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Anotaciones sin fin y sin principios

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La Estepa. Lo siento. Advertir que todo será hostil ya no tiene sentido. No me pidas perdón por favor, no suelo recordar los problemas que me unen a personas como tu. No me muestres sensibilidad en un lugar donde esta fluye sin detenerse.

La Estepa

Lo siento. Advertir que todo será hostil ya no tiene sentido. No me pidas perdón por favor, no suelo recordar los problemas que me unen a personas como tu. No me muestres sensibilidad en un lugar donde esta fluye sin detenerse.

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El nacimiento

Como sabía que tenía que ponerle fin a algo, dedicó toda la tarde a despedirse, no le importaba demasiado.
El objeto era sencillo, sentenciar los actos cometidos hasta el momento y condenarlos al reemplazo, a una existencia menor.
Mientras, bajo el aire de aquel otoño anormal se precipitaban partículas propias de otras latitudes, tanto que en semejantes condiciones estacionales todo era más apropiado. Huir hacía cualquier parte no es en principio algo real, pero eso no parecía preocuparle en absoluto. Ojeó cientos de fotografías que no tenía intención de volver a ojear. Estuvo tocándolo todo, todo lo que encerraba su habitación, a veces con suavidad y a veces acababa lanzando trastos bajo la cama y tras el armario, a los que no soportaba tampoco. No hacía nada de esto con intención, para que querría dificultar esto o lo otro como algunos pensaron a posteriori, de ninguna forma fue así. De hecho no pensaba en nadie. No de la manera en que recuerdan los huidos, y si en algún instante llevaba a alguien consigo, este iría encerrado bajo las paredes caducas de los pensamientos que no dejó en casa.
Su ser predestinado sucumbió al final de la tarde sobre un prado arbolado, lejos de su residencia y lejísimos de su ciudad natal.
La que fue única, y por lo tanto primera de sus noches equívocas la supo templar fácilmente, y se cubrió con ella mientras dormía. Antes, se reunió con todos los entes que habitaban esa naturaleza en ese instante, de ellos, porque no fue de otros. Y algunos se confiaron secretos lúgubres […] húmedos, en mitad de una noche sin nubes ni luna, bajo un cielo sin altura que rozaba azul oscuro su pelo negro y las copas de los árboles a la vez. La gran opacidad en la que permaneció no bajó la guardia, y sus pensamientos se perdieron en la nocturnidad de aquel lugar. Ante la mirada lejana de las jinetas y los gatos, el se sostenía milagrosamente a ras del suelo, y se sorprendía el mismo flotando sobre aquella tierra virtuosa, no hundiéndose en su intrínseco enraizamiento.
No se sabe por qué se recordó a si mismo cuando tenía 8 años, explorando un bosque de pinos cercano a su pueblo. Aquella tarde vio con tremendísima claridad y desconcierto a un mono agarrado a las ramas de un taraje que ahondaba sus raíces junto a un regajo inundado no en más de unos centímetros. Aquel mono joven le miró de una forma tan extraña […] recordará siempre sus cuatro miembros, su panza y su cabeza, todo anaranjado por el sol poniente de octubre, todo tan extraño. En ese instante no pensó en que hacía aquel simio aparentemente salvaje allí, se sorprendió solo por verlo, si ya sabía que existían, igual que existían las panteras o las ballenas, simplemente nunca se había encontrado con uno buscando cosas que hacer en el campo. Había casas cerca, solo un par, casi excusables en la frondosidad absoluta de las repoblaciones de pino marítimo que eran el último reducto verdaderamente arbolado de aquella comarca. A estas alturas, aquellos bosques perecen de forma natural, las copas se están muriendo lentamente, asoma su muerte y se aprecia desde lejos. Siempre, incluso aquella noche negra en la soledad de un prado, consideró más improbable que aquel mono perteneciese a los dispersos residentes de aquella zona a que simplemente hubiese conseguido llegar hasta allí de cualquiera de las formas imaginables, que se le suponían como muchas.
Aquella noche llegó a su bosque negro como llegó el simio a aquellos pinares moribundos, y ambos, todos, se extinguían paralelos. En lo denso que le era la vida y en la espesura vegetal de aquel espacio que los hombres habían ideado, se iban deshaciendo las certezas, y la claridad que entraba ahora entre los primeros troncos secos fulgía semejante a la verdad de su propia existencia. Ambos iban a perecer de forma natural, accidentalmente, sin la premeditación (digan lo que digan) con la que estos seres fueron concebidos.

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