Episodio 25: el apagón de la fiesta roja
Se acerca el fin. Mi novela concluirá en el episodio 30. Lo prometo. Ya estoy exhausto, como un Pitcher del Magallanes sin relevo, y todavía me quedan cinco outs por delante, para terminar el partido contra “Los Gaticos” de La Villa. Un club de Leones diezmados, acorralados, famélicos y hambrientos, como del Zoológico de Caricuao. Dan vueltas alrededor de la misma presa, cual Zamuros, y disputan su botín en el banquete de las hienas. Enseguida, los veo desfilar por la alfombra roja, uno por uno, con humos de Spike Lee invitado a Caracas, por cortesía de Cadivi y la Alcaldía de Jorge Rodríguez.
De regreso a mi silla, contemplo el bonito espectáculo de la feria de vanidades, en discordancia con la normas de etiqueta implantadas por los camaradas del Partido Comunista Chino: austeridad, ascetismo y sobriedad al vestir.
Recuerden la imagen del número 2 del Politburó, el militar Lin Piao, ejecutado en el aire por su propia familia Maoísta. Las purgas internas son horribles entre pilotos suicidas y guerrilleros kamikazes. Tarde o temprano, comienzan a devorarse recíproca y solidariamente. Venezuela no es ni será la excepción a la regla. Es cuestión de minutos para disfrutarla en vivo y directo, aunque la guerra de clanes arrancó con furia hace tiempo. Pronto, los invitamos a sintonizarla por VTV en horario estelar, a punta de hojilla.
Continuemos con las noticias de farándula.
Sencillamente, para los chavistas nuevos ricos y boliburgueses del Teresa Carreño, pasó de moda el estilo del camarada Ho Chi Min, del genocida Pol Pot y del dictador comunista de Corea del Norte.
Tampoco se lleva el fashion cubano de la guayabera y el pantalocito caqui, porque fue asimilado hasta por los pavosurios del Country Club y la Lagunita, para esconder los kilitos de más en bautizos, degustaciones y almuerzos de caridad.Son tan bellos y rozagantes. Provoca comérselos en las fotos publicadas por la crónica social de Osmel Souza, donde no falta un chavista enriquecido. Los Rangel Ávalos son favoritos de la página, así como los socios yuppies de Juan Barreto, otro gordito pata en el suelo devenido en coleccionista de arte.
Por algo, Juan Barreto sí sigue usando el look caribeño de los millonarios de la Habana Libre: camisa por fuera, gomina, blue jean y zapatos de cuero. Quedaría bello en un retrato con Juan Carlos Escotet. Son tal para cual, salvo por sus pequeñas diferencias intelectuales. Sin embargo, comparten el gusto por derrochar el dinero en subastas de pintura, por la comida de autor, los viajes, los hoteles caros, la bebida y las mujeres.
Con el profesor Alberto Soria, podrían abrir un logia de búfalos mojados, para reafirmarse los egos, darse vida de ricos y famosos, fumar habanos, criticar a Sumito por igualado y fatuo, recomendarse restaurantes, y hablar mal de la comida rápida. Es muy feliz la suerte de los sibaritas en CCS. Se pueden dar el lujo de hacerle el fo al payaso Ronald, denigrar de los comensales de la franquicia, y mandar a sus combos al cesto de la basura. Ojalá la mayoría de la población tuviese el dinero para disfrutar de semejante privilegio. De seguro, la gente preferiría hacer cola para entrar en “El Mesón de Andrés”, antes de estancarse en una fila incómoda para comprar una mini hamburguesa, unas papas refritas y una Coca Cola, a veinticinco bolos por cabeza. Aquí se desmorona la teoría elitista del especialista en sabores y olores.
Pero retornado al punto de origen, los sacerdotes y los curas de la iglesia Chavista, portan hábitos oscuros y misteriosos, en abierta oposición al rígido protocolo de la PDVSA de Edgar Ramírez, quien acuñó aquella ilustre frase para la posteridad: esta empresa es roja rojita, y al que no le guste, que se vaya para el carajo.
Curiosamente, los pastores del Sagrado Colegio de Misión Cultura, no representan a su ministerio con el tradicional color de los vistosos Cardenales del PSUV, sino con el reservado tono de los camarlengos del Código Da Vinci, en un homenaje, involuntario, a la estética oscurantista de “Ángeles y Demonios”, donde el villano cubre sus artes malignas con el velo de los hechiceros de caricatura de Hollywood , con el aire noir de las figuras pesadillescas de David Lynch o con el atuendo de los clásicos Hombres de Negro(de la ciencia ficción a la tragedia hamponil de los bajos fondos).
