Érase una vez José Ramón Novoa, director uruguayo afincado en Venezuela, reconocido por defender un cine comercial puro y duro sin complejos, ni sentimientos de culpa. En tal sentido, es un tipo honesto. Siente predilección por la cotufa y no tiene rollos en cocinarla a fuego lento como Cesar Oropeza y Carlos Malavé.
En los noventa, José Ramón fue el paradigma de una tendencia estrictamente neoliberal y pragmática en el seno de la industria criolla, a contrapelo de las fallidas visiones románticas, autorales y experimentales de la época, bajo la batuta del Diego inmutable de “Karibe”, del ambiguo Leonardo de “Tokio Paraguaipoa” y de la nueva generación cortometrajista de Viart, hoy en día asimilada y deglutida por el sistema de la publicidad, los medios y las subsidiarias de la Villa, donde si te vas de lengua, pierdes tu silla. Es importante mantener la compostura, la formalidad y el pico cerrado delante de sus autoridades. Ellos lo saben muy bien y tú también.
En cualquier caso, en los noventa había un dilema y una discusión entre producir películas para el gran público o para el circuito alternativo de Festivales ombliguistas, para los simpáticos muchachitos andinos.
Al final, con la muerte de las ideologías y el ascenso de la despolitización en los mercados culturales, el debate cesó, acabó, terminó, en espacios públicos y privados, en foros abiertos y cerrados, ante el inminente paro técnico del único espacio encargado de promover cuestionamiento y análisis serio en materia de desarrollo audiovisual. Me refiero a la publicación “Encuadre”, aniquilada y silenciada por el gobierno, con el apoyo tácito de sus últimos editores, pequeños Judas de la Patria y del gremio. Sólo queda señalarnos por su complicidad y por su traición con el gremio. Las consecuencias de sus actos son devastadoras.
Hoy en día, el panorama no puede ser más desolador. Nadie quiere discutir sobre nada, la censura y la autocensura cunden a diestra y siniestra, los comentarios indulgentes buscan tapar el sol con un dedo, y el arte de las relaciones públicas triunfa por encima de la crítica sin concesiones. En paralelo, los periodistas del sector son cooptados por el negocio y la red oficial, para garantizar su eterna condescendencia y su prominente manera de hacer publicidad encubierta de los títulos criollos. Por cierto, algunos hasta llegan al extremo de aceptar mordidas, pagos extras y prebendas por prestar sus servicios.
Por fortuna, todavía existen voces discordantes en el concierto hueco de la orquesta nacional de palangristas audiovisuales, pagados para hablar de nuestros jóvenes realizadores como si fuesen una camada de promesas musicales formadas por Abreu. Es la dudamelización de la crítica de cine. Es verdad. Es histórico.
Yo ya no estoy para escribir tonterías y zoquetadas para hacer amigos y contactos en la plataforma. Yo ya no estoy para mordazas. Yo ya entendí mi papel y lo asumí de lleno. Yo vine para sembrar inquietud en un zona de confort. Sonará pedante y todo. Pero esa es mi misión. A mi no interesa conseguir la aprobación de CNAC, ANAC y compañía. Se los juro. Por ello, los adulantes , los Pilatos y los camaleones me tienen miedo, me ven con furia, me esquivan y me tratan con desdén. Antes me daba pena decirles mi nombre. “ ¿ Aja, tu eres Sergio Monsalve?”, me increpaban con soplos intimidatorios. Y yo de gafo respondía con humildad, con pena y con modestia. Ahora me da igual si se inquietan o no. Es problema suyo. Afortunadamente, cuento con gente que sí me quiere, que sí me aprecia, que sí me valora y que sí me apoya. Para ellos escribo, aunque suene feo.
Ayer me acomplejaba escribir en primera persona. En la actualidad, hacerlo de otra forma, me resulta de una hipocresía y de un anacronismo absurdo. Poco a poco, me voy deslastrando de ese discurso aparentemente frío y distante, para darle rienda suelta a mi subjetividad y a mi condición humana. Le digo adiós al tono catedrático, académico, presuntuoso, prepotente y científico de Papel Literario. Le doy la bienvenida al estilo gonzo, mitad ficción, mitad no ficción, mitad confesión, mitad lo que sea. La idea es sacarse la careta.
Así pues, José Ramón es la punta de lanza de un proyecto institucional de consenso, a favor de un proceso de borrado digital o de maquillaje técnico de la historia contemporánea, donde lo feo, lo real, lo caótico, lo amoral, lo maldito, lo bipolar y lo polémico son olímpicamente eclipsados, desvanecidos y apagados, para brindar la imagen idílica y bucólica de una revolución bonita carente de conflictos sociales, económicos y políticos de peso.
Para robarle los términos a Fukuyama y a Ramonet, es un cine de fin de la historia y de pensamiento único, similar al de Cuba durante el período de la década gris y al de Franco en los años setenta, cuando los cineastas se vieron obligados a tomar el camino de la metáfora y de la introspección, para sortear los rígidos cánones de la inquisición. Al menos allá, las trabas y los obstáculos a la libertad de expresión, desembocaron en un puñado de obras maestras sobre las contradicciones existenciales de la época oscura.
En cambio, aquí el asunto apenas sirve y funciona para reafirmar ideas y conceptos manidos, anteriormente explotados y desgastados por el melodrama latinoamericanista en clave choronga de solemnidad hiperbólica.
La lección es contundente: si te pones irreverente, te execran y no te dan plata. Si te pones con la cabeza gacha, te consagran.
