Capítulo 19: ecos de la crisis bancaria en el cine nacional
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La marea roja nos arropa con su fuerza bruta. La ola nos traga de manera mecánica como las fauces del “Tiburón” de Steven o como una nave nodriza de George Lucas succionada por un agujero negro perdido en el espacio. De nuevo, resucita en la memoria el recuerdo de la Gran Marcha de La Insoportable Levedad del Ser, cuando Milan Kundera enseña a navegar contra la corriente de la resaca stalinista.
Cuarenta años después de la llegada de los tanques a la primavera de Praga, ahora los bolcheviques del PSUV buscan ahogar cualquier asomo de disidencia y resistencia, bajo la obligación moral de renunciar a la identidad para vestir como un soldado de la revolución, firme y a discreción. El último grito de una moda de consumo, equiparable a la producción en serie de la firma de la temporada de septiembre.
Así el socialismo del siglo XXI fotocopia la estética y la ética del capitalismo salvaje de las marcas globales. ¿No logo? Yo te aviso, Chirulí. Es el imperio de lo efímero en la era del comunismo fashion, de Caracas a Honduras y más allá.
Por primera vez, concuerdo con Luis Chaiting: la franquicia “Guess” debería fabricar y despachar en Venezuela un modelo de blue jean para el uso exclusivo del “boliburgues”. Sería el éxito en ventas de la navidad 2009. Un estupendo correlato de la crisis financiera de fin de año, a imagen y semejanza del corralito decembrino de 2002, decretado por el Superministro de Economía, Domingo Cavallo, para intentar frenar la corrida bancaria y el colapso del sistema neoliberal impuesto por Menem y amplificado por Fernando de la Rúa, el presidente aburrido.
Aquella conmoción para los ahorristas desembocó en el estallido social más importante de la década en el cono sur de América Latina, y al mismo tiempo, reforzó la democracia porteña al devolverle a su pueblo el poder de decidir en la calle, la suerte de su clase dirigente.
En el 2003, la gente de Buenos Aires los echó a todos o a casi todos, hizo limpieza a fondo en la Casa Rosada, y restituyó el estado de derecho, a medias, con el concurso de los Pingüinos ambiguos. Un mal menor propio de períodos de transición, una familia disfuncional como “Los Simpson”, con ojos saltones y demás, preferible al continuismo de la “cosa nostra” del ala radical del Partido Justicialista.
Por los momentos, el futuro de la pequeña Venecia es incierto a la luz de la caída del Canarias, el Bolívar, Banpro y Confederado, a cargo de los amigos de Diosdado, Adán, José Vicente, Rafael y Hugo, quienes aprovechan la coyuntura para pescar en río revuelto, en lugar de poner orden en la mesa y renunciar en bloque, para facilitar las respectivas averiguaciones de la justicia. Por encima, la jugada maestra huele a purga ejemplar y ejemplarizante al estilo de Fidel. Por debajo de cuerda, se respira el olor a podrido de una tragedia shakesperiana, donde el castigo a los chivos expiatorios tenderá a encubrir el error de cálculo de los verdaderos responsables de la movida.
En suma, ellos condenarán en público a sus pobres marionetas, a sus viles testaferros, para salvarse el pellejo de la histeria colectiva, exhibir talante de héroes de la patria, y para rematar, quedarse con todo el botín de guerra en manos de su administración. Imposible mejor técnica de concentración de capitales. Olvídense del hundimiento del grupo Latino y de la mafia corporativa de Gustavo Gómez López, en beneficio de los patrocinantes de Caldera y en perjuicio de los financistas de Álvarez Paz. Lo de Chávez y compañía es mucho peor, por su hipocresía, por su impostura y por su maquiavelismo retórico.
Por ironías de la vida, aquí estoy a su espera en el Teresa Carreño, con la expectativa del estreno de “Zamora”, un personaje rescatado de la historia como si fuera su alter ego, su antecedente directo, parte de su raíz genealógica. En realidad, es un desvarío, un disparate, un delirio del Chimborazo personalista. Pero la idea es convencerme y convencernos de la relación de uno con el otro. El mensaje entre líneas apunta hacia allá: sostener el absurdo teórico de “Chávez” como heredero de “Zamora”.
Para ello se gastó un dineral en la producción de una película egocéntrica destinada a la bancarrota. En dos platos, todo un reflejo narcisista del derrumbe económico de la élite de ricos bobos surgida al amparo del Comandante en Jefe durante el paro de actividades. Hoy su burbuja estalla en mil pedazos para desnudarnos el descalabro y el desfalco de una nación, después de diez años de mentiras, promesas incumplidas de redención, improvisaciones múltiples, decisiones fallidas, rectificaciones desacertadas, ausencia de límites y falta de criterio. Y luego demonizan a Obama, a Bush y al Consenso de Washington por el fraude de la reserva federal del 2008, cuando el estado también socializó las perdidas de la empresa privada asociada al gobierno.
