Capítulo 20: en el castillo de la revolución Disney
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El celador voltea y fijo la mirada en el enigma a defender por su humanidad de perro guardián: tres filas vacías en medio del llenazo del Teresa Carreño.
No cabe un alma. Sólo hay espacio reservado para la “gente importante del gobierno” y asociados. ¿Quiénes ocuparán las columnas protegidas por el escolta de verde?¿Diosdado, Jesse, Arné, Nicolás, José Vicente, Ciliberto y Berruecos? Hagan sus apuestas. La respuesta dentro de muy poco. Mientras tanto, observo pacientemente y tomo nota.
El celador mide apróximadamente dos metros de altura. Es antipático, gélido y resolutivo. Calcula sus pasos, mide sus respiros, contiene sus emociones. Se le entrenó para vigilar, espiar, disparar primero y averiguar después. Carece de espíritu. Hace su trabajo a la perfección, como “Terminator”, como “Rambo”. Es un mercenario pagado para matar. Un ícono del teatro de operaciones de la casa militar. La burocracia castrense se lo engulló, al punto de robarle su humanidad en público. Prohibido sonreír, mi capitán. A las órdenes, jefe.
Me lo imagino soñando despierto. ¿Se le permitirá acaso fantasear o también le habrán bloqueado su capacidad de vislumbrar castillos de arena, como mecanismo de resistencia intelectual a lo “Brazil” de Terry Gilliam? ¿En qué pensará, en qué concentrará su atención? ¿En el recuerdo de su infancia? ¿Contará ovejas eléctricas en su cabeza o bolívares fuertes en su caja de ahorro, próximamente intervenida? ¿Sabrá de su futuro? ¿Alcanzará a distinguir el bien del mal? ¿Le conmoverá la música, el baile, la playa, la montaña, el llanto de su hijos, la bebida, la celebración de un cumpleaños, el estreno de una película? De repente, ocurre un milagro, un hecho inaudito y sorpresivo: una sonrisa irónica se le dibuja entre mejilla y mejilla. No era un robot, es todavía un hombre. Hay esperanza. De inmediato, sigo el raccord de su mirada, y entiendo el por qué de su reacción mecánica. Un grupo de actores de segunda sale al ruedo del Teatro, para animar al público, disfrazados de los personajes de “Zamora”. En efecto, el asunto es de coger palco, es de escupir las cotufas, es de arrancarle una carcajada al vigilante de las únicas tres filas reservadas del teatro. Sin duda, es un momento desopilante, para mearse. Me cago de la risa, como diría Rebolledo. Pin, pan, pum.
El Doctor arquea la cejas en señal de estupefacción y me asegura: esto es un quilombo, ché. Sólo falta Maradona, Popy, Los Valentinos y las payasitas Ni Fu Ni Fa, para cerrar con broche de oro. ¿Por ahí no vendrán los come candela, los equilibristas y los maromeros del Nuevo Circo, remodelado por Juan Barreto?
Me encanta el Doctor. No le gusta hablar, pero cuando lo hace, escupe fuego. Es divertido, es insólito, es oficial.
A la audiencia le fascina el show de los señores y las señoras disfrazados de personajes de época. Por boca de un imprudente me entero de la procedencia del espectáculo: “son de la Villa, son empleados de la Villa”, le confía a un vecino común de butaca. Mis parabólicas, de Sábado Mundial, captan el mensaje sin interferencias. Ello me invita a reflexionar, a cavilar en el objeto del espejismo. Me inspiro en las musas de Baudrillard y comienzo a buscarle un sentido al caos del contexto. De igual modo, le pido ayuda a Carlos Monsivais, porque el humor involuntario domina la escena.
Los “usuarios y usuarias” del recinto se toman fotos con los dobles de “Zamora” y los esclavos manumisos de la época.El falso o el “fake” Zamora se cree su papel, como lo recomendaba Lee Strasberg, aunque no lo sabe interpretar de forma convincente. A las claras, no es un actor del método. Si acaso, del método criollo de la improvisación, de la astucia y del disimulo. De cualquier modo, su imagen evoca el artificio del Parque Temático, donde el engaño es doble. Por parte del emisor, porque es consciente de la trampa, y por el lado del receptor, porque paga por ser emboscado. Así funciona la magia. Pero en el fondo, es “bullshitt”,como dirían “Penn and Teller”.
Por defecto, Disney es el referente.Paradójico referente para una revolución abocada a la emancipación de nuestra opresión física y mental. A tal efecto, es imprescindible ofrecer las herramientas intelectuales para no confundir gigantes con molinos, y para derribar cualquier frontera emplazada con el fin de mantenernos encerrados en un círculo vicioso de alienación religiosa, mitológica e histórica.
Por el contrario, el gobierno prefiere distribuir grilletes como dadivas paternalistas y gratuitas, para conservarnos atados a su red social de amigos comunistas.