De tal modo, el relato es secuestrado por una revisión genérica desgastada, acrítica y literal de la novela de autoayuda, influida por el juego de las lágrimas de la televisión y por el filón best sellerista de Pablo Coello, según el cual, la cronología debe permanecer y preservarse como patrimonio universal, pero con el propósito de sacarle provecho económico de cara a unos argumentos folletinescos y decimonónicos pasados de moda.
Verbigracia, la película de Novoa es basada en una espantoso libro, lleno de alegorías metafísicas y de mensajes epidérmicos de pare de sufrir, con el avieso objetivo de vender mucho a costa de lo poco ofrecido por el lenguaje de la demagogia sentimental, en fase de opio para los pueblos.
El resultado es un telefilm tranquilizador y ceremonioso a partes iguales, saldado con una pobre interpretación de su protagonista, y unas ridículas intervenciones de su casting secundario, a la gloria del cuerpo desnudo de Mirella Mendoza y de la inexplicable participación de Elba Escobar en el rol de una mujer de limpieza, cuyo trabajo se reduce a tocar el timbre y a importunar al “pobre” de Erich cuando hace el intento de echarse a morir porque su esposa lo dejó y padece de un cáncer terminal.
Musicalmente, la banda sonora es consecuente con el sello Recordland de la casa de los creadores de “Garimpeiros”, “Sicario” y “El Don”, quienes pretenden cambiar de registro para darse un aire de importancia y de legitimidad cultural, a base de una combinación de violines con una fusión de ritmos del sur, de lo rudo a lo cursi.
Y como el protagonista decide irse a curar o a morir en la Patagonia, entonces la banda sonora estalla con el lugar común de un tango melancólico, a la temperatura congelada del mainstream porteño. Y ni siquiera. En Buenos Aires, el tango es tabú a la hora de ponerle ritmo triste a una tragedia. De paso, Novoa se ubica en un lugar muy lejano del cine comercial del sur.
De hecho, se le nota cerca de las producciones enlatadas en miniseries para TVES. Mismo formato de rodaje, misma factura de publicidad limpia y acartonada, con una hermosa fotografía a cargo de Oscar Pérez. Mismo rollo, mismo chantaje emocional. Populismo mesmo, con y todo promesa de resurrección mágica en el camino de San Diego. Una radiografía de nuestro cine en la era de las alianzas para el progreso con los pingüinos de la casa Rosada. Nuestro norte es el sur, dice entre líneas el guión.
En consecuencia, el régimen de coproducción pica y se extiende, desde la llegada de “Día Naranja”, a efecto de reforzar los lazos de unión del tratado de Mercosur, en el sentido de seguir aportando soluciones salomónicas a las dolencias y miserias del colectivo.
“Un Lugar Lejano” comparte con la ópera prima de Alejandra, un concepto mesiánico de redención continental y generacional, fundado en la posibilidad remota de conseguir la salvación a la vuelta de la esquina, cual Misión Milagro, de Caracas a la Habana. Es el regreso al hogar y al calor humano perdido entre el recuerdo de una memoria esquiva y banal.
En “Un Lujar Lejano”, el personaje principal abandona la vida material, para redescubrir el afecto embrionario de una madre sustituta, la madre naturaleza, en perfecta armonía con su medio ambiente. Acto seguido, ella lo acoge y lo abriga en su seno, para inyectarle sangre fresca. En hora y media, el milagro será consumado. Nunca sabremos si todo fue un sueño o una experiencia de vida en el bosque con Heidi. Lo cierto del caso es que nuestro héroe saldrá ileso del trámite, a encarar su futuro desde una perspectiva distinta, obviamente más humana, más terrenal y menos citadina.
En dos platos, se trata de restaurar un viejo mito de regeneración teológica: la creencia en el poder curativo de la vida campestre, alejada de la civilización. Una mentira ecológica y ecologista enraizada en una tradición religiosa, sofística y seudofilosófica de larga data. En una superchería, pues.
Ni la vida en el monte, ni la vida en la urbe, son garantía de nada, en el imperio relativista de la posmodernidad. Ya lo demostró Herzog con “Grizlly Man” y el propio Sean Peen con “Into The Wild”, cuyos protagonistas mueren devorados por sus delirios y sus sueños de emancipación total de las cadenas de la sociedad capitalista. Incluso, en ocasiones, la realidad del monte es peor al costumbrismo programado de la megalópolis. Sea como sea, el paraíso no sólo es una quimera en el siglo XXI, sino un espacio completamente en descomposición. El mejor ejemplo es la propia Patagonia, contaminada, rematada y repartida por las corporaciones a precio vil. Ni hablar del presente y del mañana de Alaska.
En conclusión, “Un Lugar Lejano” prefiere ponerse una venda , un esparadrapo y taparse lo oídos, frente al ruido de fondo de las innumerables paradojas del hombre del tercer milenio. La intención es, como siempre, confundir a la mirada suspicaz a través de un cascada de artificios y de atracciones de feria.
Los señores de la cortina suben y bajan el telón, para representar un teatro socialista de sombras chinescas. Por lo pronto, te invitamos a desmontarlo en el foro, con las armas de costumbre: la palabra, el ingenio, el humor y la razón. Nuestros escudos en la batalla por la resistencia pacifica de la nación.
Este es el aguante, te lo digo yo.
Tarde o temprano, ganaremos.
Los dinosaurios están condenados a fracasar y a desaparecer, desde el Sur hasta Miraflores.
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