El león del desierto de Libia
Las tribus que habitan el desierto de Libia temen al león de la arena, más que a todas sus demás bestias.
Innumerables son los casos de raptos de infantes, de piadosa eutanasia de ancianos y de caravanas diezmadas con la saña del que se alimenta de ellas, pero deja que su presa se mueva en la dirección que más le convenga.
Yo desestimé los consejos de los nativos suponiéndolos exagerados, me pareció absurda la advertencia de esquivar su mirada, de taparme los ojos ante su presencia, de negarme una inútil y breve carrera, Etc.
Me pareció ridícula la leyenda de su falta de temor por el fuego, que es elemento, arma y herramienta, cuyo dominio nos diferencia de las bestias.
Me interesó un poco más, la caprichosa conducta de la bestia; que a veces prefiere la carne de las hembras y a veces la de los varones; que a veces disfruta
la practicidad de la cacería del débil infante o de la anciana y otras veces se alimenta de los mejores camellos y de los mejormente equipados guerreros.
Tomé precauciones para esquivar sus emboscadas durante la marcha y reforcé la vigilancia durante nuestro descanso nocturno. Hice acarrear la madera para nuestra hoguera.
Pero alguien -que me convenció de las ventajas de la marcha nocturna y el descanso diurno- me hizo extenuar y alucinar a mi tropa por falta de sueño, ya que es imposible dormir en las altas temperaturas diurnas. La regularidad de la tragedia me hizo perder el ritmo del paso del tiempo.
El sentido de orientación y el de la distancia, son muy fáciles de perder en un mar de arena que repite dunas, en todas las direcciones en las que el variable viento vuela.
He sido pues condenado, por los dioses, a dirigir ciento quince hombres y sus bestias en su confusa marcha hacia la muerte, en las garras de otras bestias; durante una serie de días y noches intercambiables -cuya cifra exacta perdí después del noventa y tres- a través de dunas que se propagan en todas las direcciones.
Mi arte ha sido la guerra, he sido testigo y participado en muchas muertes y estoy hace tiempo preparado para la mía, pero nunca había considerado ser pasto de fieras.
Ser alimento de otros, es el destino normal de casi todos los seres; no debemos olvidar que algunos insectos y yerbas prosperan, durante cierto tiempo, en los cuerpos de quienes nos dejan, para habitar otras esferas más cercanas a la de los dioses que nos gobiernan.
También sé de la cadena alimenticia que construye carne con yerba.
Dado a elegir, prefiero ser alimento de la hermana bestia -que arrastra en estos momentos el cadáver de mi escriba, tomado por el cuello- a serlo del insecto que pudre o ser juguete de la arena que lima huesos.
Nos hicimos compañía mucho tiempo, de él aprendí el uso de las letras, yo le enseñe el de las armas y herramientas. A él le gustaba que lo llamaran poeta. Hoy compuso otro poema.
Lo he visto desfigurar -durante mucho tiempo, con el ímpetu de un quinceañero enamorado- su percepción de la realidad circundante, con una pobre e incompleta imagen de ella, que llevaba interna, construida con mucha fe, esperanza y poquísima ciencia, práctica y experiencia.
Él que sabía de espejismos, ciudades fantasmas y reflejos del cielo, ha solicitado en griego un vaso de vino a un perplejo león joven. Mientras alucinaba bibliotecas y bares de puerto.
Persigo sin embargo el vano halago del lector póstumo, perdurar mi nombre más allá de mi existencia, compartir inquietudes y temas con quienes me lean y que mis combinaciones de letras sobrevivan a este cuerpo que ya me pesa. Por eso incluyo en mi legajo de informes, escritos con mi propia mano, el que trata de la muerte del poeta y su último poema que incluye, al menos en el título, leones y arena.
Sé de pérdidas, he perdido varias familias completas y guerras, pero no debo sobrepasar en duración a mi batallón, sé que seguramente lo encontraré victorioso y celebrando intacto el regreso a casa, en los ojos canela de una leona que me anhela agazapada en la arena, mientras se calienta con la hoguera, que supuestamente aleja a las bestias.
Leones y Arena
He visto la tempestad en el horizonte
He sentido el tendón y el hueso en mi cuchillo
El viento me ha traído el olor del lejano mar
He sido rama que tiembla entre el rugido del viento
He llorado entre tormentas de arena
Lágrimas secas
He orinado y seguido bebiendo cerveza
Flotando, amado, sobre una alberca
De agua azul y picante
Sobre colchones transparentes e inflables
Durante toda una tarde
Que todos los domingos siguientes
Mi cuerpo desea
Soy escriba
Soy poeta
Soy guerrero
Dos de ellos desean la purificación del fuego
El otro está listo para continuar el juego
De las sombras que se deslizan sobre la arena
Que el viento reconfigura y mezcla
En otros cuerpos
Quizá mejormente adaptados a mi tiempo
Cayo julio «El Abisinio».
VABM 10 de diciembre de 2009