Ayer fui con Lamala al estreno del nuevo documental de Ángel Palacios, “Honduras: La Batalla por la Libertad”, en la Cinemateca Nacional, con la presencia del realizador, del ex embajador, del presidente de Avila TV y de los miembros de la Plataforma Cine. Todos ellos comprometidos con “las causas fundantes de la patria de Morazán”. De hecho, el propio ex embajador de Zelaya introdujo la película en calidad de heredero de las banderas “morazanistas”. Por lo visto, tanto allá como aquí imperan las mismas técnicas de persuasión histórica, entre pasado y presente.
Para hablar claro y raspado, Lamala no se banca a Zelaya, tampoco le gusta Gorilleti, pero justifica su intervención en el marco de las pretensiones continuistas de Mel, sin por ello dejar de reconocer las arbitrariedades cometidas por la derecha al asumir las riendas del país. Su análisis busca trascender el campo de las categorías dicotómicas proyectadas y difundidas por la propaganda de lado y lado. En mi caso ocurre igual, salvo porque yo sí respaldo, 100%, el regreso de Zelaya a su cargo, a pesar de no compartir su pragmática y esquizofrénica visión de la política, un rato con el poder económico, otro rato con el socialismo del siglo XXI por mera conveniencia. Según mi enfoque, Mel debe retornar a la presidencia, culminar su mandato y entregar el poder al candidato ganador de las elecciones del domingo en Tegucigalpa. Sin embargo, nada más alejado de la realidad.
Ya conocemos la red de intereses escondida por detrás del teatro de operaciones de Honduras, y difícilmente su destino trazado por las corporaciones cambiará de rumbo en poco tiempo, más allá de la oposición de Naciones Unidas, OEA y demás organismos multilaterales inservibles, inútiles y subordinados a las decisiones despóticas de las élites corruptas de la aldea global.
Si el concierto de la mayoría de los estados soberanos no puede evitar el retroceso democrático de una minirepública bananera, es porque vamos de mal en peor. Por ende, dichas instituciones se revelan como entes disfuncionales y paralíticos, incapaces de brindar solución real a los problemas del mundo. Así sucedió con Irak, a gran escala, así sucede con Honduras, en menor dimensión, mientras Obama sonríe a la cámara a la forma del Doctor Michelletti. Por su cinismo e hipocresía, ambos deberían compartir el Nóbel de la Paz.
En medio de semejante contexto, decidimos aproximarnos a la plaza de los Museos para avistar el lanzamiento de la última película de Ángel Palacios, quien no es santo de mi devoción, aunque lo respeto por ética profesional y porque llega al extremo de poner en riesgo su vida, para defender sus ideas,utilizando apenas como escudo una cámara de video.
A mi juicio personal, su trabajo es valioso como reportero de guerra y de trinchera. No obstante, su mirada peca de ingenua y resulta discutible por apegarse al pie de la letra a la línea editorial de Telesur y al resto de los canales del gobierno. Verbigracia, se traslada a Honduras bajo el apoyo de la revolución bonita, y con credenciales oficiales de la prensa bolivariana en el extranjero. Por consiguiente, allí cabe enmarcar el desarrollo de su óptica, a favor del proceso y en contra de posiciones divergentes a su interpretación monolítica de los eventos informativos del 2009.
A propósito, valga la siguiente acotación: Ángel es pareja de Maripili Hernández, y los dos se identifican plenamente con su comandante. Gracias a su relación y a sus contactos con el Ejecutivo, obtienen respaldo moral y financiero para emprender sus iniciativas “independientes”. En consecuencia, tocan al son de la marcha militar de Miraflores y cabe compararlos con casos sonados de documentalistas al servicio de autoridades competentes, como Oliver Stone, Santiago Álvarez en Cuba al comando del noticiero fidelista del ICAIC y Leni Riefenstahl, al margen de las diferencias de estilo, época y visión ideológica. Por decir algo, existe una distancia del cielo a la tierra entre la obra de Ángel Palacios y el cine de la creadora de “El Triunfo de la Voluntad”. Por tanto, su parentesco reside en el alcance estratégico de sus empresas audiovisuales: fungir de sostén publicitario a un régimen partidista.
En efecto y entrando en materia de crítica, el documental Hondureño de Ángel Palacios aqueja de un enorme hiato, jamás dicho y confesado con honestidad al lente. Su fuera de campo, autocensurado en edición, es evidente y se resume en una sola pregunta.¿Cuáles fueron las condiciones de la estadía de Ángel Palacios en Tegucigalpa?¿Durmió en hamaca, en catre o en cama de Hotel? ¿Comía dos o tres veces al día?¿Se hospedó como un turista de lujo pagado con los dineros del erario público, a través del filtro de la Villa y la plataforma o llegó escondido por los caminos verdes? ¿Contó con apoyo logístico?Las respuestas forman parte del curioso making off de la cinta, descartado al calor del montaje. Para mí, con ese material de archivo se haría un documental hasta más interesante y honesto. El “detrás de cámaras” de Ángel Palacios en Honduras. ¿Se lo imaginan?
En el mismo sentido, la pieza de manera involuntaria nos invita a formularnos más interrogantes incómodas. ¿ Por qué Ángel se pierde por el bosque para cruzar la frontera con Nicaragua, y no se le acaba la batería en sus andazas clandestinas durante una caminata de medio día, filmada con el recuerdo fresco de “El Proyecto de la Bruja de Blair”? ¿Por qué Ángel documenta el decomiso de cámaras in situ, y el acoso a periodistas, pero a él nadie lo toca, ni le secuestra sus equipos? ¿Tenía una chapa más pesada que la de sus colegas? ¿Cómo hizo para registrar la cronología de la resistencia, día a día y de bote en bote? ¿En carro, en burro, en camioneta, en una van?
