“Hermanos Bloom” y “Asesino Ninja”: una grata sorpresa y una inesperada decepción

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Fuimos, por no dejar, a ver la primera y salimos reconfortados de la sala, antes del fin de año. A La China, a Klaus Inspector y a mí nos fascinó de manera unánime. A los tres nos embriagó su puesta en escena, su propuesta estética, su guión y su agudo contenido metalinguístico, cercano a los teatros del absurdo de los brothers Coen y de las comedias negras de Wes Anderson. No por nada, Adrien Brody figura en el casting, luego de protagonizar la estupenda “Viaje a Darjerling”.

Por su lado, Klaus reconoció el trabajo de la maravillosa actriz, Rachell Weisz, y concluyó con tino: “por eso todos amamos a Rachell”. En paralelo, La China levantó los pulgares por la soberbia interpretación de Mark Rufallo, al considerarlo uno de los mejores histriones de su generación. Él es el alma y el motor de la película, junto con sus dos colegas y el advenedizo director. Mención aparte para la chica nipona de “Babel”. Rinko Kikuchi se roba el show en un secundario de lujo, completamente mudo. Chaplin, Keaton y Lucy alabarían su increíble repertorio silente, cargado de gags anárquicos, nihilistas, melancólicos y humanistas. Mezcla de una caricatura de Miyazaky con el comic de “La Chinoise” parisina.

Entre todos realizan una pequeña obra maestra del género del atraco imperfecto, en homenaje a los grandes de la historia, desde la magia de Welles hasta la ironía deconstructiva de los revisionistas franceses de la nueva ola.

En la superficie, la historia cautiva con su tumbado operático, épico, trasatlántico y sarcástico. En el fondo, se esconde una conjura de alumnos aventajados de Fellini, Godard y Kubrick contra el poder de seducción de las imágenes en movimiento.

El film desnuda el reinado de las apariencias del cine, mientras reivindica su capacidad de abrirnos los ojos frente a las pocas bondades de la existencia: la amistad, el amor y la posibilidad de soñar con la utopía. Al final, todo es una ilusión, sin escapatoria de la muerte, pero el único consuelo radica en asumirlo con madurez, romanticismo, alegría e imaginación.

Quizás la metáfora perfecta del largo sea la omnipresencia de una serie de personajes lunáticos y quijotescos, aferrados a creer en sus rituales de encanto y gracia, para seguir adelante con la estafa de la vida. Así es el barco de la nada. Y agradecemos a los Hermanos Bloom por habernos invitado a abordarlo con ellos.

En otro orden de ideas, aunque no de coordenadas parentales y sentimentales, decidimos también subir a la embarcación, por separado, del último Titanic de los Hermanos Wachowksy, con su piloto de confianza o su títere de alta mar, James McTigue, a quien utilizan para ocultar su identidad y salir airosos de trámites comprometedores con resultados inciertos. De hecho, es su operador de segunda unidad y es su empleado de confianza. Cuando triunfa, como en el caso de “V de Vendetta”, los tres se llevan la palma y comparten los agasajos. A la inversa, si el encargo no convence, lo aprovechan como tapadera y chivo expiatorio. Sucedió ya con la fallida “Invasión”, sucede con la irregular “Asesino Ninja”, cuyo esfuerzo del inicio se diluye en pocos minutos, al desembocar en un desenlace forzado, malogrado e incongruente para con el filón de las artes marciales, donde regresa el mito bipolar del terror amarrillo y la obligación de exorcizarlo con el concurso de las fuerza armadas, en una antítesis republicana del discurso obamista de “Avatar”. En tal sentido, la cinta luce como una anticuada secuela del bushismo pentagonista en Hollywood. Algo incomprensible viniendo de las manos de unos apólogos de la resistencia cool y de la rebeldía fashion, como los creadores de la franquicia “Matrix” y los impulsores de la adaptación de la historieta gráfica antifascista de Alan Moore.

Con Lamala aterrice en una desértica función mañanera de Cinex Concresa, a disfrutar de la película y a recordar nuestras aventuras de niños en horario colegial de matiné. Comimos kilos de cotufas, nos encurdamos con refresco, pegamos gritos, lanzamos chucherías a la pantalla, nos tapamos los ojos,criticamos a viva voz y drenamos la furia por la temprana clausura de los complejos multiplex. Al menos, la revocada medida del recorte de energía nos permitió reencontrarnos con la nostalgia de una etapa superada. Por cierto y por suerte, las doce del mediodía es el momento adecuado para gozar del parque de atracciones de “Asesino Ninja”. Un Disney para fanáticos de la sesiones dobles en clave de “Grindhouse”.