El primer Señor Tenebroso en llamar mi atención, es David Rodríguez, el presidente de la Villa del Cine. Con falsa modestia, intenta pasar desapercibido, bajo un conjunto formal, medio retro, de inspiración ochentosa. El traje azabache le calza a la perfección y parece comprado en una tienda de descuento de Dorsay o Monte Cristo en el Sambil, por la gruesa calidad de los cortes y las costuras. Si somos estrictos con la policía del fashion, lo deberíamos multar con un cero uno a la izquierda en elegancia. Un niñito con Flux se nota mejor y más cómodo. Por el contrario, nuestro galán de otoño proyecta inseguridad y pesadumbre por cada centímetro de tela. Apenas le faltan unas gafas de Menudo para completar su cuadro de Miami Vice subdesarrollado, en fase de califa ensimismado y renuente a establecer contacto con la prole.No lo vayan a importunar en su torre de marfil, a comprometer demasiado o a pedirle trabajo. Su soledad es reveladora de su poca sensibilidad social y de su mucha precaución individualista de tecnócrata enmascarado. La frialdad, la distancia y el calculo lo definen y además caracterizan su gestión.
Camina en círculos y en rectángulos, como Tigre enjaulado, y rehuye de la interacción humana con el soberano. Se le acercan, finge escuchar por unos segundos, se inclina a oír paternalmente como el Papa, se despide con una sonrisa hipócrita y después regresa a su estado natural, a su concha, a su crustaceo cascarudo, dentro de su propio Club de Bob Esponja, con Calamardo y Patricio.
De repente, se le aproxima una de sus musas, una de sus protegidas, una de sus consentidas de la casa, la señorita Efterpi Charalambidis, la flamante directora de “Libertador Morales”, su particular Leni Riefenstahl del Trópico de Cáncer. Lamentablemente, ella carece del talento de la realizadora de “El Triunfo de la Voluntad”, muy a pesar de contar con el respaldo de su respectivo Goebells, por el dizque “éxito” de su ópera prima en la taquilla.
Él la toca por la cintura y también exhibe sus dotes de viejo verde, a lo Carlitos Way. De lejos, ambos reconstruyen la memoria geisha del encuentro del inconfundible chulo con su dependienta en un Bar de ficheras de la avenida Solano.
De cerca, componen un fresco mafioso en remembranza de “Enemigos Públicos” de Michael Mann o de “Pandillas de Nueva York” de Scorsese.
Nuestro Pedro Navaja recoge su caballera de guerrero trasnochado, de Hércules mancillado, de personaje estereotipado, con un colita impregnada de Moco de Gorila. Ratifican sus vínculos de sangre, a prueba de balas, y se separan con un simbólico beso en toda la avenida. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
En resumen, el perfil taciturno de David Rodríguez pone en evidencia su condición de desamparo, de orfandad política en su cargo. Nadie importante lo saluda, lo escolta y lo reconoce. Únicamente, lo molestan subalternos y vasallos de la gleba para jalarle mecate. Por ende, es una pieza intercambiable y desechable, de usar y tirar, con poco futuro y autonomía. Se le importó por su garantía de obediencia, por su juramento de lealtad, para cumplir órdenes estrictas de la gerencia general. Al no tener peso real para sostenerse por sí mismo, caerá pronto, cuando cometa el primer error,como sus antecesores protegidos por Farruco.
Por los instantes, el Padrino de David es el Ministro Héctor Soto, la comidilla del sector por su experiencia como veterinario. De ahí el chiste con el nombre de su despacho, rebautizado con el título de cartera de “Cultura y Cría”. Sin embargo, Héctor, a diferencia de David, sí goza de respaldo concreto de las bases, al organizar la estructura comunal de la plataforma en sustitución y respuesta a la burocracia de costumbre.
Su objetivo fue relevar el aparato formal por el informal, para cambiarlo de raíz. Ahora el problema es doble, porque debe alimentar a un par de bocas monstruosas: la de los artistas ricos y la de los artistas pobres. Obviamente, su sistema es técnicamente inviable, a la luz de la última devaluación. Mi pronóstico para el 2010, es simple: se le restarán recursos a los entes adscritos y oficiales de la plataforma, para mantener a la clientela paralela de Misión Cultura, cuyos dividendos electorales son mayores en años de elecciones.
De hecho, el panorama del estreno de “Zamora” anticipa el desenlace previsible.En el Teresa, es abrumadora la presencia de los círculos bolivarianos en defensa del folklore patrio. El nacionalismo los convocará como fuerza de choque, como voto de castidad y de censura, durante la próxima campaña admirable, de cara a los comicios de la Asamblea.
