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Provocación

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Lo reconozco, es un hecho obvio, pero alguien debía comentarlo: en este mundo todo es sexo; cualquier evento u objeto que divises contiene de manera explicita una cópula. No es que yo sea un exagerado, alarmista o un adicto sexual que ve el sexo en todas partes, nada de eso, sólo soy un observador minucioso de la realidad, lo digo sin caer en vanidades.

Como ya dije, todos los eventos de la vida implican un acto sexual. Basta con comprar una barra de chocolate, las que vienen en un tubo similar al de la crema dental, pregunto ¿Cómo lo destapas para saborear el chocolate o la crema? Con el simple hecho de destapar ese pequeño tubo ya estás aludiendo al sexo, meter y sacar. De igual manera cuando presionas un botón del ascensor, se siente el roce de la tecla con las orillas del orificio donde se encuentra; ese contacto afrodisiaco me causó varios altercados antes de mi reclusión: en varias ocasiones no pude contener la excitación que me producía, y me dejé llevar por el deseo quedando al descubierto en medio de la faena.
Durante un tiempo me tocó dejar de utilizar el ascensor, como medida de precaución; además, también me era imposible jugar perinola sin que me agitara un deseo carnal, el contacto de ambas piezas creaba un fuego de pasión. Sin embargo, todo ello ocurrió hace mucho tiempo, ahora soy un ser cabal, libre de ataduras, aunque tengo mis recaídas en ocasiones, ¡pero cómo no recaer! si en todo momento me bombardean con esas imágenes hermosas, ricas, excitantes… que nada más me basta verlas para… ¡No!, no puede ser así, es cuestión de querer, como dicen por allí: el que quiere puede.
Esa afirmación parece ser cierta, y yo quiero pero… ¡No puedo dejar de complacerme! Además, muchos investigadores de la medicina y otros especialistas sostienen que autocomplacerse no es malo, sino todo lo contrario, es más seguro. Por eso no entiendo para qué me internaron si yo soy un hombre sano, tranquilo, adorador de las cosas buenas, como la doctora que me atendía todos los días; ella me agradaba aunque me trataba como enfermo sólo porque una vez le dije que me excitaba cuando se abotonaba la camisa. La acción de introducir el botón en su respectivo orificio causa una sensación similar a la de las teclas del ascensor.
¡Esto es un karma! me persigue a todas partes, no puedo encender el televisor, aunque cierre los ojos puedo sentir como la tecla se hunde al presionarla, y eso es suficiente para desarmarme, igualmente los zarcillos. Observar esas pequeñas agujas atravesando la piel es un suplicio; ¡esta sociedad me tiene corrompido! las vallas, el cepillo dental…, no puedo ver persona alguna cepillándose, ¡esto no puede ser!…

César A. Cassiani

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