De la pieza rescatamos su precisión coreográfica, su relectura CGI de la animación manga en acción real, sus disparatados efectos especiales y su incontenible descarga pornogore, aunque la violencia no se corresponda con una eyección similar de fluidos eróticos. Por lo visto, el sexo vuelve a reprimirse para ser sublimado a través de una orgía de sangre destinada a provocar orgasmos en la audiencia por medio de secuencias explícitas, equivalentes al hard core en grupo de las tendencias extremas del mercado XXX.

La obra sería el espejo velado y censurado del fenómeno oriental del bukake y el gang bang, con litros de salsa de tomate en lugar de chorros de baba y semen artificial. Como siempre, lo curioso es el piquete homo difuminado en la trama al calor de batallas colectivas de hombres sudados, entrenamientos al desnudo, fotoposes vouyerísticas de jovencitos anabolizados y una aclichetada relación edípica entre Semsei y discípulo con cara de elegido estereotipado. Nada extraño en los brothers.

El Neo es ahora incorporado por el cantante Rain, y su aura de superestrella adolescente lastra el oficio de los productores, al ceñirlo al traje pop y kistch de las fantasías asiáticas de consumo rápido. Es la McDonalización del cine a lo American Idol.

La Trinity es un espanto, transpira inseguridad de aspirante a reality show, desborda la cuota del ridículo y exhibe dotes de miscast, como el resto del elenco.

En reconocimiento a su labor de años, el villano es encarnado por el ícono mundial de la disciplina, consagrado en su tiempo por la empresa Cannon, antes de su quiebra en 1993. Los Hermanos de “Bounce” pretenden reflotar su espíritu de gigante dormido, al recuperarlo al estilo de Tarantino con David Caradine en “Kill Bill”. Pero en la comparación, el “Bastardo sin Gloria” demuele a sus colegas del mainstream independiente. Para comprobarlo, basta con cotejar cada frase de “La Novia” o de “La Mamba Negra” con cualquier diálogo subrayado del “Asesino Ninja”.Su parlamento parece un chiste involuntario o el caldo de cultivo para una parodia de la revista MAD y del programa Saturday Night Live. De seguro es una broma consciente, como “Meteoro”. Lastimosamente, la burla se queda corta, se extravía en el camino y se tiende a canjear por un aburrido aire de importancia y solemnidad, a lo Morfeo trasnochado, después de una ultradosis de opio para los pueblos. “Asesino Ninja” falla al tomarse en serio y al quererse una experiencia mística e inolvidable, más allá de lo establecido.

Los Hermanos buscaron hacer la definitiva película del subgénero, y apenas consiguieron remedarlo con mayor presupuesto, verosimilitud y definición de colores, según una ideología negadora de sus orígenes.

Verbigracia, la credibilidad del empaque hemoglobínico se pierde al reducir a la cultura ninja a una conspiración internacional de Dan Brown, aliada a la cruzada islámica de los fundadores de Al Quaeda, con turbantes y demás.

Para rematar, los buenos arrasan con los malos, bajo la tutela de una operación comando de la gloriosa armada americana, en una proyección de los delirios intervencionistas de los halcones en las madrigueras de las milicias y las guerrillas del tercer mundo, cual reverso de “La Batalla de Argel” rodado por el Judas de Arnold Swarzenneger y escrito por el ñoño de Silvester Stallone.

Si la era dorada de las joyas Cannnon fue en los ochenta con Chuck Norris, hemos retornado hasta allí, por defecto, para evocar la visión simplista de la época de Reagan.

En consecuencia, los hermanos traicionan su enfoque multicultural a favor de las minorías étnicas, al exaltar la óptica xenofóbica del miedo a la diferencia, y al justificar la destrucción bélica de la alteridad global. En pocas palabras, su etnocentrismo los retrocede un paso más atrás de su contexto, en el marco del estreno de odas a la resistencia y a la comunión de las razas como “Avatar”, “Precious”, “Up” y “Sector 9”, cuya corrección política tampoco es la panacea. Aunque en lo personal la prefiero como discurso ético y como mensaje progresista para el futuro del siglo XXI.

2 Comentarios

  1. coño estoy pendiente de esa de los bloom, me llama la atencion…
    y el asesino ninja, yo la vi, es entretenida, muy sanguinaria pero hasta alli, fue un pelon bien idiota no poner las parte del entrenamiento en idioma oriental, les hubiera quedado mucho mejor…
    igual para lo que hay… por lo menos esta por encima…
    ya vi el son de la calle… ehm, sin comentarios si quieres pasa por el blog y le echas un ojo…
    saludos men, esperamos tu reseña de unrest, el bodies pero en cine… jajajajajajaja

  2. Buen punto lo del idioma. Ya voy a leer tu crítica de Son de la Calle. Muchos saludos y gracias por comentar.

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