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Y si dejamos de existir

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El descontento es pertinente. Las reuniones son aprisa. No hay tiempo que perder. La incontinencia mental emana decenas de ideas por segundo y nadie escucha; se conforman con lo de siempre. El plan se repite y ya no es sorpresa. Se encaminan a ejecutarlo y el aire tiene algo de deja vu corroído y la esterilidad hace un eco enorme para oídos sordos. Juventud.
La información quiere ser libre.
Las ventanas están abiertas y no se reserva el derecho de admisión. Allí están los hechos: la invitación es para asistir en primera fila a la procesión del descontento y la algarabía.
Todos entran y dicen y opinan. Cada segundo una ventana se abre y un dejo de protesta insatisfecha cubre el ambiente y la atmósfera se torna hostil. Pero la hostilidad es bien recibida, casi un coqueteo con la anhelada libertad; uno o dos clics y estás dentro. Sientes una palmada instantánea como de felicitación. Bienvenido.
Pertenecer, dicen, es una ventaja. El contacto y el roce; la demasía y la congregación en pro de un mismo fin (¿fin?). El pueblo unido jamás será vencido. Clic, clic. Te pintas las manos de blanco. Te sigo. La historia es ineludible y de ella no se escapa nadie. Nunca falta quién resalte o quiera resaltar. Estar en todo y a la vez en nada. Otra vez, la ventaja de pertenecer. Ahora el asunto es en serio. Vamos para arriba.
Pertenecer con entereza te hace destacar. La sed de darse a conocer y mover fichas aquí y allá; hacer de informador, buscador de tesoros y propulsor de ideas con tu firma en sangre (sentido figurado) parece ser la solución. La libertad toma otras dimensiones.
La historia tiene muchas caras y recovecos. Y cuando se estanca en procesos agonizantes surgen rostros frescos que, como el cuadro de Dorian Grey, van envejeciendo a medida que escalan posiciones. De pronto un golpe de suerte hace que tu nombre resuene. Éxito y felicidad. Todo el embrollo parece encontrar justificación y cuando te dan el derecho de palabra eres tu nombre y nada más. No es tu culpa. Eso nunca. El problema son ellos pero lo que dices ya se dijo. Tu rol entra en tela de juicio y el silencio se transforma en el ruido más vergonzoso de todos. Buscas tus conceptos y te das cuenta de que los tienes que desempolvar o crear otros.
No importa cuánto tarde en escribirse la historia. Los nuevos rostros seguirán surgiendo y el ciclo se repetirá. La pluralidad, la libertad y el caos serán el centro del descontento. Los opinadores opinarán (todavía y amén) y la realidad se seguirá tejiendo en submundos ajenos a nuestros ojos. La culebra estará cada vez más cerca de la cola.
El tablero no cambiará sus reglas. Los colores conservarán su capacidad de identificación ideológica y la satanización de iconos dará siempre de qué hablar. La separación de bandos ya no sorprende, es tan natural como el estrecho de Gibraltar. Se aplauden los nuevos rostros y la superación está (ésta vez, sí) a un paso. Alguien se preguntará por qué la historia no ha variado y si dejamos de existir hace mucho.

Si no te gusta vete.

No pertenecer.

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