Por eso, nos distraen, nos tranquilizan, nos calman y nos entretienen con esperpénticos trasuntos de “Bolívar”, “Miranda” y “Manuela Saenz”, cuyas efigies maltrechas se remozan para encubrir la falta de pan en la calle. Igual con el concierto de “Calle Trece” en la Carlota y con el recital de “Juanes” en la Habana. Es una fórmula cubana, es la respuesta de Fidel a las atracciones de feria de las gusaneras y diásporas de Florida. Ellos tienen a Gloria Estefan; los barbudos, a Omara Portuondo. Y con ella, se acabo la discusión a la hora de protestar por las cartillas de racionamiento. No hay comida. Hay Buena Vista Social Club y te callas la jeta. ¿Qué tiene “Bam, Bam” que sigue ahí, ahí, ahí? Ya lo saben.
Por fortuna, cada vez menos personas caen en el juego macabro de nuestro Jigsaw de Barinas. Por desgracia, los asistentes al estreno de “Zamora” son la reconfirmación de la regla. Aplauden con benevolencia las cabriolas y los numeritos de los pobres “empleados de la Villa”, al comprar su paquete chileno de remembranza nostálgica.
Los celebran en la suposición compartida de ayudarlos a sembrar patria. El chauvinismo ciego los une en un ritual de mea culpa y exorcismo colectivo. En verdad, fuera del teatro, a nadie le interesa el pasado de “Zamora”, “Miranda” y “Bolívar”. En realidad, al interior de su corazón palpitan los ídolos de la radio, la televisión, el deporte y la farándula.
Chino, Nacho, Franco, Oscarcito, Miss Venezuela, Miss Universo, Mayte Delgado y Daniel Sarcos son sus auténticos referentes. Y lo míos y los tuyos, por qué negarlo. Son de la calle, de la calle que vengo yo. No tengo problemas, ni complejos en reconocerlo.
Mi vida es como la de ellos, como la de nosotros, como la de todos. En la mañana, me toca desayunar temprano una arepa con regetón por el circuito FM Center. Al mediodía, almuerzo con Globovisión, Canal Ocho, El Universal, El Nacional, Facebook, Twitter, Ceratti, Los Cadillacs, Beyonce y Karina, dependiendo del día y de la emisora.
En la noche, ceno como mendigo en compañía de Qué Locura, Los Leones del Caracas, Magallanes, el resumen de la Eurocopa, Vanessa Davies, El Ciudadano, Buenas Noches, Walter Martínez, I Love Money, Crank Yankers, Los Pepazos de la Pepa, La Hojilla, Canal I y los consejos culinarios de Laila Azúcar.
Por consiguiente, me resulta extraño y hasta hipócrita el fervor profesado por la concurrencia hacia el desfile de disfraces de la guerra civil del siglo XIX. Mejor se hubiesen traído como telonero al Moreno Michael, y san se acabó.
Sin embargo, el retroprogesismo del estado impone una norma de etiqueta, un código de autocensura, al impedirle admitir la derrota de su batalla perdida por la regeneración de nuestras raíces. Por ende, el simulacro campea a sus anchas por los pasillos del Teresa.
Por allá, bailan tambores con unas negritas alborotadas en plan de fiesta carnestolenda. Por acá, circula un fantasma de Scrooge vestido con charreteras, en homenaje vaya usted a saber a cuál Prócer o ilustre americano. ¿Es Don Francisco, es Simón el gran varón, es un Pirata del Caribe, es el capitán Perla Negra, es Guzmán Blanco? Sea como sea, de algo sí estoy seguro: el pana hiede a ñoña, y despide un tufo de nutria del Parque del Este a kilómetros de distancia. Un niño se le topa por delante, lo cruza y se tapa la nariz por acto reflejo. Algo huele a podrido en Dinamarca.
El señor es como uno de esos desafortunados muchachos de Margarita, a quienes la miseria los lleva por necesidad a enfundarse de sol a sol en un traje deshilachado de Mickey Mouse, como gancho para embaucar a familias en la carretera hacia Playa el Agua,con el propósito de venderles una acción de un Resort tan deprimido y triste como el tragicómico ratón gigante.
¿Por qué mandan a actores de teatro y a empleados a hacer semejante espectáculo? ¿Por qué mejor no se ponen los directivos de la Villa y los jerarcas del gobierno a hacer el ridículo en vivo?
En última instancia, la presencia de los personajes sirve para bajar los humos, las ansiedades y los ánimos caldeados de la platea, a la espera impaciente de su comandante en jefe.
Por lo demás, la táctica disuasoria es idéntica a la de los Ferrys, cuando sacan al ruedo a las jóvenes pinta caritas, a los cuenta chistes, a las gogo dancers, a las promozorras y a los cantantes de cabaret. La premisa subyacente es evitar el motín del barco. De ahí la idea de estrenar una película como “Zamora” a escala nacional.
Es indispensable aplacar las iras, las demandas y los intentos de insurrección de la tropa, de la tripulación, para continuar con el viaje del Titanic en dirección a las aguas tormentosas del mar de la infelicidad.
Leven anclas con destino al sur del vano ayer y al norte de Fidel, Gramsci y Magic Kingdom.
Es el reino artificial del socialismo del siglo XXI.
Nos vemos en su próxima parada, por favor.
No se la pierdan.