Somos seres de costumbre. Necesitamos rutinas para darle sentido a nuestras vidas y organizar nuestro mundo.
A veces, atacamos a la(s) rutina(s) por aburridas, por convertirnos en autómatas y hasta por restarnos libertad.
Nada de esto es realmente grave. Grave es adoptar rutinas cuando de ellas depende nuestra vida, o al menos, retrasan lo inevitable. En Venezuela, nos hemos ido acostumbrando a rutinas perversas, por decir lo menos:
“Cuando salgas, trata de vestir sencillo”
“No camines con el celular en la mano”
“Sube los vidrios del carro. No se te ocurra bajarlos”.
“No busques problemas. Y si los problemas te buscan, pide perdón. O corre”.
No son expresiones casuales. En nuestro país, seguir al pie de la letra estas sentencias es casi un hábito de sobrevivencia. En otros casos es una generalización que raya la paranoia.
“No te acerques a un desconocido”
“No vayas para allá, es zona roja”
Hemos adoptado estas rutinas por miedo. Nuestro temor no tiene rostro, pero si imágenes. La bala es la más contundente de ellas. Tememos morir a punta de pistola. Arrasados por el fuego de un arma.
Sabemos, gracias al testimonio de aquellos que han vivido para contarlo, el dolor que produce el choque de una bala sobre la carne humana, el ardor de la piel quemada, atravesada por la velocidad de un pedazo de plomo que despedaza los órganos con su volátil trayectoria.
Por su acción, la vida puede escaparse en segundos, a veces sin tiempo para saber qué pasó. Morir por arma de fuego debe ser una muerte no razonada. La bala consume la vida demasiado rápido.
Y vivir allí donde la amenaza de las armas de fuego se cierne como una igualitaria lotería sobre los ciudadanos es indignante.
Porque uno de los mayores problemas con las armas de fuego es que el poder de quien la posee es muy superior. No hay correlación de fuerzas y es dificilísima –aunque no imposible- la negociación. Una pistola es totalitaria.
Venezuela ha sido, al menos durante su historia republicana, una nación ensangrentada. Desde la independencia nominal de España en 1811, el país ha vivido 150 de sus 198 años en guerra frontal y abierta, o al menos muy mal encubierta. El resto del tiempo hemos pasado por la lucha armada, las conspiraciones militares y la mano de la policía represiva y el hampa común. Así que pacíficos, lo que se dice tranquilos no somos.
Pero ¿hacia donde nos estamos dirigiendo? Hoy, más del 85% de los asesinatos en el país han sido cometidos con armas de fuego.
Este fenómeno ha ocurrido por múltiples razones, una de ellas es que el número de armas en la calle es mucho mayor que antes. La impunidad ha pateado los límites. El gasto en compra de armas es asqueroso. Del 2000 al 2007, Venezuela gastó alrededor de 4900 millones de dólares en compra de armamento, principalmente a Rusia, ubicándose en ese período como el décimo mayor comprador de armas en el mundo. Y el aumento de armas no siempre significa un aumento de la fiscalización. ¿Cuántos casos existirán de desvío de arsenales públicos para el crimen organizado?
¿Sería otra la historia si no tuviésemos tantas armas en las calles? Probablemente la violencia se seguiría manifestando, pero tal vez nos sentiríamos menos indefensos de lo que nos sentimos ahora.
Entonces pidamos que saquen todas las armas de las calles. Y después nos caemos a coñazos si hace falta. Y nos decimos por qué es que nos odiamos tanto, y por qué llevamos tres cuartas partes de nuestra vida como país peleándonos.
También puede que, pidiendo el desarme, asistamos al show de otro gobierno que vive atrapado en su juego de poder. Porque para sostenerse, hace falta más que carisma y petrodólares: también hacen falta muchas concesiones a los perros de la guerra y el tráfico de armas. Y no me jodan con el cuento de que a Chávez lo tienen engañado. En tal caso, que asuma su responsabilidad por pendejo.
Entonces, exigir dignidad debería ser rutina. La rutina de vivir sin pensar cuándo es que pasaremos a ser parte de la estadística de sangre.
Por eso, tenemos derecho a saber cuántas armas hay en el país, cuándo veremos la completa implementación de la Reforma Policial, cómo es eso que ahora se formarán milicias civiles armadas en lugar de velar porque se haga justicia con los líderes campesinos e indígenas asesinados.
Tenemos derecho a exigir un plan de seguridad ciudadana coordinada y un plan para el desarme ciudadano∗.
Sumemos una rutina a nuestras vidas, una que diga basta de armas.