¡Oh! y desconfías de ti, conspirador.
Pero andas callado, suenas tan flojo,
desmemorias al silencio, si,
ruido eres, ruido inapreciable.
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La soledad que derrumba este día sobre mi, es absoluta. Sin embargo tengo la certeza de haberme sometido como nunca a un éxtasis prolongado en las horas que llevo despierto, incluidos también, como génesis de mi estado agraciado y, no puedo olvidar, intensamente solitario, aquellos largos minutos de entresueños, medioviva y a medio morir la conciencia; y es ahora cuando puedo ver con certeza mental que permanece en mi la supravida de esos momentos.
Hoy bautizo a mis dolencias con el sudor de mi satisfacción.
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Dos Noches Seguidas,
— la primera se encontró con la segunda, y esta acabó por perderse sola.
La música. Te tiene en pié hasta tirado y borracho; pero se puede resistir tantas horas por las miradas. En este bar como en muchos, las miradas son indisolubles, pura existencia. Y no será cosa de bares, si no es el alcohol lo mismo al bar que a las personas.
— las miradas.
Se entrecruzan evitando, y se esconden encontrando lo mismo, tu y todos buscando lazos en la oscuridad; los destellos de los focos, el espacio vacío al fondo, y el dolor profundo de las miradas los dejan al descubierto, nerviosos, se dejan ver y se van.
Cientos de cerezas de un rojo de sangre formando un fondo globulado en movimiento. Hay desmesura en tu percepción; la naturaleza de sus ojos, su perfil perfecto, divinidad inherente en la geometría de los labios […]
–Como duele tener que verte,
solo mirarte.
Un fondo de cerezas tapiza las paredes del bar, y han pasado tantas horas;
se extingue el gesto y quema por dentro a las personas, te interroga el alcohol por continente a ti, triste contenedor,
–por que no podrás saciarte con la miel que bulle espesa y que se abalanza lentamente entre la comisura de sus labios melifluos, desde el abismo que te es su cuerpo, ¡ja!, la dejas marchar, te vas, y ahora.
A estas alturas de esta segunda noche, estas tan confundido que eres capaz de ver solo la cosa más sencilla y esencial, la luz confesa que vela siempre
en el silencio seco de tus pensamientos. ¡Miau! ¡Saber que es así todavía!.
Llegas a casa tan mal, que muerto sobre la cama,
solo y borracho, resoñaste que no eran cerezas.
–Nadie se iba y nadie era quien llegaba.
Dormir, […] despertar.
Pero no. Te viste aparecer delirante ante ti mismo mientras dormías,
conspira etílico tu corazón. ¡Despierta!,
que nada en toda tu habitación huele a miel,
y entre todo, lo que menos tu aliento.
No exhala tu alma barruntos de hierbas frescas, más bien quemadas. No procede de ti sospecha alguna a menta o regaliz.
Despierta y préndele que aun queda. Despierta, ve y asómate.
Sigue mirando el color morado de las nubes por la ventana, que ya amaneció hace rato, que tu despiertas pero aquí, en lo lacrado de tu realidad, ya anochece […] es el final del día, y mira que grandioso.