Utílisima Televisión.
La última gran referencia cinematográfica del dilema embarazo/aborto es sin duda 4 meses, 3 semanas, 2 días. La película rumana de Cristian Mungie (hombre valga la acotación), que llegó a nuestras salas hace algún tiempo. La comparación ni cabe, es cierto. Porque los defensores del cine de pompas de jabón dirán que los discursos son completamente distintos y que el tema en ambos casos tienen proporciones diferentes. En el primero lo es todo y en el segundo es apenas la excusa (mal lograda). Sin embargo, lo traigo a colación porque me causa gracia que se le atribuyan si quiera preocupaciones femeninas a Día Patraña. Así, un hombre puede abrir una brecha hiriente en la discución de un tema del que supuestamente sólo entienden las mujeres. Cuando a Lucrecia Martel le preguntan si su cine es “femenino” responde, si se supone que hago cine “femenino” porque soy mujer…entonces claro que mi cine es “femenino”, no puedo hacer otro cine entonces. Ironizando acerca de la burda etiqueta de cine de mujeres. Por eso hay que desconfiar desde el principio de una propuesta que se vende como tal.
La última de las patrañas que abordaré es de las más desternillantes a mi parecer. Día patraña no es sólo una película femenina, sino una película femenina de integración latinoamericana. JA JA JA, burdo concepto mercadotécnico que han querido adjudicarle para la promoción del cotillón. Integración justificada en apariciones fantasmagóricas de Juan Pablo Raba o el muñequín de torta de Isa TKM, entre otras desventuras. Como los planos descriptivos de caminatas callejeras para mostrar postalistas regulares de Caracas, Bogotá y Buenos Aires, para justificar la «integración» de presupuestos. La última gran mentira de este Panty Miranda Classic.
Han sido dos mujeres las que nos han llevado a tocar la gloria (sobrevalorada) de los laureles internacionales. Fueron dos cineastas las que nos metieron en Cannes. Margot y Fina. Por pura solidaridad, esta misógina que escribe espera, sea otra niña la que nos acerque a días mejores en este desfile burdo de cinematografía nacional. Pero hoy, con Efterpi (Libertador Morales) y Alejandra (Día Naranja), esa promesa rosa se vuelve cínica como una ilustración de Jordi Labanda, se desvanece como un alisado japonés.