El hijo del sol
que a pata
se patió la ciudad entera
que sudó por las letras
no por las tejidas en su deambulada suerte
las que se derritieron en los caminos
de la ciudad empedrada
las que veían a una mujer falsa
que sonreía en viajes pagados
con creces, con creces de hambre
y de lujos
Sudó por fríos lejanos
su piel (menos mal que era negra)
soportó el polvo de sus zapatos
el polvo nacarado que acompaña a los pobres
Pregonero
hijo también de la luna
(que aveces se asomaba a la puerta
resguardando el castillo de mentiras
donde una indigente también sueña con ser diosa del Olimpo)
Esa mujer que el hijo de la piedra no desea
que su verdad poco le importa
clama a gritos
que lo escondan
que no lo dejen ver
porque él es la inocencia
es la pura materia
es el llanto encarnado
es la furia letrada
iletrada
que brilla como una moneda despreciada
porque con ella nadie nadie nadie puede comprar la poesía
Pero ese angelo compra la moneda
jarrea, usa su lomo para llevar a cuestas
como si fuera el último
el de menos madre
el hijo del carpintero
dispone la carne el temple
de su hombro
para llevar a cuestas
una brecha de profundidad nostalgia
que se hace una llaga
un vacío con cataplasmas de sueños
cuando este niño se acuesta sin comer
y sus manuscritos debajo de la almohada
hacen devolver las estrellas
para afirmar sus palabras
en el piso de tierra
de todos sus despertares
Carmen Elena Mier.