Todo comienza con la emboscada; una inocente conversación a mi alrededor acerca del equipo local, de lo bien o mal que lo está haciendo, que si tal jugador o cual jugada de anoche. Todos tienen algo que decir, los grupos se consolidan alrededor de su equipo de preferencia, el ambiente comienza a calentarse con insultos prefabricados y sus respectivas respuestas. Al final toda la disputa deberán resolverla otras 18 personas sobre el engramado del estadio, y por alguna razón que desconozco, hay que ir a verlo en vivo. Se supone que es cheverísimo, que son 2 ó 12 horas de tu vida llenas de emoción y euforia al filo de una butaca diseñada por un liliputiense. “Ya verás como les vamos a meter nueve arepas”, “la temporada no se termina hasta que se termina y el primer maíz es para los cochinos”, “ese equipo es como las hallacas, después de diciembre se ponen piches”, y frases por el estilo dejan el tema encendido y en suspenso. La cosa promete ser buena y dar mucho de que hablar; así que cual marino aventurero, me embarco en esa odisea interminable.
Ya no se consiguen entradas, pero nunca falta un buen vecino que te regala la de su abono. Es decir, una víctima del consumismo con muy mala memoria, que ha comprado entradas por adelantado para todos los juegos de la temporada. Pero, como sucede cada año, ya se ha dado cuenta de que eso es demasiado fastidioso, así que le hace la maldad a otros. Es el tipo de personas que si tuviese SIDA, sembraría agujas infectadas en las butacas del cine. Maldad pura, se le nota un brillo en los ojos y el excesivo salivar cuando la despega del cartón para dártela. De puro pendejo, uno ofrece pagársela, pero este rechaza cualquier ofrecimiento y así aumenta su placer, pues se siente dominante y superior al disfrazarse de esplendido y saberse impune ante cualquier reclamo posterior. “Toma, aprovéchala tú, es que yo… yo… yo… (cof-cof-cof) tengo gripe”, te dice con un falsete altruista, y uno se siente como un niñito al que le han regalando un pase gratis para viajar en el trasbordador espacial. Si, en El Challenger.
Noche del juego. Hay que saber de que color vestirse, pues un error cromático puede costarte, no la vida, pero si una buena apaleada a manos de una turba de fanáticos. Hay un caos bien organizado alrededor del estadio para estacionarse y entrar, nada del otro mundo, atribuible mas bien a nuestra condición de país salvaje. La cosa camina a empujones; se comparten fluidos, gritos y se acepta con resignación una que otra cercanía demasiado incomoda para mi hombría. Todo sea por el disfrute del juego. La butaca indicada en mi entrada parece estar ocupada por una señora gorda acompañada de sus robustos hijos. Reviso con detenimiento las siglas, doble chequeo mi conteo y termino nuevamente con la señora gorda. Hacemos un trueque obligado de entradas, como cuando el panadero te da un caramelo a manera de cambio o simplemente te dice “te debo mil, panita”, sonrío y trato de pensar que hubiese sido muy incomodo pasarme la noche entre dos tanques blindados apuntándome con sus cañones. A fin de cuentas, mientras mas arriba, mejor se ve el campo. Como si realmente hubiese algo que ver. -1ra Cerveza-
Ya va media hora de atraso, pero al parecer yo soy el único al le importa. Mientras tanto, se ve a los jugadores regados por todo el campo. No culpen de los kilos de mas a la televisión, en persona siguen siendo un hatajo de gorditos culones. Pierden el tiempo reunidos en círculos, pasándose la pelotica, escupiendo y jurungándose las bolas. Esto mantiene al público hechizado. Mi vecino de butaca tiene una radio pegada a la oreja mientras se come las uñas, así que le pregunto que está pasando. Le da volumen para compartir conmigo las incidencias: Nada, todo es normal. Dos narradores sin nada que decir, estiran las palabras que pronuncian para ocupar su tiempo al aire, mientras cuelan una publicidad barata entre malos anglicismos y pronósticos basados en estadísticas poco fiables. De pronto, como si todos respondieran a un silbato canino, el equipo se recoge y el público enardece. Como que ya va a empezar la cosa. Pero no. ¿Cuál es el apuro? -4ta Cerveza-
