Migración de escrúpulos
El jugador sacó la tarjeta de los «ingenuos». Estábamos matando el tiempo con Apples for Apples, un típico juego de mesa para adultos. Nosotros buscábamos entre las nuestras, entregadas al azar, aquellas que pudieran servir como sinónimo. Entre todas las que le entregamos, él escogió la de «los intelectuales».
Intelectual, aquel «que realiza actividades que requieren preferentemente el empleo de las facultades del intelecto» según el diccionario.
Intelectual, aquel que «cree que puede cambiar el mundo con sus ideas», decía la carta del juego, situando el rema entre los terrenos del soñador, el engreido y el ingenuo.
La recontextualización, empujada por un forzado sentido del humor, nos dejó cabizbajos.
Coño, Roland Barthes, tus ideas siguen erosionando nuestro discurso y nuestra fe. Al menos para nosotros, quienes nos creíamos capaces de cambiar el mundo.
Ahora a lo sumo, adaptamos nuestra habladera de paja a nuestro contexto, para poder sobrevivir. Y de tanto repetirlo, terminanos creyéndonos nuestras mentiras.
Este artículo viene a colación después de leer otro del Señor Cobranza sobre «Por el Medio de la calle». Sergio «Cobranza» Monsalve realiza una buena crítica a la manera como se realizó el último festival «Por el medio de la calle» en Chacao. Especialmente pone el foco en la paradoja de una cultura popular financiada por partidos políticos y empresas de consumo, curada por «la misma gente chevere de siempre» y representada por artistas escogidos de manera arbitraria bajo el criterio de la panitocracia.
Aquí en San Francisco (California) ayudo como voluntaria en un proyecto llamado Mission Arts & Performing Project (MAPP) que -aparentemente- comparte con «Por el Medio de la Calle» el concepto de llevar arte a las masas en un escenario urbano. La diferencia es que el MAPP no es en el medio de la calle, sino en los espacios que las familias de este animado-pero-económicamente-deprimido vecindario nos ceden (aunque también hay galerías). No se le dice no a casi nadie, por cuanto hay un compromiso implícito entre los curadores de darle cabida a cuanta gente sea posible, e incluso conservamos unos espacios «latentes» que curamos a última hora para aquellos rezagados en tiempo o contactos. Como dicen, «siempre hay un huequito para ti.» Tampoco se trata de «llevar arte a las masas» sino que la comunidad se involucre en el proceso creativo, y no solo como expectadores. No hay partido político o institución que apoye el evento por cuanto no es una ONG o una organización sin fines de lucro. Es tan solo un grupo de gente que decidió hacer algo depinga y se encargó de hacerlo de forma tal que nadie puede reclamar autoría. Creo que los neohippies lo llaman empoderamiento (empowering), o algo así.
Problemas hay, claro. Andamos pelando, pobres, porque no podemos recibir dinero ni patrocinio de nadie, más allá de donaciones en voluntariado o favores. De paso, el proceso organizativo es orgánico, es decir, un cogeculo multiétnico y cultural. Peleamos, la cagamos a cada rato, nos reconciliamos e incluso algunos voluntarios deciden montar tienda aparte, tratando de realizar su visión ideal de lo que debería ser la cultura. Pero siempre tenemos en común que somos parte de una comunidad que cree en el futuro. Ese futuro va para 6 años, 1000 artistas (incluyendo algunos que han expuestos en el MOMA, con becas Fulbright o proyectos musicales del TED) y entre 8 a 16 locaciones en cada evento, cada 2 meses. Eso sin contar los curadores de arte callejero que prepara formalmente el Red Poppy Art House o que se forman a los coñazos gracias a la tutela de otros, más veteranos. Ustedes pueden juzgar los resultados aquí en htt://sfmapp.org
Somos gente común con pretenciones de intelectuales que bien podríamos encajar en la descripción de «ingenuos» de Apples for Apples. Sin embargo, no intentamos cambiar el mundo sino el pedacito de espacio-tiempo que disponemos.
