(EL PULSO HERIDO DE LA LITERATURA VENEZOLANA )
Leyendo la entrevista que uno de los tantos mete grabadores que pupulan en los medios le hizo a Rafael Cadenas con exacerbada haraganería, falta de respeto para con el oficio periodístico y desconcertante orgullo de firmar con su nombre eso, después de que el poeta venezolano se trajera a casa –su casa– el Premio FIL de Literatura y Lenguas Romances 2009, dos frases saltaron sobre el papel en un intento desesperado por no perecer una vez más en el anonimato de la página pasada; de sobrevivir a tan mediocre cuestionario: «El lenguaje se ha acercado más al habla y se ha hecho menos poético». «La poesía le interesa muy poco a la gente, incluso la más sencilla, la que no exige nada al lector. Para apreciarla, primero hay que amar el idioma, y eso no se enseña aquí».
La desesperanza – fulminante de esa confesión le quitó a la alegría por leer las primeras palabras del escritor galardonado la sonrisa, dejándole a cambio un rostro de muñeca Amish. ¿Cómo puede el hombre del «que me arrimo a las paredes para no caer del todo (…), que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras, que he vivido quince años en el mismo círculo, que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado», ahora que mucho ha logrado; recibirnos a nosotros, los que siempre creímos en su victoria, en la de cualquier guerrero de la palabra al verbo, los optimistas, con el signo de «Una urbe áspera sella mi boca»? ¿Qué le hicimos al poeta? Por la fiesta que no celebra y el derrotismo que empuña, sin duda algo muy malo.
La respuesta está allí, en ese par de bajezas: «El lenguaje se ha acercado más al habla y se ha vuelto menos poético». Cierto. «Pero no se trata de los versos, che, se trata de eso que anunciaban los surrealistas y que todo poeta desea y busca, la famosa realidad poética» (capítulo 99 de Rayuela, Julio Cortázar).
Puede que sea apresurado, aunque no parezca, decir que después del llamado boom latinoamericano de la década del 60 la gente se ha distanciado de la ficción. De esa narrativa que juega con la imaginación, que reta al lector sacándolo de su rol neutral, obligándolo a ser activo, a trabajar, a ser testigo, protagonista; a comprender que la interpretación de la complejidad del mundo real que lo aqueja a través del hecho ficticio, y basada en la capacidad expresiva de la palabra; tiene una manera más bondadosa de hacerle ver lo que a simple vista no puede.
Cuarenta años después de que el mundo clavara sus pupilas en las letras de América Latina o en la «Latinoamérica que escribe», como aclara el novelista mexicano Paco Ignacio Taibo II , el plan de mercadotecnia en la región ya no es el mismo, mucho menos en Venezuela, país que siempre en la penumbra, nunca ha dado con el interruptor de la luz que enciende, promociona y publica a sus autores (entiéndase por promocionar, distribuir sus obras. Las becas y subsidios no son amuletos que le impiden a los libros dormir el sueño de los justos en las librerías). Ahora el propósito es acercarse al lector pasivo, a ese que prefiere los hechos, los ejemplos, los consejos, los ensayos, los reportajes, los libros sobre un pasaje importante de la historia, de autoayuda, «al tipo que no quiere problemas sino soluciones, o falsos problemas ajenos que le permiten sufrir cómodamente sentado en el sillón» (Rayuela, Cortázar). Quizás solo «escribir historias que funcionen» (como aplaude Héctor Torres) y como lo son los dilemas con Coca-Cola y Chicle Bomba de Luis Fernández, Luis Chataing y Erika de La Vega. Recordándonos que el negocio editorial es eso, un negocio, y que la compraventa a veces no sabe de ética; que en momentos en los que Venezuela por un asunto de insumos, dólares Cadivi y piratería produce el libro más caro del mundo, el plan es proponerle a las «estrellas» que escriban porque ellas garantizan una entrada de dinero. Vaya cambio. Como dijo Eduardo Liendo: «Hay que ver qué leemos».
¿Pero y cómo se dio ese cambio? No en las editoriales, ¿esa metamorfosis de mariposa a oruga, de oruga a capullo en los lectores? ¿Qué nos pasó como país? Porque si bien no teníamos una altísima producción cultural, al menos contábamos con una formación barroca (heredada de España) que nos acercaba a una literatura más imaginativa. ¿Por qué se dio esa conjunción? ¿Es que acaso se acabaron los talentos que mueven masas y que explorando nuevas técnicas narrativas, motivan a ilustrados y a analfabetas a aprender, a leer emocionados una literatura que reconoce su propia geografía, que los reconoce a ellos mismos en esas páginas? O como denuncia Cadenas: «Para apreciarla, primero hay que amar el idioma, y eso no se enseña aquí».
