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Reflexiones adolescentes sobre el paro

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Hay un problema de fondo cuando se discuten distintas vivencias y percepciones sobre determinada época. Sin duda alguna, el paro nacional fue el inicio de uno de los episodios más tristes de la historia del país y de la oposición cuando promovido por PDVSA, Fedecámaras y la CTV, Venezuela optó por paralizar sus actividades laborales y económicas. Sin embargo, cuando se tienen 15 años, el país portátil del que hablaba Adriano, resulta más una isla de fantasía que una torre en picada.

A mediados de noviembre, estando en tercer año de bachillerato, iba en compañía de mis amigos a la plaza Altamira donde se congregaban militares y dirigentes políticos en protesta contra el gobierno. Íbamos con nuestros bolsos y chemisses azules a ser, si bien no protagonistas, sí partícipes de algo que no terminábamos de entender. Bastaba que comenzara a sonar el coro de ¡paro, paro! para reírnos y formar parte de esas voces que reclamaban algo distinto a lo que queríamos nosotros.

Por esa época tenía una banda de rock y soñaba con ser músico profesional. Escuchaba Nirvana hasta la náusea con mi discman en el bolsillo y me gustaba una niña de primer año que se llamaba Milena. Algunas veces coincidía con ella en la plaza y no me atrevía a dirigirle palabra alguna. Igual procuraba lucirme delante de ella haciendo comentarios graciosos o ademanes de que tocaba guitarra cuando sabía que me estaba viendo.

También por esos tiempos había despertado en mí la vena literaria. Leía a Francoise Sagan, a Julio Verne y a Horacio Quiróga. También conocía a Benedetti y a Girondo. Ya había hecho mi primer acercamiento a Cortázar y no obstante, jugar con él a la Rayuela me daba miedo. Fumaba Marlboro rojo a escondidas y cargaba en el bolso un cuadernito de hojas blancas donde escribía canciones y poemas para Milena que hoy me da vergüenza ver.

Estar en tercer año no era fácil para un humanista. Durante el primer lapso no pasé ningún examen de física, química, matemática y biología. Al salir del colegio, mis amigos y yo, nos quitábamos la camisa azul, la guardábamos en el bolso que dejábamos en el guardabultos quedando con una franela Ovejita blanca y nos íbamos a tomar cerveza a los chinos. Nos empezaba a salir un conato de barba y creíamos que en el restaurante podíamos pasar por mayores de edad sin problema.

Después de tres o cuatro cervezas volvíamos a la plaza a gritar por el paro mientras soltábamos carcajadas ebrias. En casa, mis padres veían con preocupación la dinámica política del país y -como casi todos los venezolanos- depositaron su entera confianza en las caras de la oposición. A mí no me importaba mucho. Ya tenía el correo de Milena y chateábamos todos los días. Le contaba sobre los planes de mi banda y le mostraba mis escritos. Ella se sorprendía y, con divina timidez infantil me mandaba besos electrónicos.

En noviembre se hizo una fiesta de Halloween en casa de mi mejor amiga y asistió gente de primero a quinto año. Allí fue el primer toque de mi banda. Milena estaba ahí, mirándome curiosa, tímida y enamorada. No obstante, hablar en persona era todavía penoso. Ese día sentí -sin saberlo- la primera barrera del ciberespacio. Al calor de los tragos solté la lengua y conversé con Milena, fumé muchos cigarros y me tomé fotos con la banda. También ese día conocí a quien hoy es uno de mis mejores amigos.

Los días previos al 2 de diciembre, Milena y yo hablábamos mucho por teléfono. Me decía que estaba asustada por el paro y yo, valiéndome de mi voz gruesa, le decía que se quedara tranquila, que yo no permitiría que nada le pasara y que hasta mi vida daría por ella.

El 2 de diciembre estaba viendo las noticias con mis padres. Nos enteramos del paro y mi papá prendió la luz, se paró frente al aparato, aplaudió y dijo algo en voz alta que no recuerdo. Corrí a mi cuarto, llamé a Milena y le dije que no podía postergar esto: le pregunté si quería ser mi novia y dijo que sí. Luego entre al Chat y celebré cibernéticamente con mis amigos que no tendríamos clases hasta que Chávez no cayera.

Esa noche dormí feliz con mi discman en la cama escuchando el unplugged de Nirvana o Alice in chains. La vida me sonreía: no tendría clases y tenía como novia a la niña más cotizada del bachillerato.