Musicos, artistas, artesanos, curadores, dueños de antros y casas de familia, etc… TODOS TRABAJAMOS GRATIS por el privilegio de poner nombres, de llevar el nombre de nuestra comunidad, de hacernos un nombre.
Palabras más, palabras menos, como dice la canción de Calamaro
Hace unos cuantos meses conversé por FB con una vieja amiga sobre cómo podríamos hacer un MAPP en Caracas. De esa manera podríamos educar a la gente cómo preparar sus propios eventos, sin necesidad de apelar a gobierno, patrocinantes comerciales o cogollos culturales. Quería regalarle un poco de sentido de pertenencia a los caraqueños, el poder de hacerse un nombre como ciudadanos, así sea en escala chiquita.
¿Dónde hacerlo? ¿En Chacao, La Candelaria, Los Palos Grandes, en Catia, en Petare, en Santa Mónica….? No importa la cantidad de nombres que enumeré, igual me tocó bajarme de esa nube. El tejido necrótico de esta ciudad no iba a permitir.
¿Gratis? ¿Estaría los ciudadanos dispuestos a donar su tiempo para hacer algo por su barrio sin esperar retribución monetaria?
¿En la calle? ¿Con el permiso de quién? ¿De los malandros?
¿Libertad creativa? Así me iba a meter en problemas…
En una clase de posmodernidad ciencias de la comunicación que tuve con Juan Barreto, hace MUCHO tiempo atrás, Juan invocaba el poder de los divos posmodernos del discurso -como Derrida o Baudrillard- para erosionar los simbolos lingüísticos de las masas. En otras palabras, quién pone el nombre, tiene el poder.
Cuán cerca estaba Juan de poder experimentar con sus teorías en una masa cebada por el hambre y el resentimiento, en una clase media apática que se creía representada por unos medios tontos-ciegos-sordomundos, en una clase privilegiada -aún- carente de arraigo.
Me acuerdo que Juan nunca miraba a los ojos cuando hablaba. :(
Cuando volví a ver a Barreto, en ese momento convertido en alcalde, era para decir adiós. Quería que el país me lastimara el corazón para no volver la vista. Así que me puse en la cartera mi última apuesta y esperé…
Un gentil caballero me contaba como pagaba sus tarjetas de crédito con dinero de CADIVI, pero sin cupo. Era del tipo «si vamos a cenar y a bailar te digo cómo».
Si fuera pobre y chavista, pero emprendedora, me hubiera quedado pelando bolas.
Si fuera pobre y chavista, pero corrupta, me hubiera quedado rica.
Si fuera pobre y apolítica, pero corrupta, me hubiera enchufado a algún viejo y me hubiera quedado rica.
Era pelabolas-pero-educada, apolítica y tengo algunos principios.
Cuando por fin hablé con Juan, sudaba excusas sin parar, babeaba palabras.
Creo que le pregunté cómo había salido el experimento.
No me acuerdo que respondió.
Una chorrera de años después, me encontré otro simpático-pero-peligroso gordito criollo. Eran nuestros ruidosos vecinos de cuarto durante nuestra luna de miel en Los Roques. El chico era un brillante ex militar dedicado a la seguridad privada con un discurso entre cínico y divertido y un nivel de ostentación discretamente chocante, tipo guiski 15 años meneado a dedo. ¡Guau! ¿Les dije que era brillante? La verdad, mi esposo y yo quedamos impresionados. Lo más talentoso de nuestra boliguesía nacional, con conciencia de su papel dentro del engranaje rojito. Un chico Gattaca chavista, una de las manos que va a terminar moviendo la cuna de nuestro país, que anda ahuevoneado.
«¡Qué inteligente y qué peligroso! Pobre Venezuela», dijo mi Hank Chinaski.
«Ahogados en el mar de la felicidad»
Acrílico, acuarela y tinta sobre panel de madera
2009
Por Ytaelena Lopez
*Por favor, no se pierdan el detalle de las siluetas en blanco, a ver si reconocen a los personajes.
Artículo publicado originalmente en http://TAPPINGYTA.blogspot.com