Por lo visto ha sucedido algo terrible en nuestras escuelas, sistema educativo que se le ha restado importancia a la enseñanza del amor por el idioma, desafecto que ha sembrado y recogido sus frutos en las nuevas generaciones; nuevos lectores con una clara dificultad e indiferencia por comprender su entorno sin que otros se lo expliquen con paletas de helados o encaramando una naranja encima de otra.
Aunque tampoco la intención es depreciar, desacreditar al ensayo y al reportaje como géneros, pues la reflexión de un tema utilizando ideas concretas es fundamental para la escritura y la didáctica, sobre todo si esa interpretación sale del teclado de un intelectual. Una persona que su estilo de vida, fuente de ingreso proviene del raciocinio profundo. Así mismo es correcto señalar que gozan de gran prestigio los lectores especializados en esta estética, pero cuando en un país como Venezuela se dice que los autores más leídos son Iván Loscher y Daniela Boscapé, y otra vez se escucha a las editoriales utilizar emocionadas la expresión «florecimiento literario», no queda otra salida que llevarse las manos a la cabeza y preguntarse: ¿tienen esas obras mérito literario, una preocupación por alcanzar un mejor idioma? ¿Han evocado esas narraciones ese «estado mágico de pensamiento y descubrimiento» con el que fue descrita en su tiempo la prosa de Jorge Luis Borges? ¿Hasta qué punto se puede abusar de los servicios de un corrector de estilo y lucrarse con ello? ¿Si Brasil asegura que enfrenta una crisis por tener que lidiar con el hecho de que la escritura sin exigencias en su expresión lingüística de Paulo Coelho es la que le está dando la vuelta al globo, mal representando a la nación, qué puede decir Venezuela del libro «pop» venezolano? Tal vez para las «estrellas» esto un pasatiempo, para los verdaderos escritores, una pérdida de tiempo. Así es como paga este oficio en Venezuela.
Federico García Lorca en su Poema doble del Lago Edén escribió: «porque no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado». Porque el escritor verdadero tiene una angustia, una necesidad, un latido que lo ensordece desde adentro y que lo obliga a gritar, a hacerse preguntas que no debiera, a intentar hallar respuestas afuera, adentro, casi siempre insoportables, y a cruzar la línea, no importa si herido o entero; a pasearse así, con rasguños, en lolas, pelotas, con sus ángeles y demonios por el otro lado. Porque un escritor sin estilo, estructura, algo apasionante, estremecedor, turbador, único que decir, no merece ir de la tinta al papel, del papel a la calle, de la calle a la casa y de la casa a las manos de nadie.
Y Cadenas, probablemente pensando en ello, al oír aquel grabador hacer stop, seguramente se retiró llevándose de nuevo consigo, con su premio, el pulso herido de Guillermo Meneses, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Rómulo Gallegos, Salvador Garmendia, Eugenio Montejo, Luis Urbaneja Achepolh, Isaías Medina López, Antonio Arráiz, Ramón Díaz Sánchez, Juan Liscano, Juan Beroes, José Rafael Pocaterra, Pedro Emilio Coll, Pérez Bonalde, José Antonio Ramos Sucre, Cecilio Acosta, Andrés Eloy Blanco, Vicente Gerbasi, Teresa de la Parra, Antonia Palacios, Andrés Bello, Simón Rodríguez; todos los latidos lesionados de una muerte que no los enseña, que no los publica, que no los promociona, que no los compra, traduce, que no los lee, que poco importa.