Media hora mas tarde, salen los equipos para formarse y entonar Las Gloriosas Notas del Himno Nacional de la Republica Bolivariana de Venezuela. A medida que salen, se escuchan vítores y abucheos. Algún hiperfanático, uniformado de local, se guinda de la reja del lado de visitantes y empieza a gritar con pasión desbordada: “COÑOETUMADRE! COÑOETUMADRE! COÑOETUMADRE!…”. Solo se calla mientras suena el himno. ¿Qué rayos es el empíreo? Se aplaude, se silba y se grita al finalizar. Es así y punto, olvídese de lo aprendido en la Sociedad Bolivariana durante los años de colegio. El “COÑOETUMADRE! (Bis)” retoma su ritmo mientras los jugadores comparten nalgadas y regresan a su dugout. Ahora como que si va a empezar la cosa. Pero tampoco. ¿Sigues apurado? -8va Cerveza-
Una vez perdida la noción del tiempo, sale el equipo local al campo. Un altoparlante que suena como una foca ronca tocando saxofón nombra a cada jugador, su posición en el cuadro y el sobrenombre que ellos cariñosamente le dan. Lo que hace el ocio! Todo el mundo hace que entiende, pues aplauden y aúpan a sus héroes. En el cuadro, los jugadores siguen con su rutina de perder el tiempo pasándose la pelotica, escupir y jurungarse las bolas. Ya falta poco, de un momento a otro el umpire gritará: “PLAYBALL!” y se desatara la furia. Pero ya va. Es de un momento a otro. No es ya-ya-ya. Ya va. De un momento a otro. Un momento. Momento un. Otro momento. Momento otro. Memento. -11va Cerveza-
“PLAYBALL!” y el publico grita eufórico, yo lloro. Como si no importara, minutos mas tarde sale el primer bateador, caminando, en calma, no hay apuro. La foca ronca del saxofón lo nombra y los fanáticos abuchean. Se acomoda en el cajón de bateo dando brinquitos estacionarios. El pitcher niega, asiente, niega otra vez y finalmente asiente. Se miran fijamente. El bateador patea el terreno para afianzarse mejor con los tacos. El pitcher lo mira con odio. Ambos escupen y se jurungan las bolas. El bateador pide un tiempo fuera para limpiar la suela de sus zapatos que acaba de ensuciar pateando el terreno. Golpea sus pies con el bate, luego pide mas tiempo para limpiar el bate y vuelve a acomodarse. Abanica al aire, como diciéndole al pitcher por donde la quiere. El pitcher niega, sigue negando hasta que asiente. Se prepara para lanzar. Como que va a lanzar. Gira. Frunce el ceño. Baja la cabeza. Se acomoda la gorra. Ahora si va a lanzar. «Tiempo», pide el bateador. Se acomoda las medias y la lengüeta de los zapatos. Ambos aprovechan para jurungarse las bolas y escupir. Se reinicia la “acción”, o mas bien se repite. El umpire ahora interrumpe para quitarle el polvo al home con una brocha. El catcher se para, se quita la careta y escupe. Todos se jurungan las bolas y vuelven a escupir. Se retoman las intenciones de empezar. Pasan algunos minutos mas y de pronto: Coño! Ahora si! Lanza! Y… STRIKE!. Desconocidos se abrazan, vuelan cervezas y el estadio entero explota en aplausos. Yo no he parado de llorar. -14va Cerveza-
Sucesos idénticos se repiten hasta solaparse. Estoy atrapado en el deja vu de una pesadilla recurrente dentro de la sala de un cine continuado en forma de Anillo de Moebius que presenta“The Groundhog Day”. Fijo la mirada en la grama y la veo crecer mientras todo a su alrededor parece acelerarse. Es una ilusión, aquí nada se acelera, es mi mente la que se hace mas lenta. Ya no se lo que es el tiempo ni me importa. Que Einstein, que continuum espacio-tiempo ni que relatividad! Si el reloj va hacia adelante o hacia atrás me da igual, siempre y cuando sea en el sentido en que esto termine mas rápido. ¿Más rápido dije? Que iluso! -18va Cerveza-
Las ganas de orinar me hacen reaccionar del entumecimiento mental. Pido permiso a mi vecino de la radio que ya tiene rato que paso de las uñas a la carne de los dedos. Busco los baños por el pasillo, no es difícil encontrarlos, por el aroma yo lo sé. Hay mas orine en el piso que en los excusados, normalito. Hombro con hombro, todos hablan acaloradamente acerca del juego con su compañero de urinario. Supongo que el compartir gotitas de pipí rompe el hielo y crea un fuerte lazo de empatía. Prefiero no fraternizar y esperar a que se desocupe un cubículo privado, total, aquí uno aprende a esperar y esperar y esperar. Finalmente logro un inodoro para mi solito, y mientras me descargo, escucho de fondo al estadio estallar en júbilo. Algo importante debió haber pasado, aunque estoy seguro de que no fue nada. Regreso a mi butaca y veo el marcador solo para comprobar que efectivamente no paso nada, aunque mi vecino del radio luce como recién revivido de un infarto. Ya el tipo empieza a parecerse a un animal desollado.