Por ende, si la intervención de los bancos es la única salida al fracaso de una pésima gestión en una década gris, yo propongo desde aquí la misma solución para la Villa del Cine, para sanear sus cuentas oscuras, sus balances en rojo y sus innumerables quiebras a la vista. De lo contrario, corremos el riesgo de sufrir consecuencias mayores, a corto y a largo plazo.
En lo interno, el soberano ya se pronunció al respecto en la boletería, al darle la espalda a “Comando X”, “Tres Mujeres”, “Mácuro”, “Miranda Regresa” y pare usted de contar ruinas de Babilonia. En lo externo, nadie nos quiere, nos estima y nos valora, fuera del ámbito y de la circunscripción de los Festivales del circuito inferior de la red internacional, de la Habana a Biarritz. Cannes nos sacó de sus prioridades, y Venecia nos invita, por vía de Oliver Stone, para fagocitar el aura mediática de nuestro presidente, al borde del delirio. Somos de su interés para hacer el ridículo.
Mientras tanto, acá fingimos demencia, nos hacemos los locos y nos preparamos para asistir a la gala de celebración, coronación y consagración del “nuevo cine nacional”, auspiciado por la revolución bonita. Un chiste viejo, viejo, viejo y malo,malo,malo como los de “Bienvenidos”. Y no se divertirán.
De retorno a la sala Ríos Reyna, impresiona la uniformidad de colorido, pensamiento y acción. El hombre unidimensional de Marcuse viene de regreso a la zaga de la estafa millonaria de los apóstoles corruptos de Carlos Andrés Pérez Tercero. Sus majestades satánicas, distribuidas por segmentos y fragmentos en cada zona del Teresa Carreño.
Los Círculos Bolivarianos son confinados en la terraza, en el balcón. La plebe para arriba, como siempre. En el patio, los asientos y las butacas se disponen de acuerdo a la jerarquía. En la franja inferior izquierda del foso, figuran las filas de la Villa y la Plataforma Cine. Su cantidad de empleados, dependientes y burócratas es impresionante. Encima, abarcan el sector del antiguo palco de Prensa, cundido de periodistas y comunicadores contratados y subcontratados por la red de medios oficiales. A vuelo de pájaro, identifico a varios, con franela carmesí, cuyas opiniones distan de ser favorables al credo del proceso. Intento saludar a dos, por haber sido mis alumnos, y esconden la cabeza como el avestruz de la vergüenza. Les da pena reconocer su condición ante mí.
A la derecha, la grada principal es cubierta por los comandos y las brigadas de Misión Cultura.Sorprende la armonía coreográfica de sus movimientos, expresiones y aullidos, al punto de gritar consignas, cantar loas y vocear estrofas lúdicas al unísono, cual camping de adolescentes con las hormonas calientes en autobús escolar con dirección al Hato Piñero. De inmediato, rememoró mi época juvenil en Rincón Grande, al son de tonadas y dinámicas de grupo, para canalizar mis energías reprimidas. Yo tenía 14 años pero ni un pelo de tonto. En mi bolso guardaba un pote de champú de Pantene, lleno de Ron. En las noches bebíamos, gozábamos y fumábamos como presos con las niñas. El resto lo pueden predecir. “American Pie” a la criolla.
De cualquier modo, no éramos la cuerda de borregos de Misión de Cultura, a los veinticinco años. De hecho, hasta destacan algunos con canas, de la tercera edad. Pobrecitos. Son el hazmerreír de la velada. Se paran de sus butacas, dan giros, levantan los brazos, se sientan y aplauden, al recibir las direcciones de un superior. Sin querer queriendo, invocan a la orquesta Simón Bolívar, conducida por Gustavo Dudamel. Por eso, al Big Brother le encanta y le fascina el Sistema del maestro Abreu. Ambos comparten el gusto de aplacar a la tropa a través de ejercicios de banda marcial. Son los cadetes en perfecta formación. Se les subestima, se les degrada, se les rebaja y se les trata como niños en kinder, con la diferencia de cambiar el recital colectivo del himno del colegio por la exclamación fervorosa de eslóganes extremistas, fanatizados por los versos de nuestro Corán talibánico. “Patria o Muerte, venceremos”, “ la espada de Bolívar por América Latina”, “Uh, Ah, Chavéz no se va”. En síntesis, es el coro del teatro griego del Siglo XXI.