Si “Miranda Regresa” declaró el inicio de la reelección presidencial del 2006, “Zamora” inaugura el campo de batalla para los sufragios por venir, donde el chavismo se juega el control del congreso y el destino de su proceso.
Los restos y desechos de los comandos Maisanta y Ayacucho, encienden sus motores con el petróleo extraído del pozo muerto de Chalbaud. Una inversión extinguida y fenecida antes de nacer en la cartelera. Un aborto audiovisual concebido para parecer en las marquesinas y en las maternidades efímeras de la contemporaneidad.
El engendro de Román alcanza a sacar del útero su puño izquierdo, y enseguida lo trasladan a la incubadora de la Villa, para remendarlo como Chucky y echarlo andar por las calles de la amargura.
Para colmo y para terminar de esclarecer la nota lúgubre de la ocasión, Héctor Soto acaba de aparecer en la sala Ríos Reyna, ataviado con un inverosímil liqui liqui de influencia expresionista germánica, en una variación bolivariana del modelo de “El Príncipe Negro”.
El tipo llega tarde, con cara de sobrado, y encima se da el tupe de ser arrogante. Nadie comprende su complejo de grandeza, al renunciar al uniforme rojo de Misión Cultura para tirárselas de caballero distinguido.
Su mensaje es diáfano: soy el caudillo de Misión Cultura, me doy bomba, estoy en mi feudo y puedo aguardar en mi aposento, para presentarme al final, a supervisar el ganado y el trabajo de los peones, segundos previos al ingreso de la comitiva del dueño de la Hacienda. Por encima mío, sólo él y después yo. Otro loco egregio, otro Bonaparte con el cambur subido a la cabeza.
En «Cocalero», el documental de Evo Morales, se cierra con una interrogante metafórica. ¿ El candidato asumirá la investidura presidencial con traje formal o con su indumentaria de cholo boliviano? Por congruencia(demagógica),el mesías de la Paz escoge la segunda opción. Mutatis Mutandis, Héctor Soto asiste a la gala del Teresa con la primera.
En contraste suyo, por ejemplo, Luis Britto García guarda una compostura modesta, de chaqueta de motorizado y camisa desabotonada. Una verdadera impostura, pero menos forzada en la comparación con el sombrío Héctor Soto, quien luce desubicado.
¿De dónde viene, a dónde va? ¿A un velorio de Reina Lucero? ¿Al entierro del Tío Simón, de Reinaldo Armas, de Luis Britto, de Román? ¿A la reposición de Nosferatu en la Cinemateca de Barinas? ¿Al sepelio de las viudas de la cuarta y quinta república? ¿Al funeral póstumo del Carrao de Palmarito? ¿ A la exhumación de las momias populistas de Acción Democrática? ¿A la resurrección de los Zombies de Rómulo Betancourt?
Es difícil responder a las preguntas, a cabalidad y con certeza. Aun así, cabe proponer una lectura de libre interpretación semiótica.
Con su liqui liqui negro, Héctor Soto auguró, como ave de mal agüero, el entierro del niño de Román en el cementerio del olvido, de la calamidad.
Es la crónica de una muerte anunciada por el Ministro de Cultura.
El presagio, inconsciente, del fallecimiento de la ilusión revolucionaria en el 2010, a causa del peor paquete de medidas tomado desde la época de CAP.
El funeral de Zamora en el Teresa, guste o no, profetizó nuestro presente de inflación galopante, deterioro, implosión, descontento y racionamiento eléctrico.
Es el apocalíptico regreso al caos decimonónico de la guerra civil.
La barbarie nos consume y la intolerancia cunde a diestra y siniestra.
Los azotes de barrio y zona, pican a sus víctimas con machete.
Aquel dispara a ciegas y asesina a una niña inocente de tres años.
El Caracazo se reescribe, como diría Gerardo Zavarce, pero con tarjeta de crédito.
El béisbol encubre y amplifica el estado de sitio.
La tierra tiembla.
La sequía desnuda la ineficiencia para administrar y planificar el mañana.
Es el horror, el horror.
Compren velas.
En pocos días, ocurrirá el apagón de la década.
Los saqueos serán incontenibles.
El 27 de febrero lo puso ahí. Un 27 de febrero lo sacará de ahí.
Es un ciclo poético.
Es una maldición de los tiempos.
El empeño de resucitar a “Zamora”, lo sepultó en su mismo contexto de contradicciones.
Por lo pronto, nos vemos en el próximo capítulo cumbre de la telenovela.
Si dios quiere y hay suficiente electricidad para comunicarnos.