Con el paso lento de un caracol o peor aun, el de un anciano cansado por los atropellos de una vida de esclavitud, así se veía en el horizonte mi figura maltrecha, venia arrastrando una espada tan larga como pesada que parecía ser la causa de aquel andar tan lento. La verdad es que no era eso lo que ralentizaba mi andar, en realidad me pesaba tanto el alma que la corpulencia de la dichosa espada se asemejaba mas a una pluma, casi imperceptible para un brazo adolorido. Parecía que no tenía rumbo fijo.
Todo empezó unos meses atrás, de haber sabido en lo que me estaba metiendo, hubiese desistido a mis intenciones de satisfacción carnal sin siquiera pensarlo, aunque en estos momentos tampoco me lamento tanto de mi suerte. Sin embargo la belleza de aquella joven desconocida cegó toda señal de raciocinio del cual siempre me jacté. Y es que ¿Cómo le explicas a un terco que algo no le conviene, sabiendo que, mientras más prohibido sea, más lo va a querer poseer? En este caso era imposible.
En las noches soñaba que la buscaba a aquella taberna de mala muerte en la que trabajaba y que al mismo tiempo consumía su juventud, y en mis sueños no la cortejaba como todo un caballero, en ellos la raptaba hasta mis aposentos, la desnudaba con la sutiliza que merece una princesa, para luego hacer con ella lo que hace el ardor con el hielo, lo que hace el colibrí con su flor, lo que hace el tiempo con los secretos.
A pesar de dominarlo todo, de ser siempre certero en mis actos, de mi actitud segura y hasta de mi ego un poco por encima de lo normal, soy incapaz de hablarle, ella, no posee la malicia de las otras muchas mujeres que han pasado por mi vida y por mi cama, ella es de alma cristalina como el agua del río, de sonrisa simple pero autentica, de personalidad dulce como la miel de las abejas y rasgos finos pero endurecidos causados por el trabajo al que el destino y la pobreza la han encaminado desde muy niña.
Así pasaron unos meses, noche tras noche soñaba lo mismo, eso me atormentaba, la pena implacable causada por mi cobardía crecía sin perdón ni pena he iba añadiendo peso en mi alma. Que decir de cuando pasaba intencionalmente por aquella taberna, teniendo la esperanza de encontrarla, y cuando así sucedía nuestro encuentro no pasaba de un cruce de miradas, lo cual encendía mi alma, y al cual ella respondía con una picara sonrisa que se clavaba en mi pecho como el puñal filoso con el que tantas veces di muerte a mis enemigos de combate, pues si, soy un fiero guerrero, quizás el mas temido desde los tiempos de Aquiles de Troya.
Hoy es un gran día, me desperté con la fuerza de un jaguar, con la energía que invade mi cuerpo los días de combate, exactamente con la sensación de victoria que se apodera de mí al saber que en el campo de batalla el enemigo sucumbirá ante mi filosa espada. Hoy desperté decidido ha llevar a cabo la idea que desde hace una semana terminó por quitarme el sueño. Hoy por fin me le acercaré, con la seguridad que poseemos los grandes guerreros, nadie lo dice pero todos lo saben, somos para las mujeres los más grandes objetos de deseo y ella al fin y al cabo es también mujer.
Cuando llegué a la taberna la vi a lo lejos, incluso limpiando las peores inmundicias se ve hermosa.
Di el primer paso con firmeza y al segundo un anciano me detuvo, miro mis ojos y me dijo convencido: -Puedo ver a lo que has venido, en tus ojos se refleja la llama del amor, pero debes desistir. Hoy a esa dulce joven le han propuesto matrimonio-
Aunque el ruido era fuerte aquello me dejó sordo, aunque mi piel es tan oscura como el café estoy seguro palidecí cual muerto andante. No lo podía creer y entonces en mi desespero hice lo que había planeado: enfrenté por fin a aquella hermosa joven que tanto me había quitado el sueño, en su rostro fino pero lleno de suciedad pude notar sorpresa, la tome del brazo y le pregunte lleno del mas profundo y enceguecedor de los celos: -¿Quién ha sido?, ¿Cómo se llama ese que te propuso matrimonio?, tu eres mía desde siempre y él debe morir ahora mismo-.
No hizo falta que respondiese, a unos metros de nosotros se levantó un joven corpulento, tanto como Yo, que me ordenó soltara a su prometida en el acto pues si no obedecía juraba partirme el alma. El no tenía idea a quien le ordenaba y amenazaba y cuando alguien se lo hizo saber poco le importó, retándome a una lucha uno a uno.
Salimos de aquella taberna listo a batirnos a muerte, desenfunde mi espada y él hizo lo mismo. Corrí convencido que podía darle muerte fácilmente pero en el cruce de espadas pude distinguir dos cosas: un fuerte haz de luz que por corto tiempo jodió mi vista y un ardor en mi muslo derecho. Un fuerte golpe en el rostro terminó por nublar mi vista, dejándome caer al suelo. Me recompuse rápidamente, quedarme ahí era asegurar mi muerte, y al tratar de abrir los parpados estos se negaban a colaborar conmigo, tuve con mi mano entonces que abrir uno de ellos pero una cortina roja limitaba mi visión, no entendía como Yo, quizás el guerrero mas experimentado y hábil jamás conocido pudo haber sido herido 2 veces.
Limpie pues la sangre de mi rostro y apenas logre ver el filo de la espada como se dirigía certero hacia mi pecho. Falto poco para que me acertara una estocada mortal, pero ya había entendido que no seria fácil todo esto, así que con un gran esfuerzo esquive el golpe furioso y rebané su espalda en el mismo esfuerzo.
Ya no había ganas ni fuerzas pero aquella joven lo valía, perder no era opción en ese momento, así la victoria me costara la vida. En mi amor egoísta, si ella no era para mi, tampoco lo seria para él.
Volvimos y esta vez logró golpear mi brazo izquierdo, yo tuve mas suerte… clave mi espada es su pecho. En ese momento me pareció enorme e invencible, me miraba con la rabia y la impotencia mezclada, tenía una espada en el centro del pecho y se negaba a morir. Levantó su espada y yo hundí un poco mas la mía, su mano seguía subiendo sin importar que mi espada le rebanaba el centro de su ser, tuve miedo por segunda vez en mi vida.
Después de unos momentos sucumbió por fin al dolor y al desgarramiento, yo empecé a ver fantasmas, alucinaciones o cualquier cosa que haya sido y perdí creo, la noción del espacio. La perdida de sangre ya estaba haciendo sus estragos. Di unos cuantos pasos y mi alma ya era lo suficientemente pesada como para volver lento mi andar, arrastraba mi espada mientras me alejaba quien sabe a donde. Las gotas de sangre bajaban por mi frente y entorpecían mi visión en un manto rojo que seguía su camino por mi mejilla, continuaba por mi cuello, proseguía por mi brazo, para deslizarse por mi espada y morir en la suciedad del suelo, lo que dejaba un rastro oscuro y delgado detrás de mi.
Ya no veía nada, solo el rostro de aquella joven hermosa, lo que era mas un recuerdo que otra cosa. Lo peor quizás, no sentirme realizado después de aquella carnicería. Escuchaba voces que no tengo idea aun que decían, mas fuerte escuchaba mi respiración entrecortada y difícil a cada paso que daba, y así fue como el gran guerrero, el intocable que llamaban, aquel jamás golpeado en batalla calló, dio su último respiro en un charco de sangre, solo pensando en la desdicha de una vida llena de todo menos del amor verdadero.
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