Con algunas cervezas de menos en mi sistema, comienzo recobrar la conciencia y a tener nuevamente el control de mis acciones. Noto que a mi alrededor todo está mas mojado y mas sudado de lo que recuerdo, las barras son mas ruidosas que al principio, las conchas de maní y pistacho tapizan ahora el piso. Ya no puedo sentarme, todo el mundo está de pie y no me dejan ver lo que acontece en el campo, o sea: Nada o lo mismo. Es igual, el punto es que no hay nada que ver, y si lo ves, no es nada diferente a lo mismo que ya viste, que es nada mas y nada menos que la misma nada anterior un poco mas nueva pero igual de nada que la otra misma. Mas nada y nada mas de lo mismo. Otra cerveza, esta vez tibia. De pronto el estadio enmudece y todo se congela. Un suspiro generalizado en “ÑO” sostenido acaba con el instante mágico. Algo pasó, cuando menos así pareciera, aunque en realidad no.
El juego sigue 0 x 0 sin mayores incidencias, por supuesto. El equipo visitante abandona el campo bajo insultos, mientras que bajo aplausos el equipo local retoma su alineación. Estoy a punto de botar mi cerveza caliente por la mitad cuando logro descifrar un mensaje que emana de la foca-ronca-saxofonista, algo parecido a: “COWUNZU DUL SUWUNDU UNWUM”. ─“QUE-QUEEE???!!! COMIENZO DEL SEGUNDO INNING???!!!” – Si, lo digo en voz alta con indignación y mis vecinos me miran extrañados. Froto mis ojos, confirmo con la pizarra y repito incrédulamente: ─“QUE-QUEEE???!!! COMIENZO DEL SEGUNDO INNING???!!!” . Todos a mi alrededor asienten con mucha seguridad. El loquito de la radio, ya con sangre entre los dientes, se voltea y me dice vibrando de emoción: ─“A mi me pasa lo mismo… es que el partido está demasiado candela!”. Vuelvo a lloriquear otro rato. Antes de caer nuevamente en estado de letargo e indiferencia temporal, decido que ya esto ha ido demasiado lejos. Pido permiso al que ahora mordisquea la radio y busco la salida. Me sorprende la cantidad de personas que aun esperan por entrar, yo trato de advertirles con señas y gritos desesperados, pero no me hacen caso. El conciente colectivo de la manada es superior, es el llamado de la naturaleza para el que algunos vienen cableados de fábrica. Esa naturaleza si que es una mierda!. Vomito un buchecito dentro de mi boca y trago rápidamente, y entre arcadas me apuro en llegar a mi carro para perderme de allí lo antes posible. Al montarme y prenderlo, suena el juego en la radio. Le meto un solo coñazo y enmudece. Paz. Me concentro ahora en mi reloj que avanza de nuevo a la velocidad habitual, un segundo tras otro, compruebo que al sumar 60 forman un minuto y a su vez este hará lo mismo hasta lograr una hora. Mientras manejo de regreso a mi casa, mentalmente voy entonando “1 Mississippi – 2 Missisippi – 3 Mississippi…” y retomo el ritmo de la cordura.
Aunque estragado, estoy desvelado. Veo cuatro películas seguidas en DVD y luego empiezo a cambiar canales. Veo una repetición de Friends, una de Seinfeld y dos mas de South Park. Casi he olvidado el béisbol por completo cuando me cruzo con el juego en pantalla. Creo que voy a convulsionar, nunca me ha pasado, pero segurito que así es como se siente. Antes de empezar con la tembladera y a echar espuma por la boca, escucho decir al narrador que el juego acaba de finalizar y poco a poco retorna la calma a mi cuerpo. Lo dejo un momento en ese canal hasta que anuncian el marcador final: 1 x 0. Aparentemente ganamos en el último inning con un jonrón, eso debe haber sido un festival de nalgadas interminable. Debe ser por eso que siempre lo llaman «juego» y casi nunca «deporte»; como sea; ya me libré de él, como mínimo por los próximos 7 años. Suspiro aliviado, me entra sueño y me alisto para dormir. Pero antes debo echarme alguna cremita en las bolas, porque desde hace bastante rato que me las estoy jurungando.