Asimismo, el grueso del contenido carece de consistencia, el rigor brilla por su ausencia, y la superficialidad, aunado a la necesidad de sacar el documental en la víspera de las elecciones para darle un mensaje de aliento a Zelaya, abren la puerta a la confusión, la redundancia conductista, el lenguaje de lo emocional por encima de lo racional, y a la profunda incomprensión del tema, saldado como una concatenación Hojillera de noticas de color amarillista, harto conocidas, y de videoclipcitos pavosos con música espeluznantemente cursi, ridícula y sensiblera, en la tradición trasnochada de la vieja trova, de Silvio a los corridos lamentables de Cetroamérica, en homenaje a Mel Zelaya. Un procedimiento estándar de Mario Silvo ajeno al oficio y al repertorio de un cineasta serio. Es como ponerle el himno de Globovisión a una marcha, o un track de Alí Primera a la cobertura de una concentración roja rojita. ¿Hasta cuándo con el recurso?
Lamentablemente, el realizador pierde la increíble oportunidad de llenar un gigantesco vacío informativo, al decantarse por una andanada de clichés manidos, prescindibles y maniqueos, donde reinan los estereotipos de cada bando, en beneficio de la manipulación binaria y maniquea del discurso, bajo la sombra de la hegemonía comunicacional de Conatel.
Por consiguiente, el film adolece de un tratamiento adecuado para la ocasión, cuyo trasfondo permita comprender el asunto a cabalidad. Al nudo le falta garra, enganche, capacidad de resumen y dimensión antropológica, sociológica, geopolítica e histórica. Nada se habla del pasado poscolonial de Honduras, de su situación en la guerra de Centroamérica, de su dependencia con las potencias del hemisferio, de su minusvalía endémica, de su permanente depresión y de su vasallaje a la plutocracia del consenso de Washighton. Extrañamos testimonios reposados de intelectuales, analistas y estudiosos de la región, para explicar la raíz del conflicto y su vínculo con el ahora.¿Era conveniente la cuarta urna de Mel? ¿Era indispensable y constitucionalmente correcta?El film lo da por sentado, tomando partido por la tesis de Mel. La parcialización se hace patente del minuto cero al noventa y pico.
En cambio, abundan las entrevistas a vuelo de pájaro y las intervenciones impresionistas, siempre con el fin de sensibilizar al espectador, a costa de la victimización de las figuras retratadas.
Del gobierno de facto, nos espera conformarnos con las típicas burlas a Gorilleti y la clásica caricatura sensacionalista de la burguesía, reduciendo la diversidad étnica de la población a un corsé marxistoide de lucha de clases. Ni siquiera Zelaya es interpelado fuera de su personaje extraído de una mala copia de Pedro Infante en una ranchera de la década de oro del cine méjicano. El hombre sigue siendo un chiste con patas, y una fuente de humor involuntario a la altura de Michelleti.
Quizás el único mérito indirecto del documental, sea exponer las debilidades y flaquezas de la empobrecida política Hondureña, a imagen y semejanza de la nuestra, a la luz de una polarización imberbe, estúpida, entrópica y negadora de disensos.
En pocos segundos,Lamala se retorcía en su silla, cuando Ángel intentaba conmoverla a la fuerza, mostrándole sangre, sudor y lágrimas de cocodrilo, en diferentes formatos, tamaños, reencuadres y velocidades, según una lógica entre pornográfica, gore, sensacionalista y vampírica. Para ella, no hay discusión. El documental es un bodrio fallido y san se acabó.
Al respecto, la sed de muerte del documental rebasa los límites impuestos por la nomenclatura del MINCI, a la hora de tachar al periodismo de oposición de necrofílico. Por menos, Oscar Yanes fue condenado al ostracismo después de su cobertura sensacionalista del terremoto de Caracas. Por el triple, Ángel es bendecido, aplaudido y condecorado como periodista. Los tiempos cambian. O a lo mejor no. Sencillamente, la ética se amolda a los intereses de cada momento. Ayer era feo exhibir los cadáveres en la pantalla chica. Hoy es fundamental en la lucha mediática por la liberación de los pueblos oprimidos. ¿Alguien dijo doble rasero?
En última instancia, el documental falla en su pretensión de erigirse en un espejo idealizado de la resistencia en Honduras. Por lo general, la fulana resistencia del documental, parece comprimirse a la reiteración de consignas huecas, prácticas superadas, poses de martirio, ejercicios de gimnasia y rituales de vocación pacifista, sin mayor trascendencia. Tal como lo dijo Lamala: un perfecto reflejo de la oposición Venezolana.
¿Resistencia en Honduras, Ángel, con el soporte técnico de Telesur y CNN? Resistencia hubo en la Batalla de Argel, con bombas, atentados y organizaciones clandestinas silenciadas por la represión internacional. Resistencia hay en Bagdad, en Kabul y en Palestina. Guste o no.
Si acaso, en Honduras hay gente en la calle, afecta a Mel Zelaya. Gente con celulares, botellitas de agua y ropa deportiva anarcofashion, conjurada alrededor de la restitución de sus garantías confiscadas, y de sus prebendas conquistadas durante el gobierno paternalista de Mel. Urge entonces Mel Zelaya no para emancipar al país del yugo imperial, sino para devolverle a los pobres sus dádivas populistas subsiadadas por el Gobierno de Mel Zelaya con el aporte de la chequera de PDVSA.
Así cualquiera hace la resistencia, la revolución, la barricada, el piquete y el cine donde sea.
Al final, son puros complejos etnocéntricos, conmiserativos y filantrópicos de cartón piedra en el tercer mundo.
Salvemos al pueblo de Honduras y disfrutemos de sus excedentes en materia de plusvalía ideológica.
Amén de la propaganda pura y dura.