Le vendí mi alma al diablo, dicen que la necesidad tiene cara de perro, y mezclar la intuición femenina con el orgullo intelectual cuando urge el placer como ganas de ir al baño en medio de un examen donde el tiempo y el salón de clases te demuestran que son los verdugos que te hacen entrar en divagaciones conectadas siempre a la fibra demencial de los que aceptan que contemplar es casi como una doctrina, el dogma poético que ejercita las ganas de aislarse del mundo; desde ese periférico asiento al lado de la ventana por donde entra el vaho de una ciudad frenética, hasta el céntrico misterio de ser excepcionalmente una mujer que le palpita el riesgo de confundirse entre la gente. Aparearse -en su mano los dos insectos, después ya no se mueven más- el crepúsculo le lastimó el alma, esa alma tan devaluada de tantas subastas, de tantos deseos no perecederos, de tantos cambios de ánimo y de instrucción académica. La mujer es menos liviana cada día. Va cambiando la felicidad por curiosidades que a la hora de pagar la renta no sirve para una hora de confort bajo el cielo raso, acostada en el piso de madera recién pulido y con olor a citronela.
Ir vendiendo lo menos interesante: unos collares de perla heredados de mamá y unas cuantas cucharas de plata; pasar por la duda: un diccionario de sinónimos y antónimos; y llegar al sacrificio: Hamlet pasta dura con los cincuenta poemas dedicados a un sospechoso amante con prólogo de Borges. Pensar en que la noche viene como viuda alegre, con ganas de tropezar con un antiguo dolor para que dure un poco más. Mañana es treinta. Me tocarán la puerta bien temprano y tendré los cuatro billetes que me gané mientras perdía el pudor (venderme en una beca irrisoria donde el estereotipo me tiene con zapatos desgastados converse, una boina y los dientes amarillos de tanto fumar y apostar a un número que no le da la gana de detener la rueda de la fortuna para que yo pueda hacerme a un lado, del todo, y salirme del Mapucho río que lleva a la desmesurada tendencia de que el socialismo es la fuente de la eterna utopía.
El humo del cigarro es coloidal. Igual que pensar en lo ético. Igual que aceptar una ayuda económica. Igual que las leyes de la naturaleza.
Quizás lo tanto gratis que se descargan tantas vainas en las Web es inversamente proporcional a lo que cuesta sobrevivir en cualquier pedacito de remache del mundo. Y te fijas que ni aún la soledad es gratis. Te place escribir sobre trillados baches pendejos de existencialismo, te aumenta el flujo hormonal por la sangre, la frente te suda y corres afanosamente hacia ¿revestir? el Vacío… te frustra la idea de que todo el mundo ahora quiere ser poeta o algo así. Los vemos comprando frases descabelladas donde la rapidez es una obscenidad, expulsan demonios que más bien parecen bufones que te redimen a médium que va escribiendo sus dictados como si aún estuvieran en la escuela primaria. Crean blogs con marcadores de visitas que va por el millón y medio de la obsesión de entenderse a si mismos. Entender esa transgresión casi instintiva del lenguaje, casi orgásmica, casi salvaje, casi aprendida a retazos de cajas de diálogos, casi imposible de razonar, casi a dueto: la ignorancia y la estrategia, casi por fetichismo, casi a secas como un monosílabo que te cierra el paso, pura vanidad de competir con el tiempo y el espacio. Amanece. Para qué levantarme, fingiré que estoy dormida. Esa señora empezará a experimentar lo que es tocar la puerta afanosa de la incertidumbre.