Irina lopez
Nota; Este texto lo plagie de manera vil y exitosa del blog de la pana Irnina lopez http://latierradelcacao.blogspot.com/. lo plagie debido a su pertinencia en esta pagina. Espero que la pana Irina se anime a escribir aqui, ahora que sabe lo facil que es plagiar en internet
creo que a Jhon le parecera mas que pertinente este texto, ya que ha hecho una critica similar. Este solo profundiza mas en el tema
hace tiempo, fui a un centro comercial, yo estaba muy borracho y de repente sali de la libreria con (DOS) ejemplares de: «ella era tan bella que levantaba sospechas»… de ivan losher… despues mi hermana me presto «¿ke pasa?» de erika de la vega. no obstante, en el sambil de maracaibo me quede mirando como un pendejo a: «ola tras ola» de eli bravo, y «ahora me toca a mi» de luis chataing. para rematar la escena decido darle el chance a: «un vampiro en maracaibo» que me costo: 160 mil bolivares, coño que aun me duelen maldita sea… yo sabia que no era la competencia de «crepusculo» pero el carajo liga secta satanica con un loco de mierda mas chabacano… y despues de la pagina 50 ya da sueño… ¿que falta, que el chuuuuunior escriba un libro pop? no se si esto sea una auto-burla pero ahora recuerdo que despues del monte verde aparecio en la sala el libro: «sexo sentido» de mimi lazo… ¿lo compre yo tambien? coño… ahora estoy leyendo: «la danza del jaguar» de ednodio quintero, pero me parece una literatura escrita por la byllos caracas boys…
¡Gracias, Luis! Un plagio jamás ha sido tan bienvenido.
Gracias irina, tu sabes que para plagiarte siempre puedes contar conmigo
Epa mensaje… yo también me dormí con el vampiro, creo que ese es el efecto del libro: te chupa las ganas de vivir o de seguir leyendo. Yo empecé a cabecear cuando apareció el inspector ardilla ¿en cual parte de dormiste tú?
Puma: lo que mas recuerdo, es que no pude pasar de la pagina numero: 50.
Pero ya no lo puedo revisar, porque lo deje en adopcion en una casa de libros usados…
Qué buen artículo. Creo que me deprimí. Creo que odié. Duré casi media hora leyendo porque mientras lo hacía, comentaba sobre su contenido con un amigo. Somos tan pocos quienes lo miramos así y tantos quienes, siquiera, se dan cuenta. La verdad es que nadie extraña lo que desconoce.
Como diría un chamin para expresar la consecuencia lamentable de algún evento: Triste.
Ahí tenemos, la simplificación del lenguaje, el puré bien pisado del mensaje y el antiparabolismo a la forma. Lamentablemente, no es una formula de hipnosis para hacer negocios es el único lenguaje posible mientras no le pongamos dinamita al sistema.
Nos jodimos, creo.
Llámalo optimismo estúpido, pero después del proceso de alfabetización de Chile a principios de los 90, yo creo que cualquier causa perdida es recuperable. Claro, todo depende de una buena política educativa, donde se les enseñe a los niños en las escuelas, en las secundarias y en las universidades, el amor por su idioma; a hablarlo, escribirlo bien. A respetar la contribución de Andrés Bello y de muchos otros.
Claro que mi tendencia esperanzadora no es daltónica: ve el rojo y sabe que de aquí al 2021 no va a pasar eso.
Sin esperanza de que me paren ninguna bola pues es un post viejo, si por casualidad alguien cae aquí, ¡fino! Que lean mi más sincera queja.
Pues resulta que yo vivo en una hermosa ciudad provincial en la que hay muy pocas actividades culturales, un solo museo (pero está muy lejos de ser eso), dos galerías de arte (ahí medio-medio) y un ateneo que desde hace dos años fue tomado por los obreros al mejor estilo de Farenheit 451. Aun así esta indigna provinciana que por elegancia y cultura entiende beber cerveza en vaso y no en botella como es debido, escuchar death metal a todo trapo y de vez en cuando un «blusito» (porque el jazz ya es como mucho), se dispuso un sábado en la noche a dejar su tercer mundito en compañía de unos panas, estudiantes de literatura, pues el señor Cadenas venía a un evento. «Rafael Cadenas, o seaaa, yo amo a ese tipo *_*» lo dije así como fan de Lady Gaga, cuando mis panas me dijeron. Supimos de mucha gente que iba a ir al igual que nosotros y nos preparamos a llegar temprano para agarrar puesto, pero a última hora se supo que el maestro no iba a venir. El resto de poetas y escritores asistentes, ya nos tienen un poquito aburridos pues, evidentemente, se aparecen en cuanto evento hay. Lo mismo pasó hace como tres años con Barrera Tiszka en la FILUC. Enfrentémoslo: como país son pocos los escritores buenos que tenemos en la actualidad, si de paso ellos están más interesados en hacer contacto con premios internacionales que cuidar a su público en su propio país, estamos jodidos. Así de simple.
Y por cierto la mejor de terminar de sepultar el amor por la palabra escrita, es hacer que te «enseñen» a amarla en la escuela. Mientras más lejos estén las cosas bellas de esa cárcel, mejor…