No sé cuándo empezaron los problemas con la gasolina y la Coca Cola. Mi papá me daba dinero y tomaba el metro de La California hasta Chacaito y de ahí tomaba un autobús a casa de Milena. Por su zona conseguía ron superior, Marlboro rojo y Coca Cola. Pasaba todo el día en su casa a escondidas de su mamá. Caminábamos por las inmediaciones, nos besábamos como si el mundo se fuese a acabar mañana y le decía que la amaba del cielo a la tierra. Me iba en taxi poco antes de las diez de la noche. Los taxistas siempre me cobraban diez mil bolívares hacia mi casa. Algunas veces iba a la urbanización Miranda, a casa de un amigo, armado de ron Superior y bolsitas de Clight. Escuchábamos Smashing Pumpknis, Soda Stereo y Los enanitos verdes mientras bebíamos la mezcla verde del ron y las varias bolsitas de Clight.

Visitaba a Milena tres veces por semana. Ensayaba con la banda en casa del guitarrista, escribía canciones que sentía perfectas y le dedicaba poemas a Milena por mensajes de texto. Componía canciones patrioteras como estrella de rock protagonista de una era conflictuada del país y creía que mis líricas cambiarían el mundo.

El 24 de diciembre, mi hermano me llevó a escondidas de mis padres a casa de Milena. Por primera vez subí a su casa; conocí a su mamá, sus tíos y sus hermanos. Me senté en la mesa y su mamá me ofreció un ron. Mi hermano me recogió veinte minutos después y sonreía en el carro sabiéndome enamorado, dorado y adolescente. Esa noche les conté a mis papás que tenía novia y les mostré una foto de ella en la computadora.

Seguía yendo a la urbanización Miranda. Nos emborrachábamos hasta vomitar; teníamos recuerdos fragmentados de la noche y nos hicimos amigos de las niñas del colegio Cristo Rey. El sabor de los primeros tragos, los primeros cigarros y los primeros besos son un placer que poco sabemos apreciar en el momento más allá de nuestras alborotadas hormonas.

El 31 de diciembre pedí que el paro se prolongara lo suficiente para perder el año escolar. No me interesaba seguir raspando o volver al escritorio con libros abiertos sabiendo que hiciera lo que hiciera no iba a aprobar nada. El paro se prolongó durante todo enero. En casa mi papá comentaba cuán preocupado estaba. Mi hermano hacía empatía con él y luego íbamos los tres a buscar gasolina a Guarenas.

En febrero se levantó el paro y todos volvimos a las labores. En el Chat mis amigos me decían que era una desgracia que el paro terminara. Volver al colegio era, más que una bendición, un castigo. Por los meses perdidos, el Ministerio de Educación ordenó clases un sábado sí, un sábado no. Es decir, que no conforme con volver al colegio, nos cagaban los viernes.

Los sábados todos teníamos lagañas. Nos dejaban ir en bluejean y camisa de deporte. Con Milena todo estaba bien. Íbamos de la mano en los recreos, nos dábamos un piquito antes de subir a clases, pero las ciencias las seguía raspando. La banda ensayaba dos o tres veces por semana. Ya podíamos ir a beber al San Ignacio y frecuentábamos un local llamado Budhatronic. El trago más caro se llamaba La Bomba y costaba veinte mil bolívares.

Al menos tres veces por mes había fiestas de nuestras amigas que cumplían 15 años y seguíamos bebiendo y procurando toques con la banda. A pesar de que el paro hubiese terminado, todavía podía respirar ese aire de alegría y entusiasmo por quién sabe qué que hacía de la vida una joda perenne y sentimental.

Luego el año terminó y lo que sigue después no me entusiasma contarlo y ahora cuando veo películas con finales felices me encabrono con el cine y con la ingenuidad que ya no es mía. A veces cuando vuelvo a leer Relato con fondo de agua me identifico con esa época de mosqueteros que después entiendes que es sólo en los libros. Hacernos saber en el colegio que los finales felices no existen podría habernos ahorrado más de una botella hoy en día. Muchos dirán que no es pedagógico. Yo difiero.

Por eso, volviendo al principio, el problema de fondo cuando se discute una determinada época persiste. Yo prefiero recordar a Milena, a la banda, al ron Superior, a Nirvana y a mis amigos que al paro y todo lo que le siguió.

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