Caben los signos de interrogación y los sermones auto indulgentes sobre cuán felices éramos antes del fenómeno revolucionario. El venezolano, por naturaleza, es transgresor. Mi generación, como agregado a la venezolanidad, es costumbrista. La suma de la transgresión y el costumbrismo genera crisis, entendiendo el término como algo que no termina de nacer y algo que no termina de morir. Más allá del liderazgo estudiantil (del bando que sea) hay un afán de protagonismo, de quince minutos de fama. Ahora las redes sociales permiten ese canibalismo fantasma en busca de portada y renombre. Si como dijo Andy Warhol, todos tienen sus quince minutos de fama, hoy tendrán milisegundos de segundos por hora, por día.
Debe haber algo más detrás de tanta algarabía. Un proyecto de país antes de la mentada Unidad. Romper los esquemas y volver a volver a empezar. Recuerdo una frase de Churchill que reza «fue el final de nuestro principio». ¿Cuándo nos tocará a nosotros?