“La felicidad para mi consiste en gozar de buena salud,
en dormir sin miedo y despertarme sin angustia.”
Françoise Sagan
En innumerables viajes por la selva había adquirido el hábito de los indios locales: utilizar plantas de coca para mitigar el hambre. Esto, según él, podía mantenerlo activo durante un par de horas mas, así, en la lucidez de sus actos seguía explorando la naturaleza y sus seres, seguía admirando a la creación misma, estudiándola pero sin atreverse a irrumpir en ella.
Aquello era una idea revoltosa ante los ojos de familiares y amigos. Para un hombre con el poder enorme de los recursos interminables, poco acostumbrado por decisión propia a la vestimenta de etiqueta, cenas formales y bailes de caridad, la aventura le confería un magnetismo inexplicable, prefería así lo rústico de las civilizaciones olvidadas y aisladas por el hombre moderno.
Así como la naturaleza le maravillaba, mas lo hacían las virtudes bastas y sabias de las hierbas. De la marihuana disfrutaba la meditación, se convirtió en rito habitual gozar de la felicidad herbal del cannabis. Fue en Asia donde halló la somnolencia del opio. Sus efectos, al principio se traducen en cansancio, luego dan paso a la anestesia de los dolores padecidos (de allí que se conoce como “La Medicina de Dios”) para por fin empezar a soñar en duermevela. Esta ultima propiedad era la que mas le fascinaba, Afirmaba que el o-fu-jung (como solía llamar al opio y cuya traducción del chino al español es “veneno negro”) le producía reacciones mentales mas fuertes que los hongos alucinógenos.
Cuando regresaba de sus sueños, meditaba sobre cualquier cosa.
Los aldeanos afirman que, al soñar por el opio y no comprender la suerte de los sueños, la desgracia se hace evidente, directa o indirectamente, para los involucrados en las alucinaciones, una creencia tan sólidamente establecida que la cultura del curandero fue concebida mediante esa explicación simple.
Una vez viajó en el espacio opial hacia los principios del universo, observó desde lo alto cual Dios creador, como nació de la nada, la primera célula. La contempló formarse, le pareció de un color púrpura intenso y notó entonces como múltiples divisiones y divisiones de las divisiones de la célula madre se convirtieron en algún animal nunca visto. Regreso en si.
En otra oportunidad juntó las virtudes del opio con las bondades del hachís y se soñó reflexivo entre montañas tan plateadas, que al sol inclemente del medio día, el resplandor cegaba para siempre a quien fijara su mirada en el horizonte.
Una tarde su mente escapó a algún lugar conocido, tenía esa sensación vaga de los recuerdos de vidas pasadas. Se sentó sobre una piedra y allí le fue revelado el secreto de la vida, el futuro de la humanidad y la fórmula de la juventud eterna. Todo esto estaba escrito en un papiro que se encontraba al lado de su improvisado asiento, escrito en una lengua nunca vista, si quiera soñada, un idioma que entendía como si fuera su lengua materna.
Deliberadamente no volvió a sucumbir a la flaqueza del ser y se mantuvo lúcido durante quince días y quince noches completas, mas al día dieciséis extrañó la profundidad y libertad de alma que sentía al medio dormir.
Decidido a ceder ante su revelador amigo, se liberó una vez más de las nociones del tiempo y volvió a reflexionar sobre tantas cosas. En el nuevo capitulo no se reconoció, ni tampoco el tiempo ni el lugar. Al observarse en algún espejo, veía una imagen nada familiar -“las hierbas están fuerte”- se dijo sin malicia y continuó explorando el sitio.
Paseó por entre sus iguales, pero estos no le prestaron la más mínima atención, los hombres hablaban en un dialecto que no comprendía pero poco le importó. Lo que logró sacudir su cuerpo fue lo siguiente: en un cuarto de luz pobre y gente de llanto inconsolable, se reconoció postrado en un rústico lecho, rodeado de flores e incienso. El cuerpo, su cuerpo, apretaba un rollo de papel bastante nuevo. En su estado opial no sintió sin embargo miedo alguno y se acerco justo como esperaba; sin que alguien se inmutara por su presencia. Levanto el rollo de papel pero no distinguió ninguno de los pocos caracteres que tenia escrito. Volvió en si.
Se reincorporó a la realidad algo somnoliento aun, con el sabor a cobre fresco en el paladar. Miró a un lado y todo era igual al lugar de donde acababa de regresar, apretó la mano derecha y encontró un rollo de papel, esta vez sintió pánico y lo leyó, de un lado estaba escrito su nombre, del otro decía: Q.E.P.D.