A propósito, según Francis Bacon, existen cuatro tipos de ídolos: los del teatro, los del mercado, los de la caverna y los de la tribu. El Teresa Carreño los convoca y los reencarna a todos. Para Bacon, los ídolos del teatro “derivan de las falsas teorías, que han engañado a los hombres a la manera como los actores engañan a su público en el teatro.”
Bacon invitaba a desenmascararlos, a desmitificarlos, a derribarlos y a extirparlos de nuestro inconsciente, por medio de la introspección, del método inductivo y de la investigación iconoclasta, a efecto de superar los prejuicios, los memes y las informaciones divulgadas para dominarnos. Por consiguiente, para curar la demencia senil de Misión Cultura, recomiendo el estudio obligatorio de las obras de Francis Bacon, en vez de la memorización de las cartillas y los manuales de adoctrinamiento marxista, impresos por el “Perro y la Rana” en la tradición trasnochada del caricaturista Rius.
Por último, los altos mandos son elevados al mero centro del recinto, por encima del foso, entre el pasillo principal de división y la escalera central, a pocos metros de la consola de sonido y de la salida de emergencia. El “sitting” es un arte cultivado desde la aristocracia del Circo Romano, y los dueños del pan vernáculo lo saben preservan muy bien. Nada se deja al azar. Todo está fríamente calculado.
Por casualidad o por fortuna, la señora no sólo cumple con su palabra,sino además nos ubica en dos puestos privilegiados, justamente al lado de las tres filas reservadas para la plana mayor. Ella desaparece, como por arte de magia,no sin antes despedirse de nosotros con un inesperado guiño en el ojo, de personaje bizarro de David Lynch.Es un fantasma, es un espectro maquillado con un mueca de guasón estampada en el rostro, a la forma del Señor Misterioso de “Lost Highway”. Su sonrisa de Heath Ledger me intimida y me siembra una inquietud. Miro para los costados, y no la encuentro. Entro en pánico.
De ahora en adelante, estoy solo con el Doctor, como cucaracha en baile de gallina. La granja nos observa y nos evalúa de pies a cabeza. La distancia es abismal, del cielo a la tierra. En nuestra fila, todos visten de rojo, menos nosotros. Alrededor igual.
Nuestra presencia genera reacciones de incomodidad e inconformidad. Una doñita nos increpa a la distancia con una indirecta: “venimos a ver a Chávez, no un espectáculo de la burguesía”. Yo clavo la mirada en el programa y no respondo. El Doctor me aconseja guardar silencio. “Ni se te ocurra responder, si nos descubren, se terminó”. Así es, si nos descubren, chao a mi sueño de escribir “Miedo y Asco en las Vegas” de la revolución bonita. Ya me siento como Hunter S. Thompson cuando los “Hells Angells” lo descubrieron como infiltrado, y le dieron una paliza colectiva, de padre y señor nuestro.
Para neutralizar el nerviosismo, volteo para detallar las filas reservadas para los intocables. Pero me topo con los ojos de un guardaespalda, quien con su semblante de pastor alemán me induce a desistir de mi empeño. En cuestión de minutos, comenzarán a desfilar, frente a mis narices, los protagonistas de la función, los cómplices del desastre bancario en ciernes. Uno a uno los iré describiendo en el próximo capítulo, hasta llegar a Chávez con su séquito de jeques árabes. Por lo pronto, es tiempo de evitar el contacto visual y pasar desapercibido. Por suerte, una campanada nos salva. Un locutor omnisciente anuncia en off con voz engolada: faltan pocos minutos para que El presidente, Hugo Rafael Chávez Frías, haga acto de presencia en el Teresa Carreño, con motivo del estreno de la película “Zamora”, dirigida por el realizador Román Chalbaud.
El público estalla de alegría y se levanta a aplaudir, como si estuvieran a la espera de Calle Trece en un concierto de la Carlota. Por reacción, me quedo empotrado en el asiento. Súbitamente, el Doctor me agarra por el brazo, me levanta y me dice: chamín, te toca actuar, si quieres ser infiltrado, te toca actuar. Y los dos nos fundimos en una ovación cerrada al grito de “Uh, Ah, Chávez no se va”.
Ya lo afirmaba Elias Canneti: la diversidad de la masa se anula y se disuelve ante el contagio del poder. Sin embargo, mi mente resiste al bloquear mis sentidos e inundar mis neuronas con la añoranza nostálgica del sonido imperial de Michael Jackson, rescatado por Sven Vath en una fiesta rave de reciente data. Con él los abandono por una semana. Regresamos el próximo miércoles, si dios quiere.
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